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¿Nos gobiernan dementes?

El síndrome de Hubris se propaga entre los gobernantes.

Jorge Batista Prats

Las Palmas de Gran Canaria —

Calle León y Castillo, 270. Excelentísimo Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Las 17.00 horas de un día, un mes y un año que no recuerdo ni voy hacer esfuerzo alguno por recordar. Han pasado bastantes estaciones. Sexta planta. Salón de reuniones de la Comisión de Gobierno. Silencio matizado por susurros. El alcalde, José Manuel Soria, en la presidencia. A su derecha, el primer teniente de alcalde y concejal de Urbanismo, Juan José Cardona; a la izquierda, quien escribe, Director del Gabinete de Comunicación. En la mesa, los ediles del PP. Y entre ellos, Julio Aldaz de Arce (arquitecto), Pascual Mota (joyero), Tino Montenegro (diseñador) y Rafael Viñez (historiador), forúnculos rebeldes que se atrevían a replicar al magister y que Soria soportaba con tal de no perder la mayoría absoluta. El Ayuntamiento estaba en aquella época poblando la ciudad de parques infantiles para que las familias pudieran llevar a sus hijos en los ratos de ocio. Así, en esa ocasión, se trataba de elegir el pavimento que tendrían los parques, suelo especial de goma para evitar que los pequeños se hicieran daño al caerse, cosa muy habitual como sabemos todos los que niños hemos sido. Algunos, parece que jamás lo fueron.

Aquí mando yo

En determinado momento, mientras se analizaban los catálogos y muestras de los ladrillos – creo que se fabricaban en Barcelona – el concejal Pascual Mota hizo un comentario que no gustó al alcalde. De inmediato, los munícipes se deslizaron sillón abajo como si acabará de entrar el teniente coronel Tejero en la sala. Todos con las barbillas a ras de la gran mesa, mientras los contestatarios esbozaron una sonrisa que claramente quería decir: “¡jódete!”. No recuerdo qué fue lo que dijo Mota. Ni falta que hace. Se había atrevido a cuestionar la léxi del omnipotente regidor. José Manuel Soria giró la cabeza hacia el insolente, sin que esta vez la voz cantante la llevara motu proprio su compulsivo esternocleidomastoideo. Los ojos se le inyectaron en sangre y no tardó en llegar la agresiva filípica. Que aquí mando yo y se hace lo que yo digo. Se calentó el ambiente e intervine para quitar hierro al asunto. Al fin y al cabo, yo no era afiliado al PP – ni a ningún partido o sindicato – y no debía sumisión al mandato imperativo ni seguía sendas relacionadas con la voce del padrone. Unas tensas sonrisas y pelillos de bosquimano a la mar hicieron que el mercurio se deslizara termómetro abajo. Y volvieron las córneas que cornearon a ser blancas y continuó la reunión. “Este negro está muy bien”. “Sí, pero es más blando que el verde”. “Yo prefiero el gris … es más rugoso y agarra más”. “¡No! Pondremos el rojo!”. Y fue entonces cuando el ingeniero municipal, de pie junto a un caballete con carteles, señaló: “Señor alcalde, si me permite, yo pienso que el mejor es éste de aquí …”. No pudo terminar su argumentación. La voz de don José Manuel surcó firme la estancia: “¡Se acabó! ¡Pondremos el rojo … ya estoy hasta los cojones de los artistas!”. Los niños, si llegaron a caerse alguna vez, se cayeron en la baldosa roja. No podía ser de otra manera. “Y como sé que te gusta el arroz con leche, por debajo de la puerta te meto un ladrillo”, decía siempre un tío mío.

Un látigo sadomaso para Soria

No sé quién fue el malnacido que me metió en la cabeza el ejercicio del pensamiento. El caso es que, desde aquel día, comencé a preguntarme acerca de si los políticos que nos gobiernan están en plena posesión de sus facultades mentales, aparte del Patek Phillipe, el maletín de piel de reptil, el chalé, el Audi, las cuentas en Suiza, la mujer y la querida o, en su defecto, las cucas volonas al gusto del chef. Algunos concejales decíansotto voce que Soria, calificado por Pedro J. como “líder emergente del PP”, visitaba regularmente a un psiquiatra en Londres. Se contaba, se narraba, se rumoreaba … pero, como nunca le saqué el billete, ni en línea low cost ni en clase bussiness, no puedo afirmar nada.

