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La Gomera, la última Meca atlántica de los hippies

Casa María

Noé Ramón

Santa Cruz de Tenerife —

Uno de los últimos refugios hippies de Europa sigue siendo en la actualidad La Gomera y sobre todo el núcleo de Valle Gran Rey. Desde finales de la década de los años sesenta hasta la Isla fue llegando una serie de jóvenes. Primero eran de origen estadounidense y canadiense que se negaban a ser reclutados para luchar en la guerra de Vietnam. Luego arribó un grupo de ciudadanos, especialmente ingleses y alemanes, que huían pero esta vez del frío y de un sistema de vida en el que no se sentían a gusto. Sin embargo se trataba de personas con un importante poder adquisitivo, y más en aquella época, que impulsó el desarrollo turístico de Valle Gran Rey. Este espíritu aún está vivo y renace cada noche tras las asombrosas puestas de sol en Casa María o en Playa del Inglés, con los tambores como banda sonora.

En la década de los años setenta, cientos de jóvenes centroeuropeos también viajaron a La Gomera con un objetivo común: probar los efectos alucinógenos de la aclimatada higuera del diablo, un tipo de datura, similar al estramonio, que Carlos Castañeda (1925-1998) había descrito en su famosa novela Las enseñanzas de don Juan. Al menos así lo relata el escritor y cineasta gomero, Manuel Mora Morales, quien apunta que en esta novela, y en la saga que le siguió, el peyote o mezcalito y la hierba del diablo son las plantas utilizadas por el brujo mexicano don Juan para abrir las mentes de sus pupilos.

Al ser México, prácticamente, inalcanzable para la mayoría de los bolsillos jóvenes europeos, lo sustituyeron por La Gomera, tan pronto les llegó la noticia de que la hierba del diablo crecía libremente al borde de los caminos de esta Meca atlántica de los hippies. En la Isla se denomina higuera del diablo y sus características son similares a las del estramonio que ha provocado algunas muertes.

“No llegué a enterarme de si hubo algún muerto en La Gomera, pero sí tuve conocimiento sobre muchas intoxicaciones, algunas de las cuales terminaron con traslados urgentes a centros médicos y la intervención a ciegas de la Guardia Civil que no conocía, probablemente, la existencia de este alucinógeno”, indica Mora. Varios casos de intoxicación con la higuera del diablo resultaron muy comentados en Valle Gran Rey. Por ejemplo, el de una chica alemana que entró en el hoy desaparecido restaurante La Puntilla, vestida únicamente con un pequeño chaleco, para comprar una caja de fósforos. Todo ello ante el asombro del nutrido grupo de comerciantes, agricultores y pescadores que se reunía allí cada atardecer para charlar, beber cerveza y expresar sus nostalgias por la muerte del dictador Francisco Franco.

Lo cierto es que la imagen de los hippies despidiendo el día al sonido de los tambores ante la Casa María y sus asombrosas puestas de sol es una de las impresiones más intensas que se llevan los turistas de la Isla. En la época de invierno, que es cuando aumenta el turismo europeo, no es descabellado que cada uno de los tocadores de tambores pueda llegar a ganar hasta 50 euros por sesión. Un poco más allá se encuentra Playa del Inglés, un enclave nudista para quien lo quiera, regado de hippies que tocan la guitarra, venden algo o simplemente toman el sol. Los más veteranos indican que poco ha cambiado de la playa que conocieron hace décadas a la actual. El tiempo parece haberse detenido en esta parte de Valle Gran Rey.

“Nuestras fiestas de la luna llena eran legendarias y muy recomendables para abrir la conciencia”, indica Diana Clayton, quien visitó la Isla por primera vez en 1970 cuando tenía 17 años. El viaje resultó toda una odisea. El barco de correos tardó ocho horas en cubrir el trayecto desde Tenerife. Luego vino la carretera de San Sebastián a Valle Gran Rey que era poco más que un camino de piedras. Sus planes de dejar atrás la civilización se cumplieron a la perfección: La Gomera resultó ser un lugar más allá del tiempo y el espacio situado al final del mundo.

Tampoco es que las cosas hayan cambiado mucho. Lo cierto es que todavía son cientos los hippies que eligen cada año Valle Gran Rey para vivir o pasar unas temporadas, especialmente en invierno. Además, Vueltas ha experimentado un crecimiento turístico bastante moderado sin grandes hoteles, ni aparatosos bloques de apartamentos, como en otros puntos de Canarias. El núcleo central de la vida de estos viajeros sigue siendo Casa María en La Playa donde sus dueños presenciaron en directo la llegada de estos turistas con absoluto asombro pero también tolerancia. Aún se siguen celebrando fiestas de la luna llena o por cualquier otro motivo en las calas más alejadas.

Otro tipo de visitante alternativo llega de las islas. Son jóvenes o mayores dispuestos a conocer de primera mano el penúltimo santuario hippie de Europa y también otros que recalan en La Gomera huyendo de las drogas duras que son fáciles de encontrar en muchos lugares. Saben que en Valle Gran Rey el impacto de la cocaína o la heroína es más moderado.

