Coronados desde fuera
Parece mentira que ya hayan pasado meses desde la abdicación de Juan Carlos de Borbón y que, anestesiados primero a golpe de balón con el Mundial de Fútbol, y metidos de lleno en el veranito, nos hayamos ido acostumbrando a que todo siga igual aunque, alguna cosa haya cambiado, como ha ocurrido con la llegada de Pedro Sánchez al PSOE o con la propia Jefatura del Estado.
Una buena muestra de que la Operación Gatopardo puesta en marcha aquel 2 de junio desde las alturas parece estar dando sus frutos. Y de que por muchas convulsiones, desastres o nuevos amaneceres que algunos auguraran -que de todo había en aquellas primeras jornadas según el cristal desde el que mirase-, aquí ni proclamación de la república ni leche machanga. Eso sí, puede que, con todos estos movimientos, que también incluyen un cambio en la secretaría general del PSC, de cara al encaje de Catalunya algo empiece a moverse.
Por lo que se refiere a Canarias no les cuento, centrados como seguimos en la oposición a las prospecciones, aunque el Supremo les haya dado luz verde, la vida sigue entre el asirocamiento y la calma chicha y ahora lo que toca es el referéndum de Paulino y los prolegómenos de la elección de candidato coalicionero, aunque también habrá que esperar a ver qué pasa en el PSC y en el PP.
Y es que por estas latitudes, sean más tropicales o más mesetarias, no hay ya lugar para maracanazos o mineirazos devastadores y Pablo Iglesias puede sacar cinco escaños en las europeas o quedarse la Unión Deportiva otro año en Segunda tras pegarse uno de los más ridículos tiros en el pie que en su historia se recuerdan (y mira tú si los que tenemos años y memoria no recordamos unos cuantos) que aquí seguiremos todos sin inmutarnos y tan campantes. Ni por lo de Israel en Gaza nos inmutamos. Y que no nos compliquen más de la cuenta que el vielnes nos vamos pal sul. ¿Será que a fin de cuentas esa es la ley de la vida? Aunque quizá si mirásemos un poco hacia la Península nos daríamos cuenta de que a nivel de Estado, a veces al menos hay alguien, como Rubalcaba, que dimite. Y si estuviéramos un poco más atentos quizá también nos percataríamos de que, por si acaso peligraran sus intereses, a los que mueven los hilos y velan con una mano por la estabilidad del país y con otra por el grosor y seguridad de sus depósitos, al menos se les ocurrió propiciar el dicho cambio en la Jefatura del Estado. Eso sí: dando prioridad temporal en el traspaso al fajín de Capitán General de los Ejércitos a la jura de la Constitución por el heredero que, como era de esperar, ya se nos ha ido enseguida de viaje a Marruecos. Y bastante ha tardado, porque si por el ministro Margallo hubiese sido se lo habría llevado a Rabat directamente desde la recepción en el Palacio Real de hace un mes. Y a ello volveremos luego. Aunque, como les decía, aquí casi nunca pasa nada, y por mucho que se chille en las tertulias televisivas de La Sexta, casi nunca dice nadie nada tampoco.
El último episodio sobre el que casi todo el país ha pasado como de puntillas ha sido el del aforamiento express del Rey Padre, quedándose solo el PP en sus prisas por proteger a Juan Carlos de lo que se le pueda venir encima. Si se revisan los teletipos oportuno será recordar que la propia Casa Real “urgió” públicamente a que se tomara como fuera la medida través de portavoces autorizados horas después de que el 2 de junio el Rey Padre anunciara formalmente su deseo de que “una generación más joven” tomara el relevo. Y hasta el propio Jesús Posada tuvo que reconocer hace unas semanas en un curso en El Escorial, creyendo que allí no había periodistas y con la campechanía que caracteriza al presidente del Congreso, que el procedimiento para aforar al Rey, colando el tema de rondón en una Ley sobre jubilaciones dentro del Poder Judicial, había sido “un poco chapuza”.
