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Guía de Estambul II: Los encantos de El Hipódromo
En época bizantina el Hipódromo ocupaba el extremo noroeste del complejo palaciego de los emperadores. La primera edificación se debió a Séptimo Severo (203), pero fue Constantino el Grande el que lo amplió dotándolo de más de 40 filas de gradas. En sus mejores tiempos, este espacio deportivo contaba con una longitud de más de 480 metros y una anchura máxima de 120. Podía acoger a más de 100.000 espectadores. En el lugar que ahora ocupa la Mezquita Azul se situaba el palco imperial que, a su vez, comunicaba de manera directa con palacio. En este lugar se llevaron a cabo espectáculos hípicos hasta la toma de la ciudad por parte de los otomanos: quedó destinado a parque de maniobras y desfiles militares.
Del antiguo Hipódromo bizantino hoy apenas quedan algunos elementos de la antigua espina (muro decorado que dividía la pista de carreras en dos). En el extremo sur se encuentra la Columna de Constantino, un obelisco de factura tosca que contrasta con el magnífico Obelisco de Tutmosis III. Esta pieza de más de 40 metros de altura (el original medía unos 60), fue construido durante el reinado del faraón egipcio (1549-1503 antes de Cristo) y se erigía en la ciudad de Luxor. Se trasladó a Constantinopla por orden de Constantino el Grande (Siglo IV), aunque su posición definitiva en la Espina del Hipódromo se debe a Teodosio El Grande (en el año 390). Este magnífico obelisco, tallado de una sola pieza, se erigió para conmemorar los éxitos militares de Tutmosis III. En la actualidad, el monumento descansa sobre un cubo de mármol blanco donde se representa (de manera bastante mediocre, por cierto) al emperador y su familia entregando la corona de vencedor a varios campeones de carreras de caballos (VER GUÍA COMPLETA DE ESTAMBUL).
Entre ambos monumentos se encuentra la Columna Serpentina, que en su origen decoraba el mismísimo templo de Apolo en la ciudad de Delfos en conmemoración de la victoria de las tropas atenienses sobre los persas en Platea. En su origen, la columna estaba coronada por tres cabezas de serpiente que sostenían un jarrón de oro. Hoy, una de estas cabezas se encuentra en el Museo Arqueológico.
El último hito del Hipódromo es la Fuente Alemana, un templete de estilo otomano regalado por el gobierno del Kaiser Guillermo a finales del siglo XIX (1895) al sultán Abdul Hamid II.
Una parada interesante en plena plaza es el Museo de Artes Turcas e Islámicas (Dirección: Atmeydani Sokak (Plaza del Hipódromo); Tel: (0212) 518 12 05; Horario: M-D 9.30-17.00). El antiguo palacio del visir Ibrahim Pasa, ministro de confianza del sultán Soleimán el Magnífico que cayó en desgracia por las intrigas de Roxelana (la esposa principal del gobernante otomano), ofrece una interesante muestra del arte islámico de los más diversos rincones del antiguo Imperio Otomano. El antiguo palacio del siglo XV ofrece una visión certera sobre la evolución de las artes plásticas islámicas a través de cerámicas, artículos suntuarios, libros, alfombras u objetos cotidianos que abarcan un periodo temporal que va desde los primeros momentos de la expansión islámica (siglo VII) a los estertores del XIX. En la planta baja del museo hay una interesante exposición etnográfica en la que se muestran reproducciones de diferentes hábitats de los pobladores de Turquía desde las tiendas de las tribus nómadas de la Anatolia hasta los elegantes palacetes otomanos de principios del XX. Objetos de uso cotidiano y vestidos completan la colección. En esta parte del museo se permite el uso de cámaras fotográficas.
La protagonista absoluta del Hipódromo es la Mezquita Azul (Dirección: At Meydani Sok, 17; Horario: Todos los días 0.00-24.00; Viernes: Horario limitado por la oración. La entrada es libre pero se solicita donativo a la salida). Sin duda alguna es uno de los iconos arquitectónicos de la ciudad de Estambul. Este enorme edificio es la obra maestra del arquitecto Mehmet Aga (por orden del sultán Ahmed I), quien dirigió personalmente las obras entre 1609 y 1616 en un solar que, anteriormente, ocupaban el Hipódromo y alguna de las dependencias del palacio de los emperadores bizantinos. Mehmet Pasa creó una obra maestra que, a punto estuvo de provocarle un disgusto.
