Comedores escolares en verano: medidas paliativas contra un grave fracaso social
En la recta final del curso escolar hemos vivido en distintas comunidades autónomas un agrio debate político sobre la conveniencia o no de abrir los comedores escolares en verano. Mientras la izquierda de forma mayoritaria defiende la medida, el PP se resiste a la misma argumentando, fundamentalmente, los efectos negativos en los menores de esa visibilización de la pobreza.
Más allá de la pugna política, lo esencial es el bienestar de los menores y de sus familias. Y, en ese sentido, y tras la experiencia de la comunidad canaria en 2013, hay que señalar que se trata de una propuesta emmental (por la presencia de abundantes agujeros) y voluntarista que no puede ser observada de forma acrítica ni hooliganesca.
La puesta en marcha de la medida responde a una dolorosa evidencia: hay miles de niños y niñas que no reciben la mínima alimentación precisa para su desarrollo por la grave situación económica de sus familias. En el caso canario, en un territorio con el 33% de desempleo EPA y con casi 150.000 personas que no reciben ningún tipo de prestación; en el conjunto de España, el 40% de los parados no cuenta con prestación por desempleo ni subsidio alguno.
Esto obliga a intervenir sin dilaciones. Y así, en el Archipiélago se puso en marcha la actuación en el verano de 2013, comenzando estos días la segunda edición, a la que se acogerán unos 6.000 menores de las Islas.
Pero, como decía, la apertura de los comedores escolares en verano tiene, junto al hecho positivo de cubrir las necesidades alimenticias de los niños acogidos al programa, sus pequeñas y grandes deficiencias, que no deben pasar desapercibidas y que deben ser debatidas para tratar de mejorar y ofrecer las respuestas más adecuadas. De manera necesariamente resumida planteo algunas de las que he observado y/o debatido con profesionales de la educación, responsables municipales y representantes de las AMPAS. Entre otras las siguientes:
1.- La apertura de los comedores garantiza el almuerzo a los menores acogidos durante julio y agosto. Prolongando de esta forma el servicio que habitualmente se les ofrece durante los meses de actividad académica. Pero no cubriendo todo el año.
2.- En efecto, la actuación de la administración deja sin resolver una buena etapa del año: las vacaciones de Navidad (más de quince días), las de Semana Santa o la Semana Blanca, así como festivos y fines de semana. En conjunto, unos 125 días, más de un tercio del año.
3.- A la misma sólo se pueden acoger, al menos en el caso canario, los niños y las niñas hasta que acaban la enseñanza primaria, es decir, en torno a los 11-12 años. Al respecto, la presidenta de un AMPA de un centro del Sur de Gran Canaria señalaba su desolación “al ver a hermanos de los menores que están en el comedor, de 13 o 14 años, solicitar en las puertas del centro escolar que les permitan comer aunque sólo sea ese día. O de pequeños que piden que les dejen llevar el pan o cualquier sobra para sus hermanos que, por encontrarse en la ESO u otros estudios, no pueden asistir al comedor”.
4.- Cualquier persona, y aún más menores en plena etapa de desarrollo físico e intelectual, no se sostiene con una sola comida al día, por muy sustanciosa y equilibrada que esta sea. Cierto es que la Consejería y numerosos centros desarrollan programas de desayunos escolares durante el curso.
5.- El bienestar de los menores no se consigue aislándolos de su realidad. Un hogar en el que los padres están pasando hambre o malnutrición, e incluso sus propios hermanos son víctimas de la situación, no parece ser el ámbito más adecuado para el armónico crecimiento de los pequeños.
6.- La prolongación de la permanencia en un centro escolar durante los meses de julio y agosto, mientras el resto de los chicos y chicas disfruta de sus vacaciones, tampoco creo que sea muy adecuada. Los niños y niñas necesitan desconectar, cambiar de espacio, sumergirse en actividades lúdicas y cargar las pilas para el nuevo curso escolar que comienza en septiembre. Y no sentirse distintos a los otros.
7.- La gran preocupación de los conservadores parece ser la visibilización de la pobreza infantil. Tienen parte de razón. De hecho, en el caso canario la medida contó con plena asistencia en julio, cuando coincidían en los centros educativos con otros menores que realizaban los habituales campus de verano. Pero aflojó (en algunos centros hasta el 30%) en agosto, cuando quedaron solos en los colegios los niños pobres. Y ello sin olvidar el acierto del Gobierno canario al acompañar la medida asistencial con la realización de actividades de inmersión lingüística en inglés, evitando que fueran al colegio solo a comer. Con buen criterio este año se puede optar a inscribirse en los dos meses o en uno solo.
8.- El gran problema del PP es que critica la medida, agarrándose a esa posible estigmatización, sin ofrecer nada a cambio que modifique esa situación radicalmente injusta de la pobreza extrema, la malnutrición o el hambre de los menores. Pensando en la estética se olvidan por completo de la ética y, por supuesto, de la equidad.
9.- Aunque es mejor que los comedores escolares estén abiertos durante el verano a que no lo estén y no se haga nada, por las limitaciones que conlleva, la auténtica solución se encuentra, en mi opinión, en la atención directa a las familias que peor lo pasan.
10.- Para ello se precisa una acción combinada de las distintas administraciones y ONGs, con el control de los servicios sociales de los ayuntamientos. Suministrando, semanal, quincenal o mensualmente, bolsas o vales de comida a los núcleos familiares, que permitan que nadie pase hambre, sea la madre, el padre o el hijo adolescente. Una intervención a mi juicio mucho más efectiva mientras continúen dándose las actuales y escandalosas cifras de paro y de pobreza.