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Las tres 'fundaciones' de Las Palmas de Gran Canaria (I)

Puente de Piedra, barranco Guinigüada, 1857. (Williams J.J.)

José A. Alemán

Dentro de unos días, Las Palmas de Gran Canaria cumplirá 539 años desde su fundación sobre la ribera derecha del Guiniguada, en los alrededores de la actual ermita de San Antonio Abad. Como habrá estos días quien vuelva a contarnos el episodio, lo dejaré estar para referirme sólo a la sospecha de que el acontecimiento pudo ocurrir días, incluso semanas, antes o después de aquel 24 de junio 1478, oficialmente el de autos; de lo que no hay pruebas pero sí la razonable posibilidad de que los cronistas lo juntaran todo para enaltecer a los protagonistas principales. No se había inventado el periodismo, pero ya regía el principio básico de que las plumas de informar no se venden sino que se alquilan.

El asunto no es realmente importante, nada cambiaría en caso de ser cierto el amaño. Pero tiene su cosa que justo un día de San Juan fundaran la ciudad no uno ni dos, sino tres “juanes” al frente de los invasores: el obispo del Rubicón Juan de Frías, el deán Juan Bermúdez y Juan Rejón al mando de la tropa. No descartaría la casualidad si no fuera porque un lustro después, el 29 de abril de 1483 (o de 1484, según otros), festividad de San Pedro Mártir, otro Pedro, el de Vera dio por terminada la guerra de Gran Canaria tras los acuerdos a que llegó Tenesor Semidan con los Reyes Católicos.

El “tour de force” canario

En su Estudio de la Historia habla Toynbee de “civilizaciones detenidas”. Entre ellas menciona a los nómadas, a los polinesios y a los esquimales como civilizaciones que mantuvieron su “tour de force” con un medio físico tan hostil que el esfuerzo de adaptación y supervivencia consumió sus energías de desarrollo potencial posterior. Llegaron adonde llegaron y se detuvieron en un punto de equilibrio que no es sino la sumisión a la dictadura de ciclos climáticos anuales, ya sean los del Ártico ya los de las estepas y desiertos; o se dejaron llevar por la indolencia encerrados en sus respectivas islas paradisíacas, que es como encontraron los marinos occidentales a los polinesios.

La tesis del historiador inglés viene bien como expresión y explicación de la dinámica histórica de los canarios, de los de antes de la llegada de los castellanos y de los de la posterior sociedad colonial. Podría decirse que los castellanos encontraron en las islas unos aborígenes que habían llegado al máximo de adaptación posible a mil kilómetros de la población europea más cercana, en unas islas rodeadas del desierto líquido del Atlántico y el Sahara, con recursos naturales limitados y la total ausencia de metales. Un medio difícil, en definitiva.

Siempre se ha dicho, con manifiesta ignorancia e interesada intención, que los castellanos encontraron en las islas pueblos que vivían en la Edad de Piedra, lo que se asimila a la condición de salvajes poco menos que ladradores. Sin embargo, hoy sabemos que fue una de las tantas mistificaciones franquistas de la historia; las que retardan el momento de comprender que la sociedad indígena de Gran Canaria tenía una estructuración fuerte, jerarquizada, con una eficaz organización militar que resistió a los invasores durante casi seis años; una guerra que no ganaron los castellanos y que acabó con un tratado de paz, como explica el jurista Normando Moreno. Un tratado que los castellanos incumplieron y desnaturalizaron hasta darlo por inexistente aprovechando que en el sistema de aquellos indígenas era suficiente la palabra dada. Por eso, quizá, se ha tardado tanto en apreciar que Tenesor Semidan llegó a adquirir una idea clara de la correlación de fuerzas en el juego político y no dudó en hacer lo que creyó más adecuado para evitar el peligro cierto de la destrucción física total de su pueblo. No fue el traidor que se ha dicho, sino que comprendió la imposibilidad de vencer. Por su parte, los arqueólogos, con hallazgos como el de Risco Caído y otros menos espectaculares, van desentrañando la historia de aquella sociedad integrada, al parecer, por una facción de la tribu de los canarii, de etnia líbica, que se enfrentó al Imperio Romano y fue confinada en la isla. José Juan Jiménez González, Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, es quien más se ha ocupado de establecer la identidad de quienes habitaban esta isla antes de establecerse los castellanos.

