El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Santana Cazorla, en su laberinto
Sólo en dos ocasiones a lo largo de su trayectoria, el emporio empresarial del noruego Björn Lyng (Hurum, 1925 ? Gran Canaria, 2006) se ha visto envuelto en la polémica, y en las dos ocasiones ha sido por sus inversiones en Gran Canaria. En esta isla decidió el ya fallecido empresario implantar el negocio que más ilusión le hacía: unos complejos hoteleros de gran calidad, en régimen de propiedad compartida, que resultaran muy atractivos para sus compatriotas y para toda esa inmensa masa de turismo nórdico de alto poder adquisitivo y envidiables pensiones ansiosos siempre de calentar sus huesos al sol. Eligió, claro, uno de los mejores climas del mundo, el de Mogán, y más concretamente el barranco de La Verga, donde plantificó la lujosa Anfi del Mar, varios edificios de apartamentos de diversos tamaños y formatos, rematados con una marina y una pequeña isla artificial en forma de corazón. Lyng era muy ambicioso, y aunque su incursión en el mercado turístico canario la inició teóricamente jubilado y con un pulmón menos, el éxito de la fórmula le animó a crecer y crecer. Ya había situado Anfi del Mar en el segundo puesto mundial de complejos de propiedad compartida, detrás del gigante Disney, pero quería ser el número uno. Fue cuando clavó sus ojos en el barranco de El Lechugal, unos kilómetros más al oeste, donde llamaban Tauro, también en Mogán. Y empezó a comprar a los propietarios, a los grandes propietarios, a los pequeños, a los dueños del camping Guantánamo? Soñaba desde la vieja casa solariega de los Arencibia, situada sobre una de las colinas del barranco, con una urbanización única, con campo de golf, marina, villas, apartamentos y hoteles. Todo de súper lujo. Fue entonces cuando aparecieron los primeros problemas: había que buscar un socio inversor local y sortear la moratoria turística. Fue cuando aparecieron en la vida de Lyng dos personajes funestos, Santiago Santana Cazorla y José Manuel Soria.
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