La Bufona: un relato repleto de 'McGuffins'
En los juicios, en las películas y en las novelas, que se rigen más o menos por las mismas reglas narrativas para que la historia fluya, se recomienda no incorporar demasiados elementos que distraigan de la trama principal para que no se pierda la atención sobre lo esencial. Ya se sabe: descartada la neutralidad, lo que no suma, resta. Lo que no suma interés resta ritmo. Lo que no añade información, resta claridad. Lo que no aporta emoción, quita credibilidad. A no ser, claro, que sea esto mismo lo que se quiere conseguir. En cine, ese recurso que pretende desviar la atención se llama McGuffin. En política, globo sonda.
El abuso del McGuffin depende del objetivo que se quiera lograr. El abogado de la acusación no debería recurrir a ellos, mientras que el de la defensa los puede ir dejando caer sin tregua. Hay abogados que optan por no poner sobre la mesa todas las ilegalidades que conocen sobre un caso no sólo para no despistar sino porque, como todo el mundo sabe, la realidad, presentada en crudo y sin aditamentos de ningún tipo, es poco creíble. Lo mismo hacen algunos guionistas de cine cuando escriben sobre hechos reales: se inventan algunos detalles para aportar credibilidad porque lo verosímil se acepta mejor que lo verídico. El reportaje no está sujeto a ninguna de estas reglas y no puede permitirse ni la incorporación de hechos inventados ni la elusión de hechos verdaderos. El reportaje también busca la verdad, como un juicio, aunque suela encontrar sólo la veracidad (como un juicio).
En el caso de La Bufona confluyen tantos McGuffins que nunca podría funcionar como ficción.
Éste es el relato
A mediados de los años setenta, el ingeniero aeronáutico Eduardo Murillo, residente en Las Palmas, se trasladaba de vez en cuando por cuestiones laborales al aeropuerto de Guacimeta, en Lanzarote. La Isla estaba empezando su desarrollo turístico y urbanístico y a las afueras de Arrecife, entre la capital y el aeropuerto, había una serie de terrenos para construir una urbanización exclusiva junto a la marea: El Cable. A Murillo le ofrecen algunos solares y los compra. Y tras esos, otros, al otro lado de la carretera. Primero se fabrica la parte de la costa y después la parte “de tierra”. Años después le avisan de que alguien está construyendo en esos terrenos de su propiedad. Vuela hasta Arrecife. Le dicen que vaya a hablar con Francisco Carmona, delineante del Ayuntamiento de Arrecife y promotor, ya fallecido. Carmona reconoce que le han invadido terreno pero que para compensarle le va a poner en bandeja otros terrenos al lado, en La Bufona, que pertenecen a una entidad bancaria porque quien los compró ha fallecido de forma repentina sin haber satisfecho la hipoteca. Murillo habla con el director del banco y el precio, que acaba bajando, le convence. El banco sólo quiere recuperar el crédito que había otorgado.
Los terrenos que rodean a los que ahora son de Murillo pertenecen a Brisa Inversiones, o lo que es lo mismo, a Carmona y a su socio Federico Echevarría, un arquitecto con despacho en Madrid, Níjar y Sevilla. También anunciaba despacho en Arrecife, aunque en el número 87 de la calle José Antonio, donde se suponía que debía estar, nunca ha habido nada parecido a una oficina y menos a un despacho de arquitectura. Echevarría es responsable de la rehabilitación del Círculo de Bellas Artes de Madrid o de la Torre Mutua, en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, y entre sus clientes aparece la multinacional Halliburton, pero también es promotor de dos planes parciales dentro del Parque Natural del Cabo de Gata, junto a El Algarrobico, y trabajó haciendo obras para la Guardia Civil cuando Luis Roldán estaba al frente. De hecho, era socio de uno de los testaferros de Roldán, Jorge Esparza. En Arrecife también promovía otro plan parcial en Maneje, que no ha desarrollado.
El plan parcial La Bufona se aprueba en 1981 pero no se lleva a cabo. A finales de los noventa, sin embargo, se tramita una modificación y comienzan las obras para hacer 52 viviendas unifamiliares. Una parte de los últimos terrenos que había comprado Murillo era urbana y otra parte, rústica. Las obras empiezan a ocuparlos todos, sin su permiso.