Un rey desnudo
Y es que parafraseando el cuento de Hans Cristian Andersen tantas veces citado, al abdicar y dejar de ser inviolable jurídicamente, Juan Carlos se ha convertido en un Rey desnudo ante las demandas que pudieran caerle encima, tanto por paternidad como por otros asuntos relacionados con el desempeño de sus funciones o con su patrimonio económico. Un camarero catalán, de nombre Albert Solá y nacido en 1956, insiste desde 2012 en que es hijo del ex Jefe del Estado y aunque entonces los juzgados de primera instancia de Madrid rechazaron tanto su demanda de filiación como la de una ciudadana belga, amparándose en la inviolabilidad del entonces Jefe del Estado, el catalán siguió insistiendo y reclamó que se le hiciera una prueba de ADN al cadáver de Don Juan de Borbón. Quedaba un recurso pendiente que iba a verse el 9 de septiembre y, tras la abdicación, Juan Carlos se iba a quedar desprotegido. Pero con el trámite express del aforamiento, ya no quedará a merced de un juez que, como el mallorquín Castro, le obligue a hacer paseíllos como los que ha tenido que soportar su hija Cristina por el Caso Noos. Y, por cierto, al igual que otras 10.000 personas en toda España, que también están aforadas, su caso será visto por un órgano formado por otro tipo de gente más acostumbrada a hacer carrera en la judicatura, como ocurre con los magistrados del Tribunal Supremo, y en los que probablemente pesarán también criterios políticos al tomar decisiones.
No obstante, las demandas por paternidad pueden no ser el único calvario al que se enfrente Juan Carlos en el futuro. De hecho, un partido político de esos que montan cuatro amiguetes denominado Soberanía le había puesto también una querella por su participación
Los episodios a que Juan Carlos I se enfrenta ya en los juzgados son la causa de las prisas para aforarlo en la Operación Armada, en el contexto de la trama civil del intento de golpe de Estado del 23-F, tras las revelaciones efectuadas en el libro que la periodista Pilar Urbano sacó tras la muerte de Adolfo Suárez, y que tiene el significativo título de La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey no quiere recordar. La querella fue archivada por la Audiencia Nacional hace pocas semanas argumentando que lo que se dice en el libro no constituye “material indiciario suficiente”, pero tampoco se queda ahí el rosario de frentes en los tribunales de Juan Carlos, ya que un abogado vasco, Íñigo Landa, también le puso otra querella en un juzgado de Bilbao a finales de junio por enriquecimiento ilícito, basándose en diversas informaciones periodísticas. Pero a nadie se le escapa que lo que ha debido ir preocupando cada vez más en los últimos meses en Zarzuela, hasta el punto de ser, con toda probabilidad, el principal detonante de la abdicación blindada del titular ha sido el Caso Noos, máxime cuando empezaron a aparecer informaciones que relacionaban a su última amiga íntima y compañera en distintas gestiones fuera de España, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, con las andanzas de Iñaki Urdangarín e incluso con cuentas opacas en Suiza. Y si alguien tenía alguna duda de que, como dice el refrán castellano, ciertos eran los toros, se le despejarían a finales de junio, cuando una vez materializada la renuncia, en un escrito de 87 páginas de la defensa del socio de Urdangarín, Diego Torres, se exculpaba a éste y a su mujer argumentando que la Casa Real era una parte más del entramado montado con la finalidad de sablear a las instituciones. En el dicho escrito se explicaba dicha posición predominante y nada ajena de Zarzuela, basándose en que la Casa Real estaba al tanto de todo, a través del secretario de las Infantas, Carlos García Revenga. Claro que unos días más tarde llegaría una oportuna cortina de humo a través de una declaración, tras llegar a un acuerdo ante la Fiscalía, del contable arrepentido -y, curiosamente, hermano de la mujer de Torres- que hacía recaer toda la responsabilidad sobre su hermano y sobre Urdangarín..
El club Bilderberg
Queda bien claro por tanto el motivo de que hubiera tanta prisa en el aforamiento. Y no es raro que por todo ello que, como se ha dicho en más de un digital, Juan Carlos incluso ande algo deprimido y que, contrariamente a lo que en él era norma, el hombre apenas haya salido en los últimos tiempos de La Zarzuela. Otra vuelta de tuerca en las especulaciones respecto a la abdicación que unos y otros realizamos ha sido la atribución por algunos de un relevante papel en la renuncia a la reunión del Club Bilderberg que tuvo lugar la víspera en un lujoso hotel de Copenhage, y en la que por parte española estuvo presente la Reina Sofía, además del ministro García-Margallo, el empresario periodístico Juan Luis Cebrián y el todavía entonces director general de La Caixa Juan María Nin.
