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Chipude: el alma de la isla de La Gomera
Chipude es un lugar auténtico. En estas tierras de las medianías sureñas de la isla de La Gomera las terrazas de cultivo que escalan las laderas aún están arregladas. Verdean las vides de las que se saca un vino con mucha personalidad. Prosperan las huertas y, a diferencia de otras partes de la geografía gomera, lo viejo aún es de uso contemporáneo. Nos acordamos de las palabras d el conservador del pequeño pero coqueto Museo Arqueológico de San Sebastián de La Gomera. Nos habló de una continuidad en el tiempo con los tiempos más remotos que, en algunos espacios, ha sido aún más notoria. Como sucede aquí; a los pies de la mítica Argodey: “nuestros abuelos aún molían sus granos usando los mismos molinos de piedra que fabricaban los primeros gomeros y hay que recordar que los habitantes de Chipude aún ofrecían sacrificios de animales a finales del siglo XVIII”, dijo a Viajar Ahora.
Serpenteamos junto a las paredes verticales de La Fortaleza de Chipude (esa Argodey que mencionábamos antes), uno de los más importantes centros ceremoniales de la antigua religión aborigen e hito fundamental de cualquier viaje a La Gomera. La imponente masa de roca se eleva sobre paredes casi verticales hasta alcanzar los 1.243 metros sobre el nivel del mar. Mesa casi perfecta a la que sólo se puede acceder a través de una estrecha grieta por la que apenas caben un par de hombres; no es de extrañar que el lugar fuera utilizado por los antiguos gomeros como fuerte defensivo. Pero también fue un lugar vinculado con las fuerzas sobrenaturales de la antigua religión de los gomeros y gomeras.
En la cima de esta meseta de basaltos blanquecinos se han localizado una multitud de restos de cabañas y refugios pastoriles y unas curiosas estructuras de piedra que los expertos identifican como ‘aras de sacrificio’, curiosas estructuras circulares de piedra en la que los antiguos gomeros y gomeras realizaban sus sacrificios (pies y cabezas de cabra y oveja). A los pies de esta catedral natural vendimian gentes del lugar. Se ríen y bromean entre ellos. Son todos gente mayor y, pese al calor, van a una velocidad de escándalo. “Sólo son dos bancalitos de nada”, nos dice una señora. “En un ratito lo terminamos”. Apenas dará para un par de botellas de “un vino bueno gomero”, resalta otros de los vendimiadores. Y aún así no nos vamos sin nuestro racimo de uvas repletas de mosto dulce. La generosidad fue siempre un gesto natural en los isleños. En los alrededores de la montaña sagrada prosperan las viñas, materia prima de los vinos gomeros, que ganan, día a día, en calidad gracias a los desvelos del Consejo Regulador de la aún joven Denominación de Origen.
Más que un pueblo o una población, Chipude es una zona del municipio de Vallehermoso que incluye un conjunto de barrios a tiro de piedra de los primeros verdores del parque Nacional de Garajonay. Un conjunto de laderas y cabeceras de barrancos que acaban con las primeras cuestas que anuncian el ‘despeñamiento’ súbito del sur de la isla hacia el mar. Pero, en sentido estricto, Chipude es un amontonamiento de casas y terrazas de cultivo en torno a la coqueta Iglesia de la Candelaria, un edificio de pulcra arquitectura colonial (siglo XVI) que puede visitarse con sólo pedir las llaves en los bares de los alrededores: este tipo de cosas abundan por estos lugares. No es de extrañar que la iglesia se construyera en contacto visual directo con la Fortaleza, como para poner de manifiesto el cambio de creencias.
El que quiera aún más autenticidad deberá ir a El Cercado para visitar el Centro de Interpretación de Las Loceras (Dirección: Carretera Chipude-El Cercado sn; Tel: (+34) 922 804 104; Horario: M-V 10.00 – 18.00 S y D 10.00 – 14.00; mail: lasloceras@aidergomera.com) un pequeño museo dedicado a la alfarería tradicional que explica la importancia que la alfarería tradicional tuvo y aún tiene en la zona. En El Cercado aún persisten algunos talleres que han pasado de equipar las cocinas de las casas del lugar a vender souvenirs cualificados: alfarería tradicional de verdad. Nada de imposturas o sucedáneos. Nosotros tenemos la fortuna de hablar con María del Mar, una de las “tres loceras que aún quedan en Chipude”, que anda dándole a la alisadora (una pequeña piedra con la que se alisa la superficie de la cerámica) y dejando unos enormes platos de barro negro como loza fina. Es la última de una estirpe de artesanas que se remonta muchos siglos atrás y teme que, con ella, la tradición familiar se pierda.
Aún falta mucho para que eso suceda porque María del Mar es aún joven, pero nos comenta con disgusto que “hoy, nadie quiere seguir con un trabajo que te ocupa todo el día”. “La gente quiere trabajar siete u ocho horas y olvidarse hasta la mañana siguiente y el barro exige mucha dedicación”. Es un “trabajo duro” que requiere de semanas de intensa labor hasta que “por fin la loza se guisa en el horno”. Pero a ella le gusta. Es nieta de Guadalupe y sobrina de Rufina, dos mitos de la cerámica tradicional canaria y lo lleva dentro. Trabaja fino y el resultado de su mimo es un repertorio de ‘cacharros’ que hunden sus raíces tipológicas en los tiempos anteriores a la conquista de la isla por parte de los castellanos. En ese sentido, las cosas han cambiado poco. Y que así siga.
Como siempre, el sol nos dice adiós en ruta cuando se esconde. Poco antes, junto a la pared de la enorme masa pétrea de La Fortaleza, vemos como a la izquierda de la isla de El Hierro se dibujan con nitidez los contornos de lo que parece ser una isla. Una isla que no debería estar ahí. ¿Nubes?; ¿Reflejos?; ¿Sombras? Nos gusta pensar que hemos visto San Borondón y aprendemos a comprender a los gomeros y gomeras de hace seis siglos. El lugar invita a la reflexión y a la espiritualidad. Un halo sobrenatural que aún hoy puede percibirse. Energías ocultas quizás. Un lugar auténtico, en todo caso. De los que quedan pocos. Por suerte, la isla canaria de La Gomera es generosa en este tipo de rincones.