Antes de eso, Brisa había conseguido que se aprobara la modificación en la Cotmac por unanimidad a pesar de que no había informe positivo del departamento de carreteras. La urbanización, aún hoy, no ha hecho el acceso que le corresponde desde la principal carretera de la Isla y se sigue entrando desde El Cable. El nudo donde debería ir el acceso se ha convertido en el principal punto negro en accidentes. El terreno que Brisa tenía que haber cedido al Gobierno de Canarias para hacer la carretera se lo vendió a Supermercados Marcial. Este año, la
cadena de supermercados ha presentado un proyecto parta hacer un centro comercial en ese lugar y la Consejería de Obras Públicas ha contestado que parte de ese suelo debería ser del Gobierno. Es más, un informe técnico reciente recuerda que la Consejería debiera hacer algo para recuperar ese suelo que es suyo. La Consejería de hoy está dirigida por el mismo director de carreteras de entonces que no puso pegas al plan parcial: Domingo Berriel.
Los promotores no sólo no hicieron el acceso y vendieron ese terreno, sino que tampoco hicieron las cesiones obligatorias al Ayuntamiento, probablemente porque si lo hubieran hecho, no hubieran llegado a tener la superficie mínima para desarrollar el plan parcial. Pero hay más. Se podría decir que la finca matriz tiene unas características que rozan lo sobrenatural. A partir de una finca de 50.824 metros cuadrados, Brisa segrega y vende 7.350 a los supermercados, con el siguiente resultado: una finca de 7.350 y otra de 50.824, con unos linderos diferentes a los anteriores, creciendo hacia el Norte. Empieza a haber dos realidades: una sobre el terreno y otra en los papeles. Esto mismo vuelve a ocurrir más tarde, cuando se hace otra segregación de veinte parcelas a partir de una finca de 5.700 metros. El resultado, sumando las veinte parcelas nuevas es de 6.314. Pero los promotores no son los únicos que se mueven. Murillo pone una denuncia en la Guardia Civil y el Seprona comprueba que parte de las obras están en suelo rústico con la categoría de protección de jable. Es 1999. Se abren diligencias penales por un delito contra la ordenación del territorio pero esas diligencias, por extraño que parezca, se pierden en el Juzgado, así que se vuelven a abrir en el año 2000... y aún no se han cerrado. Catorce años después, el proceso sigue abierto. Paralelamente, la Agencia de Protección del Medio Urbano y Natural (Apmun) ordena al Ayuntamiento que paralice las obras y precinte. Lo hace la entonces alcaldesa Manuela Armas, pero en el año 2000 accede a la alcaldía María Isabel Déniz y las obras siguen. Las casas se terminan y se venden. O se venden y se terminan. Depende de qué versión se acepte, porque en ese proceso penal que dura catorce años, Echevarría, el promotor, responsabiliza de las obras ilegales, las que ocupan suelo rústico, a los compradores. Los compradores no se sabe lo que dicen porque nunca se les ha llamado a declarar, pero la tesis de Echevarría la sostiene también la Apmun, que en el año 2012 concluye que las obras de las 14 casas que ocupan suelo rústico en la calle Chabusquillo son “manifiestamente ilegalizables” y que hay que derribar pérgolas, patios, muros, piscinas, etc., casa por casa. Los propietarios recurren en los tribunales. Todos menos uno. Murillo pide que se derribe lo que ya es firme porque no han recurrido pero la Apmun le contesta que hay que esperar a que se resuelvan los otros pleitos y que, en todo caso, los propietarios tienen de plazo hasta el año 2029 para la demolición voluntaria.