También existe un segmento de turista, al menos con aspecto desaliñado pero que elige Valle Gran Rey como lugar donde pasar unas cortas vacaciones. Es el caso de Johann, un joven maestro de 28 años del sur de Alemania que cada año visita La Gomera por estas fechas. No se considera hippie pero cumple con su estética y suele frecuentar los conciertos en los que se escucha este tipo de música. La primera vez que visitó La Gomera fue en los años ochenta con sus padres y desde entonces se ha convertido en un asiduo. Le gusta el tiempo, la tranquilidad, el bueno rollo que se disfruta en las playas... casi todo le parece perfecto y no pide más para pasar sus vacaciones.

Los recuerdos del alcalde

El alcalde de Valle Gran Rey, Miguel Ángel Hernández Méndez considera que hablar sobre la llegada de los hippies a La Gomera es un asunto “complicado” que genera mucha confusión cada vez que sale a la luz. “Es un concepto muy abstracto. Para mí el turismo hippie fue el que sacó adelante a Valle Gran Rey en su momento porque era un turista con dinero que ahora añoramos. Y luego están los que hacen un uso indebido de los territorios y locales”. Aquí entraría el colectivo conocido como La Familia, un grupo de jóvenes llegados sobre todo de Alemania que se ha asentado en un local alquilado hace años por el Ayuntamiento en un solar cercano a la avenida marítima que no tiene uso residencial.

Por ello la Corporación local ha interpuesto una serie de denuncias en los juzgados que aún se están tramitando para desalojarlos. Pero en general, el Ayuntamiento huye de las medidas policiales o judiciales. “Nos basamos en el principio de que los espacios públicos son para disfrute de todos los ciudadanos. Por ello actuaremos en los lugares más conflictivos para defender la convivencia pero sin tener que recurrir, siempre que sea posible, a la policía. Apostamos por los usos culturales y lúdicos en nuestras calles”.

Como ciudadano, Hernández Méndez, que tiene poco más de treinta años, indica que sus recuerdos de los hippies que llegaban a esta parte de la Isla son de unas personas que, pese a sus ropas y costumbres que podían resultar un poco extrañas, dejaban dinero en los bares del pueblo y fueron los que impulsaron el desarrollo turístico. “Era un visitante con un importante poder adquisitivo que ahora se añora mucho”, dice el alcalde. Raramente surge alguna polémica. Hace algunos meses circuló por los medios de comunicación la denuncia de una fuerza política ilustrada con una foto en la que se veía como los hippies tendían su ropa junto a la ermita situada frente a Casa María. Aquello apenas resultó ser una anécdota y un hecho muy puntual con tintes un tanto clasistas.

El Cabrito: comuna, cooperativa y empresa

Uno de los sucesos más llamativos relacionados con la llegada de grupos alternativos a la Isla que buscaban aquí su particular paraíso fue el protagonizado por el que se asentó en El Cabrito. Las noticias sobre lo que allí ocurría trascendieron las fronteras de la Isla y aparecieron en boletines internacionales.

La finca El Cabrito se hizo mundialmente famosa a finales de los años ochenta por albergar una secta cuyo cabecilla, el pintor austriaco Otto Mülh, defendía el amor libre sin ataduras o limitaciones morales. Posteriormente fue acusado e incluso llegó a ir a la cárcel siete años por mantener relaciones sexuales con menores y consumo de drogas. En mayo de 2013 murió en Portugal aunque los medios de comunicación lo habían dado por muerto varios años antes a causa de un cáncer de testículos. Las leyendas que se tejieron sobre esta finca todavía perduran en el recuerdo de los gomeros y fueron objeto de programas retransmitidos por televisiones de muchos lugares del mundo. Mülh llegó a contar con una legión de 300 seguidores repartidos entre La Gomera, Alemania y Austria.

Su secta se denominaba Organización de Análisis Accional (AAO) y mezclaba teorías sobre la libertad sexual con el psicoanálisis y la eliminación de la propiedad privada en medio de un batiburrillo ideológico que al final acabó saltando por los aires. Para escenificar su radical forma de entender la vida llevaban a cabo extravagantes performances y movilizaciones. Fue precisamente en La Gomera donde los miembros de la comuna creyeron haber encontrado su particular paraíso después de varios de años de deambular por otros puntos de Europa. Pero en realidad ocurrió lo contrario.

Aquí la secta saltó a la actualidad internacional y además en su vertiente más amarillista. Mülh llegó a ser calificado como el rey de El Cabrito y rompiendo sus propias normas en contra de la institución matrimonial, se casó y ejerció un dominio casi dictatorial sobre sus seguidores. Los actuales propietarios del hotel rural no quieren saber nada de todo aquel cúmulo de rumores, acusaciones, pleitos judiciales e informaciones sensacionalistas que circularon durante años en los medios de comunicación de prácticamente todo el mundo y que situaban a La Gomera en la actualidad de los noticiarios internacionales. En su página web se reconoce parte de la historia aunque se deja claro que hace ya mucho tiempo que se desvincularon de Mülh.

Con el transcurrir de los años el establecimiento ha ido mutando de comuna a cooperativa y de aquí a una próspera empresa formada por los miembros del grupo inicial al que se han integrado como accionistas clientes habituales. La compañía se llama LiliGomera SA y es utilizada por extranjeros y los propios gomeros como lugar de relax. Aún hoy en día es imposible acceder en coche a este punto y los visitantes tienen que hacerlo o bien en una embarcación o bien a pie.

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