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Derry y Londonderry; historia de dos ciudades
Derry es una ciudad mártir. La violencia, más allá de las habituales apariciones esporádicas que han perturbado la paz de multitud de poblaciones, es aquí parte consustancial de la historia reciente; está incrustada en la piel ciudadana. Y allá arriba, escondida de las filas ordenadas de casitas tras sus murallas, Londonderry también esconde un currículo marcado a sangre y fuego. Escenario de dos de las convulsiones que han conformado el complicado mapa de equilibrios políticos, religiosos y sociales de Irlanda del Norte, la ciudad intenta superar a golpe de reconciliación los ecos lejanos del gran asedio del 1688 y los gritos aún recientes del ‘Bloody Sunday’, origen de los ‘problemas’ que asolaron al Ulster durante dos décadas. Es consciente de estas dos realidades y el antagonismo aún se respira en las calles; es, paradójicamente, parte de su identidad.
Pero Derry y Londonderry han decidido mirar hacia delante. La reconciliación entre las comunidades protestante y católica (una forma simple de hablar de unionistas y republicanos irlandeses) avanza a buen ritmo y hoy, cuando se los ecos de las sirenas y los disparos son muy lejanos, esta pequeña ciudad del noroeste de Irlanda ofrece una buena paleta de atractivos para el visitante: un casco histórico interesante; la cercanía de la Causeway costera con la ‘Calzada del Gigante’ como icono más reconocible; los murales políticos de los barrios católicos o alguno de los mejores pubs con música en directo de la isla atraen cada año a un buen puñado de viajeros.
LONDONDERRY.- Entrar en la plaza fortificada es dar un paso atrás en el tiempo. Cuando llegaron los primeros colonos londinenses, a finales del XVI, la ciudad no era más que un puñado de cabañas a orillas del Río Foyle. Representantes de los principales gremios de la lejana Londres se establecieron en el lugar para vitalizar la economía local y reforzar la influencia inglesa en la zona. Londonderry se construyó siguiendo los esquemas de los campamentos romanos. Una soberbia muralla de más de kilómetro y medio de perímetro, ocho metros de altura y más de nueve de grosor guarda aún el centro urbano. Cuatro puertas dan acceso al recinto. La del Obispo, al sur, la de Ferryquay, al este, Shipquay, al norte, y la Butchers Gate al oeste.
Todas ellas se cerraron a cal y canto el 7 de diciembre de 1688 cuando las tropas del católico Jacobo II se presentaron frente a una ciudad que había jurado lealtad al aspirante Guillermo de Orange, príncipe protestante de origen holandés que se había hecho con el poder tras lo que se conoce como ‘La Revolución Gloriosa’. Resistió Londonderry por espacio de 105 días a las bombas, la enfermedad y el hambre al grito de ‘No Surrender’ (no hay rendición): un lema que trascendió más allá del asedio y se ha convertido en una de las señas de identidad de los unionistas irlandeses.
Una buena manera de acercarse a la historia de la localidad es el Tower Museum. El tema estrella es la heróica resistencia de los ‘aprendices’ gremiales ante el empuje de las fuerzas jacobinas, pero uno puede rastrear otros episodios del devenir de los siglos desde que la fundación del Monasterio de San Columbano (siglo VI) atrajo a los primeros vecinos. El resurgir industrial de los siglos XVIII y XIX; los estragos de la Hambruna de la Patata y el éxodo masivo hacia Norteamérica; los naufragios de la ‘Armada Invencible’ o, como no, ‘los problemas’ tienen su hueco en un museo bien construido y, raro por estas latitudes, libre de la pasión partidista.
Tampoco es mala idea pasear sobre los muros y ver toda la ciudad mientras se sortean cañones que apuntan en todas las direcciones. Desde las alturas se ven mejor las vidrieras magníficas del Guidall, el ayuntamiento neogótico del siglo XIX. También a ras de muro se encuentra la Catedral Protestante de San Columbano, un típico ejemplo del llamado ‘gótico de implantación’ que sustituyó al primitivo templo medieval destruido durante el asedio. Merece la pena entrar y sentarse. Más allá del valor arquitectónico del edificio (del siglo XVII) y sus techos pintados, no es mala idea rastrear las banderas que adornan la nave central y leer las hazañas de todas las guerras y batallas en las que se ha visto involucrado la Gran Bretaña. Sudáfrica, Crimea, las trincheras enlodadas de la Gran Guerra o los esfuerzos por neutralizar a los submarinos de Hitler durante la Batalla del Atlántico. Hechos de armas con nombres y apellidos. Listas de muertos. Generales y soldados rasos. Todos tienen un hueco entre los héroes.