Entre tanto, en el proceso penal, durante años se mantienen imputados el que era secretario municipal, el abogado Fernández Camero, por las segregaciones y las licencias, y la alcaldesa Déniz, por levantar el precinto. Con el tiempo se hacen muy amigos y comparten viajes y otras cosas, como su detención e imputación en el caso Unión, donde se investiga si se fueron juntos, con sus respectivas parejas, a Tanzania por cortesía de Urbaser, la empresa que gestionaba la limpieza de Arrecife. Hoy ya no están imputados y tampoco están en el Ayuntamiento. El secretario fue destituido por ejercer la abogacía sin tener la compatibilidad para hacerlo y Déniz fue barrida en las elecciones de 2007, tras pasarse del PIL a CC. Para el archivo, la Audiencia Provincial dio por buena la explicación de Déniz de que se informaba verbalmente de este asunto por parte de varios técnicos municipales de los que se negó a dar sus nombres. Fernández Camero alegó que se limitaba a dar las licencias pero no a informar sobre ellas. Hoy sólo quedan imputados, tras la muerte de Carmona; Echevarría y el constructor Antonio Caro, para quienes la Fiscalía pide cuatro años de cárcel por estos hechos: construir 53 viviendas donde sólo podían construir 30, hacerlo conscientemente sin licencia municipal y sin calificación territorial, ocupando además una zona de suelo rústico de valor ecológico y superando la superficie del pan parcial y la de las casas, además de desobedecer las órdenes de paralización realizadas por la Apmun.
Aunque pueda parecer lo contrario, la historia no ha hecho más que empezar. Desde hace varios párrafos, a pesar de que no se ha advertido, el Murillo que aparece en el relato no es Eduardo, sino su hijo Gonzalo, óptico e incansable. En este embrollo hay varios procedimientos judiciales más. Para empezar, un pleito civil por el que la familia Murillo reclama sus terrenos, que está descansando desde el año 2007, cuando el Tribunal Supremo dijo a los Juzgados de Arrecife que había que llevar al procedimiento a los compradores de las casas. Siete años después no se ha hecho, a la espera de que termine el procedimiento penal, que tampoco se ha elevado a juicio a pesar de que hace dos años que la Fiscalía hizo ya su calificación.
Otro pleito que sí ha acabado es el contencioso contra el planeamiento. El Supremo ha anulado todo el plan parcial, por lo que el problema no es sólo para las 14 casas que están en suelo rústico sino para todas, que están fuera de ordenación.
El Supremo dijo que el plan parcial nunca debía haberse ejecutado y sobre todo que no había informe de la Consejería de Obras Públicas sobre cómo afectaba la urbanización a la carretera. Además, el nuevo Plan General de Arrecife, aún por aprobar, no regulariza su situación sino que devuelve ese suelo a la cualidad de urbanizable y no de urbano, por lo que los propietarios tendrán que rascarse el bolsillo para regularizar sus casas. Un bolsillo que, durante años, algunos no tuvieron que rascarse porque varias de estas casas estaban omitidas de la base de datos del catastro y no pagaban IBI. Quizá convendría recordar que el promotor de la urbanización era el encargado municipal del catastro. Así que algún funcionario municipal metió en una gaveta las fichas de estas casas y los propietarios estuvieron ocho años sin pagar la contribución.
El que sí estuvo pagando por ese suelo todo ese tiempo fue Murillo, que entre los impuestos por unos terrenos que no puede disfrutar, el pago a abogados por los distintos pleitos y una multa de la que luego se hablará, se ha gastado ya unos 600.000 euros en estos 14 años. A los compradores de las casas, después de estar ocho años sin pagar, les esperaba una pirueta con doble salto mortal. En 2008, la Dirección provincial del catastro cambió la titularidad a su favor sin que nadie se lo pidiera y sin dar audiencia a Murillo. El asunto es tan burdo como que la calle en lugar de llamarse Chabusquillo se pasa a llamar Chubasquillo. Murillo recurre y el Ministerio de Economía no sólo le da la razón, que después le darían los tribunales también, sino que destituye fulminantemente al Director del catastro, Jesús Hernando. Dice el Ministerio sobre ese cambio de titularidad que “no existe expediente” y que “la Administración no puede actuar en el vacío, sin motivación y sin procedimiento”.
Así que, recapitulando, tenemos una urbanización que nunca se tenía que haber hecho, que no hizo las cesiones al Ayuntamiento, que ocupó suelo rústico y suelo urbano que no era suyo, que cuanto más se segregaba la finca, más crecía, que tiene 14 casas con orden parcial de derribo que no han pagado IBI durante años, que se saltó el precinto de las obras, que tenía un promotor que era funcionario municipal, unos técnicos que informaban a la alcaldesa que no tienen nombre, una consejería de Obras Públicas que dejó que se aprobara un plan sin informar sobre su afección a la carretera, un Gobierno que no recupera unos terrenos que deberían ser suyos, un proceso penal que dura 14 años... ¿Se puede pedir más? Por supuesto. Aún no sabemos quiénes son los propietarios de las casas.