Por otra parte, Woody Allen siempre lleva un psiquiatra en el bolsillo y al personal le hace mucha gracia su jodío humor judío. Además, interpreta excelentemente jazz dixieland con el clarinete. Soria toca Yesterday con la guitarra y en aquel entonces le gustaban los diseños de Agatha Ruíz de la Prada para las paradas de guaguas. Una vez largó el tema de Lennon y McCartney en una entrevista televisiva y, al final del programa, el presentador le regaló un látigo de esos sadomaso. Me lo pasó de inmediato y lo tuve un par de años sobre las alfombrillas traseras de mi coche. Sin usarlo sobre ninguna loba sumisa, que conste. No sé qué demonios significa todo eso si es que significa algo, pero así fueron las cosas. Verdaderas y, además, verídicas.

La vocación de servicio

Estábamos con las posibles turbulencias mentales de los políticos y, al efecto y como principiante, me llegaban a la mente perogrulladas varias, tópicos y lugares comunes. Si tanto sufren gobernando, si lloran “carecer de vida propia”, si dicen perder dinero en la res pública, ¿por qué, después de un tiempo en la política, no vuelven a sus profesiones? ¿Tanto poder tiene esa cantada vocación de servicio, esa ascésis surtida de carabineros, percebes y centollas y regada con magníficos caldos en la onda Polifemo? No sé, no sé. Algunos pos modernos hablaron enseguida de la erótica del poder – tal vez, en España, inducidos por el destape post franquista y lo de las tetas y las carretas – pero yo siempre pensé que, en vez de erotismo, era mucho más exacto utilizar el término patología. No los veo cerca de Dionisos sino al lado de Saturno, devorando a sus hijos. Que fueron pasando los años y, conforme fui descubriendo ese grandísimo timo denominadotransición democrática, fui también advirtiendo que el ejercicio del poder – en muchas ocasiones sinónimo de joder al ciudadano – jibarizaba cerebros, falseaba lenguajes y demenciaba a un colectivo cada vez más alejado de la sociedad civil que lo hacía existir mediante la gran fiesta de las urnas. No, las funerarias, no. Las electorales. Obviamente, como la experiencia vicaria es fundamental, también leía libros de psicología para intentar ir, más allá de la opinión personal, a la tesis científica o al diagnóstico clínico.

Hybris

Hybris Burla burlando van los tres delante y, de repente, metido en la Mitología griega, encuentro una palabra clave: Hýbris. Ese vocablo me abriría ojos y puertas, tras descubrir que en la Grecia que hoy se desangra se refería al descontrol de los impulsos personales, la irracionalidad, el desequilibrio, la ira, la furia y el orgullo. Así, la diosa Hibris personificaba la insolencia y el despropósito. Para colmo, esa deidad parió a un tal Coro que, en vez de cantar o tocar la siringa como Pan, constituía el paradigma del desdén. Al parecer, en el Derecho de los griegos, “Hibris se refiere a la violencia ebria de los poderosos hacia los débiles. En la poesía y la mitología, el término fue aplicado a aquellos individuos que se consideraban iguales o superiores a los dioses. El hibris era a menudo el hamartia (‘trágico error’) de los personajes de los dramas”. Herodoto y Hesiodo son los que más saben del asunto. Lo lamento, pero no estoy autorizado a facilitarles el número de su móvil.

El síndrome de Hurbis

La psicóloga Isabel F. Lantigua me puso, a posteriori, sobre la senda del ex político británico y neurólogo David Owen, quien revela la existencia del síndrome de Hubris: “Un trastorno común entre los gobernantes que llevan tiempo en el poder … un problema que no está caracterizado como tal por la medicina, pero que tiene síntomas fácilmente reconocibles, entre los que destacan una exagerada confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad”.

