Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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“Posverdad” es el término de moda entre los corrillos de periodistas, analistas políticos y académicos que son, somos, muy de acuñar palabros que más que desnudar la realidad, la disfrazan. De hecho, el Diccionario Oxford la ha elegido como palabra del año, con la siguiente definición: “Relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.
No es nada nuevo, es lo que hacen constantemente la política, la propaganda, la publicidad y el mal llamado periodismo, apelar más a los sentimientos que a la verdad. Pero esto tenía ya un nombre: mentira y manipulación.
Las campañas del Brexit y Donald Trump, basadas en falsedades, promesas incumplibles y llamadas al sentimiento patriótico, han servido a los expertos para describir esta época como “la era de la posverdad”. Se cae en lo que se denuncia. La palabra oculta la realidad tanto como quienes la pervierten. Se reviste con un término difuso y confuso, que oscurece más que aclara, que difumina más que define, que suaviza las aristas cortantes y aligera el peso de las falacias y las mentiras. La “posverdad” es una palabra posmoderna y “posverdadera”. Es una palabra de mentirijillas. Es llamar a las magdalenas, cupcakes. Es glasear la realidad con mucho azúcar.
Eso es la posverdad, una simulación, un disimulo y una banalización, como cuando nuestros padres nos aconsejaban de niños no decir “eso es mentira” sino un más educado y menos ofensivo “eso no es verdad”. Exactamente eso es lo que se consigue con el palabro, suavizar las formas y ofender menos. Te pueden mentir a la cara y jugar con tus sentimientos y tú debes responder con una amable sonrisa. Pero hay que decir que el rey va desnudo, no que se ha desvestido. Hay que repetir que lo contrario de la verdad no es la posverdad, es la mentira.
Entiendo que el término pretende englobar esa mezcla de medias verdades, mentiras piadosas, hábiles matices y demás técnicas de distracción masiva que con tanta eficacia han manejado los populismos neofascistas y la propaganda política de cualquier signo. Pero para denunciarla y combatirla, no hay que caer en sus trucos, no hay que dejarse embaucar por su misma neolengua que vacía la realidad de su crudeza a base de eufemismos.
En una época en la que los políticos alcanzan el éxito con mentiras y hay medios que contaminan al público con falsedades, en la que ni la manipulación despiadada ni la intoxicación premeditada traen consecuencias negativas, sino más bien al contrario, hay que redoblar esfuerzos por devolver a las palabras su significado y llamar a las cosas por su nombre. Aunque te llamen radical, demagogo y populista quienes precisamente utilizan la demagogia y el populismo más radicales para manipular a las masas.
No hay que llamar “ajuste” a los recortes, ni “impulso aventurero” a la emigración forzosa, ni “crecimiento decelerado” a la crisis, ni “crisis” a lo que es una estafa, ni “populismo de derechas” al fascismo. La “posverdad” es otra victoria de la mentira.
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