Veamos. Uno es un notario, Celestino Mendizábal, que da fe de al menos nueve de las escrituras (no de la suya) que dicen que las casas tienen 96 metros aunque tienen más de 200. Al lado vive la presidenta del PP local y parlamentaria Astrid Pérez, y en la esquina, Miguel Pallarés, fiscal en Las Palmas y ex fiscal coordinador de Arrecife hasta el año 2008. Por si no lo han entendido bien, ahí va más claro. Hay un fiscal que vive en una casa que tiene una orden parcial de derribo, que está escriturada en 96 metros cuadrados y tiene 246 en el catastro, que pagó por la casa 20 millones de pesetas y se la tasaron un mes después en 37.829.000, que no ha pagado el IBI durante ocho años y que está casado con una sobrina del que era secretario municipal, Fernández Camero, que estuvo imputado en la causa. A este fiscal, como al resto de los propietarios, el promotor y la Apmun le responsabilizan de haber hecho las obras ilegalizables de la casa en suelo rústico, basándose en las certificaciones de obra y en las ortofotos.
Con los promotores responsabilizando a los compradores de las obras que ocupan suelo rústico, con un plan anulado y con tantos problemas, se podría esperar que los propietarios demandaran a Brisa Inversiones. Pero no consta este hecho. Lo que sí consta es que, para el recurso contra el catastro y contra la orden de derribo que ponen casi todos los vecinos, escogieron como abogada a Juana Fernández de las Heras, la hija de Fernández Camero, que a su vez era la que defendía a la promotora Brisa Inversiones para intentar que no anulara el plan parcial.
¿Raro? Pues esperen. Todo esto se ha ido publicando en la prensa local y regional desde hace más de diez años. En 2003, Gonzalo Murillo escribió un artículo en La Voz de Lanzarote denunciando estos hechos y quejándose de que el proceso penal estaba paralizado. Pallarés le puso una querella por injurias y calumnias y atentar contra su honor y le pedía tres años de cárcel, que se convirtieron, con la sentencia en la mano, en una multa de 15.000 euros por entender que Murillo atribuía a Pallarés la paralización de un procedimiento penal en el que estaba acusado su tío político. Once años después, aún no se ha celebrado el juicio.
Y ahora entra en escena El Agitador, que es una web de humor, satírica, que primero comenzó como revista, y que publicó una viñeta llamada Una tarde en el circo de La Bufona en referencia a la película de los Hermanos Marx y en la que caracterizaba a Pallarés como Harpo, el mudo, y lo llamaba Miguel Callaré. La viñeta estaba acompañada de un texto en el que se cuestionaba la actuación del fiscal en este caso. Pallarés, que en 2008 había pedido el traslado a Las Palmas, se querelló y ganó. El Agitador ya ha recurrido al Tribunal Constitucional la condena del Supremo que les impone una multa de 20.000 euros por imputar al fiscal el delito de no perseguir delitos, como es su deber. A pesar de que a uno de los miembros de la revista (el único con un sueldo decente) le embargan desde antes del juicio 450 euros todos los meses de su salario, los humoristas no se desaniman y hace tres años, publicaron otra viñeta más sobre Pallarés aprovechando la noticia de un juicio contra unos policías por tráfico de influencias. Pallarés, que ejercía la acusación, dijo en la Sala que “es importante que no nos acostumbremos a la corrupción, aunque sea pequeña, porque al final acabaremos viviendo en un Estado podrido”. Los humoristas hicieron una viñeta en la que aseguraban que el fiscal iba a demoler personalmente su casa con un kit de demolición comprado en Decathlon. En junio un Juzgado les ha vuelto a condenar, en esta ocasión, a pagar casi 18.000 euros más porque en el texto de la viñeta “subyace una insinuación de corrupción”. En el juicio, el abogado de Pallarés llegó a preguntar a los humoristas si se habían tomado la molestia de comprobar si en Decathlon venden kits de demolición. Como podrán ver, un McGuffin de manual. El único, por cierto, que sobra en esta historia.
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