Canarias en la lejanía

La lejanía, el aislamiento en una zona con apenas presencia humana, la escasez de recursos naturales, etcétera, no permitían prever, en el último cuarto de siglo XV, el de su fundación, el éxito de Las Palmas gracias al aprovechamiento de la geoestrategia y la latitud. La villa, vinculada a la Corona castellana y ciudad desde 1515, estaba más atenta a las vicisitudes del Atlántico que al devenir de los reinos ibéricos. Fue el proceso de adaptación a su entorno lejano, a mil kilómetros de cualquier núcleo de población de cierta entidad, lo que dio origen a las singularidades económicas, fiscales y administrativas del archipiélago.

El resumen de lo ocurrido se reduce a unos derechos históricos pactados con los reyes castellanos que las autoridades reales, en connivencia con la oligarquía surgida casi inmediatamente, no respetaron. Esta actitud hizo que Tenesor Semidan viajara a la Corte al menos en dos ocasiones a presentar sus quejas a los reyes: no es imposible que esa fuera la razón de que lo envenenaran, si es que así murió, cuando preparaba un nuevo viaje. Era un incordio.

Una larga historia en la que el principio del fin para Canarias fue el debilitamiento y desaparición del concepto mismo de unos derechos históricos reducidos a meras singularidades primero y después a privilegios graciables y revocables. Todo sin que por parte de la dirigencia canaria, la política y empresarial, se oyera una voz que no pueda callar la promesa de unos dinerillos o una rebajita fiscal; para los empresarios, claro. La política “nacionalista” en Madrid acabó reducida a esperar que el Gobierno necesite de los votos canarios en el Congreso para venderle los canarios, como acaban de hacer CC y NC por cuatro perras comparadas con los 4.000 millones que por el mismo concepto logró el País Vasco que tiene, además, un concierto, que es su derecho histórico, el que nadie osa discutir y menos rebajar porque tienen dirigentes políticos y empresariales que saben lo que quieren y defienden. Ya dijo en su día Manuel Hermoso que el nacionalismo canario es el más español de todos y no sé si recuerdan la doctrina de CC respecto a estar siempre a bien con quien manda en Madrid. Nada más merecido, pues, que el desprecio con que Xavier Arzalluz, ex presidente del PNV, despachó una pregunta sobre CC: “Esos se contentan con cuatro perras para carreteras”, sentenció.

Poco diré acerca de lo hecho por Oramas (CC) y Quevedo (NC) en relación con los presupuestos. Aunque algo habrá que decir en su momento, habida cuenta de que el presente compromiso del Gobierno es para los actuales presupuestos, no para los siguientes. Allá ellos, pero no les vendría mal moderar el triunfalismo con que han acompañado la venta de sus votos: no es el cumplimiento de los compromisos presupuestarios el fuerte del Gobierno central, aunque no pasen de simples propinillas a quien le hace lo mandado. Lo que debe ser bueno para CC pues el presidente Clavijo va por esos mundos ofreciendo a los inversionistas foráneos el incentivo de los bajos salarios canarios para que metan aquí sus dineros. Él, ya saben, reconoció en tono de ande yo caliente que gobierna para los empresarios. Con decirles que considera la ley del Suelo “la verdadera reforma de la economía” está dicho casi todo. Agüita. No sorprende que en esta etapa democrática el famoso acervo económico, ya en fase de liquidación y reducido a unas ventajillas exclusivas para el empresariado, haya pasado a mejor vida dejándolo en condiciones de sustituir a la sardina en el entierro que cierra los carnavales. Es oportuno recordar que en su día se vio la aparición de CC como el instrumento para descafeinar las reivindicaciones isleñas antes de que alcanzaran el nivel crítico preciso para plantear, de una vez por todas, sin desgarros patrioteros, el asunto de la integración canaria en el Estado español.