En un alarde de autosuficiencia, el arquitecto, hasta entonces un mero maestro sin demasiada fortuna, proyectó un edificio con seis minaretes, lo que igualaba en torres a la mismísima mezquita de la Kaaba, en La Meca. Los musulmanes más rigoristas montaron en cólera y a punto estuvo de montarse un motín popular por lo que entendían un insulto al templo matriz del Islam. La cosa se solucionó con el compromiso del sultán de sufragar la construcción de un séptimo minarete en La Meca, cuestión que serenó los ánimos.
El nombre de ‘Mezquita Azul’ (oficialmente se llama Mezquita del sultán Ahmed) le viene del dominio de este color entre las 21.043 piezas de azulejos cerámicos (procedentes de Iznik) que cubren la mayor parte del interior del edificio. Los juegos de luces y sombras, creados por las más de 250 ventanas, crean una atmósfera mágica que incrementa el enorme valor arquitectónico y artístico del edificio.
Uno de los mayores logros de Mehmet Aga fue aligerar la pesadez de la enorme cúpula de más de 43 metros de alto y 23 de diámetro que corona la cúspide del edificio. El arquitecto creó una ‘cascada’ de cuatro semi cúpulas que ayudan a sostener el edificio dando una sensación de ligereza que acentúan los seis minaretes. El acceso al interior se hace a través del Patio de las Abluciones, que presenta la típica galería porticada de las mezquitas otomanas. En el interior, la enorme cúpula, sostenida por cuatro pilares de cinco metros de diámetro, es el gran elemento arquitectónico que domina el interior de un edificio que, en su punto más alto, supera los 43 metros. Los expertos aseguran que el arquitecto, que hasta el momento de emprender el proyecto era conocido por su maestría como ebanista y músico, fue discípulo del genial Sinán. La huella del gran constructor otomano se halla por doquier en la propia configuración del templo y su decoración. Las 260 ventanas, originalmente, estaban cerradas con vidrieras venecianas, hoy sustituidas por cerramientos modernos. A los no musulmanes, les sorprenderán las galerías superiores destinadas para las mujeres y los templetes reservados a los lectores del Corán. Tanto el Mihrab como el Minbar se tallaron en mármol blanco. Otra de las particularidades de la Mezquita Azul, que nos recuerda el curioso affaire de los minaretes, es que se custodia un pequeño fragmento de la Roca Negra mequí.
Muy cerca de la Mezquita Azul se encuentra el Museo de las Alfombras (Dirección: Acceso por Mimar Mehmet Caddesi; Tel: (0212) 518 13 30; Horario: M-S 9.00-16.00), una pequeña exposición en la que se muestra la historia de este arte a través de piezas recolectadas a lo largo y ancho del territorio turco. A espaldas de la gran mezquita se encuentra el Bazar de Arasta Carsisi. A diferencia del Gran bazar, aquí se pueden encontrar trabajos finos de artesanía para bolsillos más desahogados sin los agobios del turismo de masas. En este lugar se encuentra otro de los imprescindibles de cualquier visita a Estambul, el Museo de los Mosaicos (Dirección: Torun Sokak; Tel: (0212) 518 12 05; Horario: M-D 9.00-16.00). Situado en una antigua galería de los aposentos privados del palacio bizantino, este pequeño museo muestra alguno de los mosaicos más impresionantes de la ciudad. A diferencia de los mosaicos localizados en las iglesias, los ‘suelos palatinos’ son pródigos en escenas de la vida cotidiana y en referencias a la mitología helénica.
Muy cerca de la zona del Hipódromo se encuentra la mezquita de La Pequeña Santa Sofía (acceso por Mehmet pasa Sokagi), una antigua iglesia bizantina del siglo VI transformada en mezquita bajo el reinado del sultán Beyazit II. Este edificio, fundado bajo la advocación de los mártires San Sergio y San Baco, es uno de los mejores ejemplos de arquitectura bizantina de la ciudad. En el interior destacan la curiosa disposición de la cúpula dividida en 16 secciones que alternan superficies planas y cóncavas y la virtuosa decoración vegetal de las columnas, que muestran el gran nivel de los canteros bizantinos. No hay que perder la oportunidad de subir a la galería para ver de cerca la decoración de los capiteles y los textos griegos del friso. En el exterior, destacan el minarete y el cuidado cementerio que rodea la práctica totalidad del edificio.
Desde la Pequeña Santa Sofía se puede acceder en pocos minutos a las murallas marítimas (Kennedy Caddesi) y al paseo que, bordeando la Punta del Serrallo, permite recorrer el exterior de todo el casco histórico. Si se encaminan los pasos hacia el Este, se llega al barrio marinero de Kumkapi, donde se encuentran muy buenos restaurantes de pescado fresco. Desde el puerto de Kumkapi salen los barcos que comunican Estambul con las Islas de los Príncipes.