Isabel F. Lantigua recoge también la opinión del psiquiatra Manuel Franco, jefe de Servicio del Complejo Asistencial de Zamora: “Una persona más o menos normal se mete en política y de repente alcanza el poder o un cargo importante. Internamente tiene un principio de duda sobre si realmente posee capacidad para ello. Pero pronto surge la legión de incondicionales que le felicitan y reconocen su valía. Poco a poco, la primera duda sobre su capacidad se transforma y empieza a pensar que está ahí por méritos propios. Todo el mundo quiere saludarle, hablar con él, recibe halagos de belleza, inteligencia… y hasta liga. Esta es sólo una primera fase. Pronto se da un paso más en el que ya no se le dice lo que hace bien, sino que menos mal que estaba allí para solucionarlo. Y es entonces cuando se entra en la ideación megalomaniaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse insustituible”. Para el doctor Franco, es entonces cuando los políticos “comienzan a realizar planes estratégicos para 20 años como si ellos fueran a estar todo ese tiempo, a hacer obras faraónicas o a dar conferencias de un tema que desconocen”. Pero no queda aquí la cosa. Tras un tiempo en el poder, los afectados por el Hubris padecen lo que psicopatológicamente se llama desarrollo paranoide. “Todos los que se oponen a él o a sus ideas son enemigos personales, que responden a la envidia. Puede llegar incluso la paranoia o trastorno delirante, que consiste en sospechar de todo el mundo que le haga una mínima crítica y a, progresivamente, aislarse más de la sociedad. Y, así, hasta el cese o pérdida de las elecciones, donde viene el batacazo y se desarrolla un cuadro depresivo ante una situación que no comprende”, concluye Franco.

Hubristas de andar por casa

Mariano Rajoy: El síndrome de Hubris conducido a los extremos más locos. Su aislamiento le ha llevado al plasma, mientras que su cuerpo parece carecer de él. Incompetencia. Omnipotente y mesiánico. Pusilánime y cobarde en la derrota.

Felipe González: Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por los consejos o las críticas de los demás. Trastorno esquizoide de la personalidad. Pretende vivir dos vidas opuestas y cambia de opinión constantemente desde un supuesto magisterio. Dios.

José María Aznar: Trastorno narcisista de la personalidad. Propensión a ver su mundo principalmente como un escenario donde ejercitar su poder y buscar la gloria. Agitación, imprudencia e impulsividad.

José Manuel Soria: Propensión narcisista a ejercitar su poder, buscar la gloria y escalar puestos dejando atrás cadáveres. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por los consejos o las críticas de los demás Tras toda una vida trepando a los sillones, es un afectado por el Hubris que evidencia lo que psicopatológicamente se llama desarrollo paranoide. Es un claro Hibris que cumple con la mitología griega: “violencia ebria de los poderosos hacia los débiles”.

Juan Fernando López Aguilar: Trastorno paranoide de la personalidad. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por los consejos o las críticas de los demás. Otro Hýbris según la Mitología griega. Homologable a la Diosa Hibris: irracionalidad, desequilibrio, ira, furia, soberbia y orgullo enfermizo.

Rodríguez Zapatero: Tendencia narcisista. Incompetencia hubrística cuando las cosas van mal porque demasiada confianza en sí mismo condujo al líder a desatender los peligros y las trampas generados por su propia política. Pérdida de contacto con la realidad, a menudo vinculada a un aislamiento paulatino. Talante buenista y manifiesta incompetencia creyendo poseer la verdad.

Esperanza Aguirre: Paradigma hubrista asociado a la hipocresía, charlatanería y la conspiración. Indigencia cultural escandalosa. Creencia en que antes de rendir cuentas al conjunto de sus colegas o a la opinión pública, la Corte ante la cual debe responder es: la Historia o Dios.

Manuela Carmena: El síndrome de Hubris llevado a su extremo más gagaista. Enfoque personal exagerado, tendente a la omnipotencia, de lo que es capaz de llevar a cabo. Conducta delirante.

Rita Barberá: Identificación con la nación o una organización hasta el extremo de que valora su punto de vista y sus intereses como idénticos. Ideación megalomaniaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse insustituible.

Francisco Camps: Propensión narcisista a ver su mundo principalmente como un escenario donde ejercitar su poder y buscar la gloria. Predisposición para lanzar acciones que puedan dar a la sociedad una luz favorable, con el fin de embellecer su imagen. Preocupación desmedida por el boato y la presentación.

María Dolores de Cospedal: Propensión narcisista a ver su mundo principalmente como un escenario donde ejercitar su poder y buscar la gloria. Todos los que se oponen a ella o a sus ideas son enemigos personales, que responden a la envidia.

Soraya Sáenz de Santamaría: Predisposición para lanzar acciones que puedan dar a la sociedad una luz favorable, con el fin de embellecer su imagen. Enfoque personal exagerado, tendente a la omnipotencia, de lo que es capaz de llevar a cabo.

Paulino Rivero: Por incompetencia y simplonería, en principio no le afecta el síndrome de Hubris, salvo en lo que se refiere a la obsesión paranóica por el poder.

Efectivamente, no están todos. Habría que escribir una Biblia. Fuera han quedado los que aún no han ejercido el poder político.

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