Supongo que les sonará lo del Bilderberg, ese selecto chiringuito que cada primavera reúne a “los que mueven los hilos del mundo” en el ámbito de las finanzas, las grandes multinacionales, la defensa o los servicios secretos, para hablar de los temas candentes del momento y encontrar soluciones para la estabilidad del planeta y de sus propios intereses, que además de coincidir entre sí se supone que también lo hacen con eso que se llama civilización occidental. Y, por favor no me digan qué no saben lo que es Bilderberg. Ni tampoco me tiren piedras enviándome con Iker Jiménez a Cuarto Milenio. El club Bilderberg existe desde que se reunió en un hotel con ese nombre en Holanda e incluso cuenta con su propia página web. E incluso adquirió cierta relevancia mediática en los informativos serios en 2010, cuando el encuentro tuvo lugar en Sitges y acudió Zapatero; y fue inevitable relacionar el evento con las medidas de ajuste económico que acababa de tomar en aquel final de su mandato. Y de la reunión de este año en el Hotel Marriot de la capital danesa, a la que acudió la ahora Reina madre la víspera de la abdicación del hoy Rey padre incluso se hizo eco el monárquico diario ABC el 30 de mayo con un gran titular que se puede encontrar en la red sin apenas esfuerzo.
No estamos, por tanto, hablando de teorías conspiranoicas como la de los illuminati o los protocolos de Sión, ni del argumento de una novela de Dan Brown. El club Bilderberg existe. Como la Trilateral, el Council of Foreign Relations y otros selectos foros similares de restringido acceso nacidos durante la Guerra Fría y muy vinculados a la OTAN y a Estados Unidos, cuya función ha sido contribuir al refuerzo del capitalismo en Europa, primero frente al bloque soviético, y después ante eso que se suele llamar nuevas amenazas. Y quién sabe si ha sido gracias a investigaciones como la del ruso- canadiense Daniel Estulin o la andaluza Cristina Martín Jiménez por lo que esta gente ha tenido que abandonar su tradicional hermetismo. Aunque, eso sí, sus deliberaciones siguen siendo secretas.
Rockefeller, Monti, Kissinger
En el encuentro de dos días, además de los mencionados en representación de España, entre los 140 presentes estaban el secretario general de la OTAN, Ander Rassmussen; la princesa Beatriz de Holanda; la vicepresidenta de la CE, Viviane Reading, el expresidente del Gobierno italiano Mario Monti y distintos gerifaltes de la política exterior norteamericana. Y en la lista también estaba quien desde los años 50 es uno de los principales impulsores de estas reuniones junto a la familia Rockefeller, la banca Rotschild y la monarquía holandesa: el ya anciano Henry A. Kissinger, cuya influencia sobre todo el orbe cuando era secretario de Estado en las presidencias de Nixon y Gerald Ford era tal que aparentemente nada se movía en el hemisferio político occidental sin su consentimiento.
Se da el caso de que Cebrián es en la actualidad el único miembro español del núcleo duro de Bilderberg y la Reina Sofía no era la primera vez que acudía al encuentro. Y ustedes me preguntarán: ¿Se trató allí el tema de la abdicación de don Juan Carlos aunque en la agenda oficial de este año lo que estuviesen fuesen otros temas como la situación de Ucrania? Pues, hombre (o mujer), tampoco se trata de engañar a nadie: allí no se decidió la abdicación, pero eso no quiere decir que en ese o en otros foros la cuestión no venga tratándose desde que estalló el caso Noos. O que la Reina hablara del tema en círculos más o menos amplios a los que les informase de lo que iba a pasar -Rajoy y Rubalcaba ya lo sabían desde el jueves- y les explicase los motivos gatopardianos que aconsejaban hacerlo, dando los presentes el enterado. Y, por mera lógica, hay que pensar que cuando gente como Rasmussen o los magnates de Agnelli salieron el domingo del Hotel Marriot ya sabían lo que iba a pasar y el lunes la cosa no fue una sorpresa.