Nuestro particular circuito se completaría pasando sobre el austero arco de la Puerta del Obispo y volviendo a la rivera del río por el oeste. Más allá de los prados verdes que sustentan los muros se alza la torre altiva de la Iglesia de San Eugenio, cabeza de la Iglesia Católica de, esta vez, Derry. A su alrededor, como buscando protección, se concentran las casitas del Bogside. La decoración cambia. Banderas verdes, blancas y naranjas adornan casas, contenedores y farolas. Algunos tejados van más allá y lanzan un grito de provocación a las murallas de la protestante y británica Londonderry: I.R.A.
Pero aún estamos del otro lado. Un lugar, éste, que vivió en primera línea los enfrentamientos que siguieron al Bloody Sunday. El Double Bastion, que ocupa el extremo suroccidental de la muralla albergó el puesto avanzado de la policía desde el que se vigilaban los movimientos del barrio católico y un poco más al norte, en el Royal Bastion se ha colocado, no por casualidad, a la temible Roaring Meg (Rugiente Meg), un enorme cañón utilizado por los defensores de la ciudad durante el gran asedio que, según cuentan, atemorizaba a las tropas de Jacobo II con el enorme estruendo de sus disparos.
No es casualidad que la boca hoy clausurada de la ruidosa Meg apunte hacia los tejados del Bogside, guardando la enrejada fachada (para evitar las ahora lejanas andanadas de piedras y otras cosas) del Apprentice Boys’ Memory Hall sede del club unionista local en el que se rinde homenaje, con toda la parafernalia paramilitar de la que suelen hacer gala los orangistas, a los trece aprendices que, desoyendo las órdenes del gobernador Laundry (recordado con curiosos peleles de diversos tamaños que llevan un cartel cosido que lo recuerdan como ‘traidor’), cerraron las puertas de la ciudad iniciando la resistencia. No surrender. El lema se repite en vajillas, llaveros, relojes, camisetas, banderolas, carteles de varios tamaños y hasta en fotografías de la reina de Inglaterra. No surrender.
La concentración de fanatismo británico ejerció de poderoso imán a los intransigentes del otro lado durante los disturbios de los años 70 y 80. En el Double Bastión se levantaba un monumento al Reverendo George Walker, líder de los sitiados protestantes de finales del siglo XVII e incitador, tras la llegada de los refuerzos británicos que lograron romper el asedio, del ojo por ojo y diente por diente que se ejerció sobre los católicos. Hasta por tres veces, potentes explosivos colocados por el I.R.A. atentaron contra el monumento, bombas que causaron importantes daños a la coqueta Capilla de San Agustín.
Aún así, Liam suele recibir con amabilidad a los turistas que se acercan a este pequeño y bonito templo protestante rodeado de jardines cuajados de lápidas: “Aquello fue terrible”, cuenta, “pero ahora las cosas han cambiado. Hemos aprendido a convivir juntos y poco a poco nos convencemos de que católicos y protestantes podemos construir un futuro brillante y tranquilo para la ciudad”, defiende con convicción. Todo un ejemplo a escasos metros de la entrada de uno de los bastiones del odio que aún siguen en pie en la ciudad.
DERRY.- Durante la época de los ‘problemas’ la Butcher´s Gate servía como puesto de control para evitar que los activistas católicos entraran en los límites de la ciudad amurallada. Más allá de los muros negros de Londonderry se extiende Derry. Las calles Fahan y Waterloo no sólo es uno de los mejores lugares de la zona para escuchar buena música en directo sino el camino hacia el Bogside, el barrio católico y obrero que se convirtió en el escenario del enfrentamiento violento entre las dos comunidades durante casi dos décadas.
El punto de partida del estallido social no podía ser más desolador. Un reparto electoral que impedía a la mayoría católica aspirar a ganar las elecciones, un sistema social y económico que reservaba los mejores trabajos a los protestantes y las difíciles condiciones de vida en barrio fueron el caldo de cultivo propicio para que saltara la chispa. Y la cosa ‘se pasó de madre’ el domingo 30 de enero de 1972. Una manifestación pacífica para protestar ante una nueva ley que permitía el encarcelamiento sin juicio previo para sospechosos de terrorismo acabó en tragedia cuando los soldados del Primer Batallón del Regimiento de Paracaidistas del Ejército británico respondieron con balas a las pedradas de algunos jóvenes exaltados. 108 balas. 108 disparos fatídicos que acabaron con la vida de 14 personas. Irlanda tenía otro domingo sangriento tras los altercados de noviembre de 1920 de Dublín. Curiosamente, aquel día también murieron 14 personas. Símbolo, pues.
Este nuevo Bloody Sunday precipitó el definitivo giro hacia la violencia extremista y el Ulster se convirtió en un polvorín. “Aquello no tenía sentido. Los católicos no tenían derechos políticos en el seno de una democracia en la que no se garantizaba el principio fundamental de una persona un voto”, asegura Jerry. Ahora “las cosas han cambiado” y la situación económica y política “se ha normalizado”. Jerry atiende a los visitantes que se acercan a la People´s Gallery, un centro cívico que, a través de una impactante exposición de fotografías de la época, rinde homenaje a todos los que lucharon por los derechos civiles de la población católica. Un grupo de artistas locales ha revitalizado el arte del mural político que, en Derry, es todo un canto a la paz y una denuncia sobre la esterilidad de la violencia. “Hoy todos somos iguales”, recuerda: “no creo que esos tiempos vuelvan”.