El aislamiento comunicado

Y voy ya con Las Palmas de Gran Canaria. Su “tour de force” fue frente a la formidable soledad aprovechando su principal ventaja, la ubicación geográfica, la que acabó de consolidarse con la aparición de la América presentida mucho antes de que Colón partiera en su primer viaje. Estar en la ruta de un porrón de continentes ha impedido que prevaleciera la endogamia propia de una sociedad encerrada en su aislamiento. Una circunstancia aún más determinante al asociarse a la latitud climática que ha permitido siempre una actividad económica, desde la agricultura con productos de altos precios hasta el turismo de hoy; sin olvidar, cara al futuro, las posibilidades energéticas del sol y los vientos que convergerán, seguramente, en el amplio desarrollo tecnológico hoy más que apuntado y en el que ya nos vamos quedando atrás.

Junto a todo esto, Las Palmas aparece abierta a los “caminos de agua”. Es posible trazarlos en el mar. Las despaciosas arribadas de gentes distintas, los incesantes aportes culturales del entrecruzamiento, los repetidos sincretismos, la circulación de artículos, medicinas, ideas, religiones, etcétera, produjeron con el tiempo lo que puede calificarse de “aislamiento comunicado” a través del mismo mar que llega a todas partes y de todas partes viene. Fue el que produjo, al decir de Fernando Martín Galán, catedrático de Didáctica de las Ciencias Sociales en La Laguna, la acumulación secular del rico arsenal de experiencias y contactos que constituyen hoy un legado vivo en trance de desaparecer, como casi todo. El peso de factores como el peso demográfico, la superación de los inconvenientes aprovechando las ventajas, la incorporación de pobladores de diversas procedencias, etcétera, ha producido, siempre de acuerdo con el mismo profesor, una herencia urbana y una personalidad en construcciones, mentalidades, formas de proceder económicas y comerciales que nos han llegado bajo formas diferentes: como legados sociales, jurídicos, ruinas materiales aisladas o absorbidas en nuevas construcciones o espacios que se reflejan en la toponimia urbana, en el estilo de hacer negocios, en los linajes de las familias pobladoras, en la firma de ver el mundo y de estar y participar en él. Unos valores que al actual conglomerado político-empresarial dominante le suenan a chino.

Es este aislamiento comunicado la gran clave de la ciudad de Las Palmas que ocupa el extremo NE de una isla pequeña (1.554 kilómetros cuadrados) de limitados recursos naturales, escasos suelos cultivables y bastante accidentada. Unos inconvenientes que determinaron la búsqueda de la supervivencia en el comercio libre con cualquier parte del mundo. Y se indicó el papel de la ubicación geográfica que permitió a ese carácter comercial abierto convertirse en rasgo definitorio. La escasez de suelo agrícola obligó a importar los mantenimientos y dedicar el poco suelo útil a la agricultura intensiva con gran rendimiento por hectárea en producciones de alto valor en los mercados. Así se prefiguró, desde los primeros momentos, el modelo económico de cultivo y exportación de productos agrarios de primor que aportaban los recursos dinerarios para pagar la importación de los que cubrían las necesidades de la población. Es el modelo que ha llegado a nuestros días y que provocó otro “tour de force”, el de la captación de las aguas necesarias para los regadíos, el abastecimiento humano y demás usos que sentaron las bases de una cultura hidráulica singular a la que se han incorporado modernas y ya no tan modernas técnicas de desalinización y depuración para atender no sólo al consumo de la población autóctona sino también a los millones de turistas que reciben cada año las islas. Hay una mentalidad empresarial de tierra quemada que lleva a consumir suelo, naturaleza, recursos y demás en la idea de que una vez agotada una zona basta con irse a otra y repetir la faena. Pero este es asunto para otra ocasión que no está ni siquiera planteado que sepamos.