Una relevante peña
Y es que el hecho de que Bilderberg reúna durante un fin de semana al año a algunos de los políticos y magnates más poderosos y mejor informados del planeta no quiere decir que las decisiones que más nos afectan se tomen directamente allí. Aunque, eso sí, los temas a que se refieren aquellas a buen seguro que son en algún momento objeto de debate y muy probablemente la abdicación de Juan Carlos, bajo el epígrafe genérico de crisis de la democracia en Europa ya se había tratado en algún momento informalmente en esa o en otra edición en que toda esta relevante peña está juntita en pocos medios cuadrados. Y cenáculos y conciliábulos siempre los ha habido y seguirá habiendo en todas partes aunque su capacidad y ámbito de influencia sean distintos y Bilderberg o el Foro de Davos no sea el Rotary Club de Gran Canaria.
Lo que pasa es que aunque la decisión de la abdicación ya estuviera tomada, también es cierto que en cuanto uno profundiza un poco en la reimplantación de la monarquía en España, y en nuestra santa Transición desde el franquismo a la democracia, se da cuenta de la importancia que tuvo Bilderberg -como quintaesencia del poder de la OTAN y Estados Unidos- en todo aquel proceso. Y no estoy contando nada que, con Bilderberg o sin Bilderberg, no se sepa ya a grandes rasgos ni que no hayan relatado ya con muchísimo detalle distintos historiadores y periodistas, en muchos casos nada sospechosos de izquierdismo. Y citaré a dos de ellos con sendas obras: el británico Charles Powell (El amigo americano, España y Estados Unidos de la dictadura a la democracia, Madrid 2011), que en la actualidad es el director del Real Instituto Elcano (¿les suena?) y la ya mencionada más arriba Pilar Urbano (El precio del trono, Madrid, 2011), una señora cuyos documentadísimos libros sobre la historia reciente de nuestro país debieran ser de lectura obligada si se quiere conocer de dónde venimos y por qué nos sucede lo que nos sucede.
Uno y otra establecen de modo bien claro y documentado cómo desde los años 50 España ha estado tutelada exteriormente por las potencias occidentales -básicamente por Estados Unidos- y cómo es dicho respaldo internacional el que permite a Franco haber podido mantenerse en el machito hasta que murió de viejo en 1975 y a Juan Carlos poder acceder al Trono e ir asentándose en él, pese a los vaticinios que auguraban que, al ser el heredero del dictador, le iba a ser imposible. Y aunque a algunos pueda parecer anécdótico, si leemos el libro de Urbano veremos cómo a iniciativa de Kissinger el futuro de España tras morir Franco se sometió varias veces a debate en Bilderberg en vida de éste e incluso se dieron desde allí indicaciones para favorecer la apertura económica y las inversiones del exterior. Y cuando Juan Carlos es elegido su sucesor en 1969, se pone en marcha toda una estrategia para arroparle frente a los ultras del régimen y tratar, al mismo tiempo, de que no sea visto con animadversión ni en la Unión Europea ni en la oposición interior moderada.
En este sentido, no está de más recordar que uno de los principales activistas españoles de Bildeberg fue durante muchos años un buen amigo del ya Rey- Padre desde sus años mozos: el aristócrata Jaime Carvajal y Urquijo, hasta el otro día presidente de Ford España gracias a sus muy buenas relaciones al otro lado del Atlántico, y principal muñidor de la operación por la que dicha multinacional norteamericana se estableció en 1973 en España. Además de la relación familiar con la entidad bancaria que lleva su segundo apellido, Jaime Carvajal era también miembro de la Trilateral. Pero también lo era gente como el socialista Luis Solana. En tiempos más recientes lo han sido damas como Ana Patricia Botín o Trinidad Jiménez.
Red de contactos
Toda esta red de contactos que Juan Carlos se va forjando le permite también extender sus relaciones con Francia y desde que en 1974 empieza a reinar en Francia Valery Giscard, el espigado presidente se convertirá en uno de sus principales consejeros y confidentes, algo en lo que tuvo bastante que ver el camino que le fue abriendo el agregado militar de EE.UU. en París, Vernon Walters, antes de convertirse en director adjunto de la CIA. Pero, además, Juan Carlos también aprovecharía los vectores de política exterior que el franquismo más tradicional representado por Carrero Blanco había impulsado en relación con los países árabes para tratar de demostrar a europeos y norteamericanos que España podía sobrevivir sin ellos. De ahí proviene la amistad con los príncipes saudíes y con los jeques del Golfo, pero también la buena relación con Hussein de Jordania y con la familia real marroquí, en un marco de favores mutuos que según algunos analistas tiene también bastante que ver con el respaldo económico otorgado por la dinastía alauita a Don Juan de Borbón cuando estaba en el exilio.