Un sencillo monolito en la Calle Rossville recuerda a las víctimas del Domingo Sangriento. Las flores (siempre con los colores de la enseña republicana) nunca faltan y, en los últimos tiempos, nos cuentan, se ha puesto de moda colocar pequeños guijarros transportados desde el territorio de la Irlanda gobernada desde Dublín. El pequeño obelisco apunta a un cielo casi siempre gris y encapotado. Curiosamente, la vista se alza hacia los muros oscuros del Royal Bastión, desde el que la boca siniestra de la ‘Roaring Meg’ sigue apuntando desafiante al otrora ‘territorio enemigo’. ‘Estás entrando en el Derry libre’. El lema sigue presidiendo la vía principal del Bogside (Free Derry Corner), pero los horrendos edificios de pisos en los que se hacinaba la población católica han sido sustituidos por coquetas casitas unifamiliares y edificios de tres o cuatro plantas que nada tienen que ver con los deprimentes paisajes urbanos de los años 70.
Los murales de hoy poco tienen que ver con la exaltación del martirio de antaño. Un grupo de jóvenes artistas locales, conocidos como Los artistas del Bogside, han creado esta galería a cielo abierto que supone un giro de tuerca en la interpretación de los problemas y un verdadero indicador de que las cosas, tal como indicaba Jerry, han cambiado. No hay que echar un vistazo para darse cuenta de que no son imparciales. Nacen del corazón mismo del Bogside y quedan enmarcados por un mar de banderas tricolores y pintadas que recuerdan que en esta parte del tablero las fichas son republicanas. Pero, a la vez, son un canto sobre la inutilidad y el fracaso de la violencia a través del homenaje a las víctimas del conflicto. La mayoría inocentes, como Annete McGavian, una chica de 14 años que murió atrapada por el fuego cruzado entre soldados británicos y combatientes del I.R.A. Posa tranquila junto a un fusil roto y una mariposa de mil colores. Toda una metáfora al proceso de paz.
Por eso no nos extraña que una vez dentro de las murallas y camino de la Puerta del Obispo, esa misma que el Reverendo Gerorge Walker convirtió en un arco del triunfo en honor de Guillermo II, veamos un curioso cartel que reza: Oficina para la reconciliación. La sociedad de Irlanda del Norte se ha afanado en tender lazos entre ambas comunidades y hoy se prima la creación de empresas y proyectos culturales y deportivos conjuntos. Un camino que cuando se inicia, rara vez se abandona. Un camino que abre la puerta de un futuro en el que Londonderry/Derry no verá correr ante sí más que las aguas negras, casi del color de la omnipresente Guinness, del Foley.
GUÍA DE URGENCIA
Tres opciones para comer:
Fiztroys Bistro (Bridge Street, 2; Tel: (+44) 028 7126 211; mail: info@fitzroysrestaurant.com) Precio: 30 euros. Cocina internacional; buenas carnes y pescados y aún mejores ensaladas. Ambiente de típico bar irlandés.
Da Vinci's Grillroom (Culmore Road,15 Tel: (+44) 028 7127 9111)Precio: 30 euros. Cocina inglesa e irlandesa. Las carnes son muy buenas. No dejar de probar los espectaculares bistecs de ternera asados. Los pescados también son buenos.
Flaming Jacks (29 Strand Road, 29; Tel: (+44) 028 7126 6400). Precio: 30 euros. Platos de la cocina tradicional irlandesa tamizados con un toque contemporáneo interesante. Raciones enormes a precios asequibles.
Más restaurantes en Derry en Trip Advisor
Para dormir te aconsejamos uno de los muchos Bed and Breakfast que hay en la ciudad. Nosotros nos quedamos en el Phoenix y Pam y Patrick nos trataron de maravilla. Pero hay un mapa completísimo de alojamientos de este tipo en la ciudad.
Uno de los mayores placeres de viajar por Irlanda es disfrutar de su música tradicional en los miles de Pubs que hay repartidos por toda la isla. Derry no es una excepción en este sentido. El local más famoso es el Peadar O'Donnells (Waterloo St, 59-63; Tel:(+44) 028 7126 7295) en el que cada noche se dan cita los mejores músicos locales. Otras opciones igualmente aconsejables son The Bentley Bar (Market Street, 1; Tel: (+44) 028 7137 1665) o El Bound For Boston (Waterloo Street, 27-31; Tel (+44) 028; mail: dohertyles@hotmail.com).