Volviendo a la capital grancanaria, repara el profesor Martín Galán en que no es ciudad vinculada a redes mercantiles continentales ni oficia de puerta marítima de entrada a un extenso hinterland. Al no disponer de traspaís suficiente, hubo de proyectarse a otras áreas planetarias para encontrar su foreland. De ese modo, el estar en un lugar de paso y ser nudo articulador de importantes rutas comerciales dio a la sociedad de Las Palmas, ciudad, una noción del mundo y de su lugar en él que la singularizó incluso dentro del propio archipiélago.

Y continúa Martín Galán señalando que si en los tiempos de la navegación a vela, los vientos alisios y las corrientes marinas determinaron su participación en las comunicaciones Norte-Sur y hacia el Oeste, cuando el vapor liberó a los barcos de los elementos, los depósitos de carbón importado dieron continuidad a esos tráficos y la modernidad de la época se fundió con la vocación exterior de la ciudad volcada hacia lo lejano, a lo que iba más allá de lo español y lo europeo con efectos recíprocos de ida y vuelta. Entonces, indica nuestro autor, la sociedad de Las Palmas acentuó su carácter de receptáculo de poblaciones y culturas llegadas con los arribos de pueblos, razas, lenguas religiones, costumbres, comidas, vestidos… Fue Las Palmas escala técnica donde hacer aguada, avituallarse; estación carbonera y de combustibles líquidos después. Por Las Palmas circularon todos los tráficos marítimos posibles; también inventos, ideas, libros, arte, alimentos, vacunas, medicinas, plantas. Estación de tiendas y talleres; mercado de compraventa de esclavos, de productos y mercancías, de barcos, almacén de depósito.

Martín Galán se esfuerza en hacernos comprender. Añade que las posibilidades de proyección exterior de la ciudad las reforzó el paso incesante de expediciones migratorias, comerciales, científicas. Vivió la ciudad, en primera línea, la expansión colonial castellana y sufrió su caída. Asistió al ascenso inglés que puso aún más de relieve la atlanticidad de Las Palmas y del archipiélago pues no de otra manera se explica que los canarios aceptaran de buen grado el control inglés de su economía: era la realidad que se había impuesto, la que determinó la fuerte incidencia inglesa en la vida social de Las Palmas. Se adoptaron infinidad de costumbres inglesas, de hábitos y de entretenimientos tan observables todavía como lo es su aportación a las infraestructuras portuarias, el abastecimiento domiciliario de agua y luz, el alcantarillado, las comunicaciones telegráficas, etcétera. Los ingleses, en fin llenaron el abandono por parte de España y fueron los verdaderos impulsores de Las Palmas del siglo XX.

Estribo de la expansión europea

Si consideramos al norte de África dentro de la dinámica histórica mediterránea, Las Palmas de Gran Canaria sería la primera fundación europea fuera de su continente. Poco tiene que ver la ciudad, su isla, en general todo el archipiélago, con cuanto queda a su espalda al encarar el destino atlántico. Aunque otras sean las causas del fenómeno, debo aludir a la casi diría que inexistente emigración canaria a los países europeos, España incluida, frente a la facilidad con que se embarcaban para América los isleños; hasta en una tabla si no disponían de otra cosa. Pero si despojamos esta historia de su épica habitual, nos queda la tan mencionada distancia de la metrópoli, la “lejitud” para los clásicos del país, que nunca fueron conscientes de que Las Palmas, como el archipiélago, resultó ser la avanzada atlántica europea, papel que asumió con tanta intensidad que parecieron afectarle menos los acontecimientos históricos españoles y continentales que las corrientes ideológicas y culturales que atravesaban el Atlántico antes de recorrer las Indias y dar nuevos “productos” tras un proceso de criollización iniciado con frecuencia en las Canarias. La obra de Rumeu de Armas y Morales Padrón entre tantos americanistas isleños, a los que habría de añadirse hombres como Antonio de Bethencourt, que tanto indagó en las relaciones comerciales exteriores del archipiélago, es muy ilustrativa. Entre otras cosas, para corroborar que si, en efecto, Las Palmas se desenvolvió por fuera de los poderes centrales, ajena en apariencia a las vicisitudes europeas, no dejó de padecer sus consecuencias a medida que la inestabilidad y las tensiones se extendían por el Atlántico.