Ni que decir tiene que el régimen marroquí se ha beneficiado siempre de esas buenas relaciones, y la culminación de ello llegaría al apropiarse Hassan II del Sáhara Occidental, en contra de la voluntad de sus habitantes y de las resoluciones y dictamenes de la ONU, aprovechando la agonía de Franco y la incertidumbre del tránsito hacia un nuevo régimen. Y respecto a la actuación de Juan Carlos, aunque en libros como los mencionados más arriba ya queda bien clara, las revelaciones de Wikileaks respecto a los cables que se recibían en las embajadas norteamericanas en aquellos días no hacen sino corrobarlo: y es que desde muchos meses antes de que se lanzara la Marcha Verde existía ya un juego triangular a tres bandas entre Zarzuela, Hassan y Kissinger, coincidente y cómplice con el que ya llevaba por su lado el Gobierno de Arias Navarro para entregar el Sáhara a Marruecos.
Y ni juancarlistas ni franquistas hicieron nada entonces por cumplir sus compromisos con el pueblo saharaui, aunque el aún entonces Príncipe viajara a El Aaiun como Jefe del Ejército y Jefe del Estado en funciones a dar ánimos a las tropas días antes de que se firmasen los Acuerdos de Madrid. De hecho, mientras Juan Carlos sacaba allí pecho vestido de caqui, Kissinger se ocupaba de tranquilizar a Hassan diciéndole que lo del futuro Rey no era más que un gesto de cara a la galería y dirigido, sobre todo, al Ejército para maquillar la indignidad de la retirada. En esas gestiones fue clave sirviéndole de correo otro de los amigos de siempre del Rey, aunque luego le daría algún que otro disgusto: Manuel Prado y Colón de Carvajal.
Política dictada desde fuera
Y es que, en el marco de la Guerra Fría, los yanquis eran buenos aliados de Marruecos, y eran los primeros interesados en que no se produjera un enfrentamiento, al margen del hecho de que Vernon Walters tenía buenas relaciones personales con Hassan e incluso se ocupaba de gestionar su patrimonio al otro lado del Atlántico, del mismo modo que el ministro secretario general del Movimiento José Solís en España o el exiliado Simeón de Bulgaria en el resto de Europa. No obstante, Estados Unidos también tenía intereses importantes que defender en España: el primero, y más importante, el de la renovación del Convenio militar por el que desde 1953 comenzaron a tener bases militares en la Península y que estaba concluyendo, algo que quizá hubiera podido permitir a España tener un poco más de margen de maniobra y una postura más digna. Pero ni en Castellana 3 -despacho de Arias Navarro- ni en Zarzuela se quiso tensar lo más mínimo la cuerda, y si bien en algún momento se planteó por parte del ministro de Exteriores, Cortina Mauri, la posibilidad que Marruecos más temía -que aunque las tropas salieran de allí se cediera formalmente la administración a la ONU para que organizase el referéndum- su postura fue minoritaria. Y unos y otros hicieron lo que se les dictaba desde fuera.
Por eso, que Felipe VI haya viajado ahora allí en compañía de Letizia sin que, por lo que sabemos, se haya preocupado por el asunto saharaui ante Mohammed VI, es algo que no debe sorprendernos. Porque a fin de cuentas el gran pasteleo a costa del pueblo saharaui y de sus derechos es lo que ha prevalecido siempre. Uno de los precios que tuvo que pagar la Corona para reimplantarse en España fue aquella ignominia, en parte para preservar la estabilidad en el tránsito al nuevo régimen, pero también a causa de la tutela que, tanto la monarquía como institución, como la sociedad española, han recibido siempre de fuera. Y que no cambiará mientras en el conjunto de España -y singularmente en Canarias, que es quien más lo necesita- sigamos sin tener conciencia de la importancia que, incluso en estos tiempos de globalización, tiene contar con una verdadera política exterior.
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