La obra monumental de Rumeu introduce de nuevo la atlanticidad como rasgo determinante, como “autora” principal de nuestra historia. Y no hay que remontarse demasiado en el tiempo para comprobarlo. Cuando la guerra de Cuba, los Estados Unidos barajaron invadir las islas y Las Palmas inició los preparativos para su defensa, entre los que figuró la propuesta de artillar las torres de la Catedral y el campanario de la iglesia de San Agustín. Durante las dos guerras mundiales, en fin, también hubo planes para ocupar algunas islas. Que las amenazas fueran más o menos inminentes importa menos que el hecho de que la previsión militar contempla todas las situaciones por lo que resulta significativo que se considerara posible el intento de ocupación desde la perspectiva geoestratégica. “Ni estiro, ni encojo, ni la manta es mía”, decían los isleños cerrados para dejar claro su nula responsabilidad en algún feo asunto. Literalmente es fácil traducir la frase a cualquier idioma, pero me da que, llegado el caso los americanos no se hubieran parado a pensar en su sentido.

No es este el lugar apropiado para que un repaso de la historia canaria confirme la fundación de Las Palmas como resultado de lo que Chaunu denominó “azar lógico”. O sea, que no fue hecho fortuito sino situado cerca de la culminación del proceso europeo, ya en el umbral de la expansión colonial, de la economía-mundo a punto de irrumpir. De expresarse en isleño, diría Chaunu que la fundación de Las Palmas “estaba cantada”. Los “espacios cerrados” medievales comenzaban a ser superados y ya marcaban el tempus histórico las ciudades bajomedievales donde las burguesías comerciales, aliadas con los reyes contra la nobleza feudal, impulsaban el comercio entre localidades abiertas, intercomunicadas y demandantes crecientes de productos más variados y en mayores cantidades. Se buscaban nuevos mercados de aprovisionamiento, se ampliaban los de consumo y surgían instrumentos financieros y de pago como las cédulas o letras de pago para facilitar el comercio.

Los Reyes Católicos participaban de esos procesos. Luchaba con la nobleza y la forma de forzar a los señores de las islas ya sometidas a ceder sus derechos a la conquista de Gran Canaria, La Palma y Tenerife muestra en qué onda estaban. Y Las Palmas resultó ser una ciudad bajomedieval a caballo de un cambio de época trascendental en que la islas son un hito. Su toma de consideración ayuda al mejor conocimiento y comprensión de la gran revolución espacial del siglo XVI. Así comenzaron a sentarse las bases del carácter multiétnico, multicultural y cosmopolita de la ciudad que constituyen un continuum histórico que gravita sobre la idiosincrasia isleña necesitada de proposiciones políticas y culturales que liberen ese potencial. Es inevitable cerrar esta entrega aludiendo a la alcaldía de Jerónimo Saavedra que trató de vencer la inercia que impide emerger toda esa energía histórica. Su salida de la alcaldía rompió aquellos esfuerzos, que encontraron enemigos entre los propios socialistas y ni les cuento del PP. Ya no queda ni el recuerdo de una iniciativa cultural que si vuelve a retomarse será porque atrae a veinte o treinta turistas más, no por otra cosa.

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