Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.
Los piratas escondidos entre los autores y los internautas
Pues a mí me parece muy puesta en razón la respuesta de don Jorge Plaza a don ComeRanas, con respecto al excelente artículo de Antonio Orejudo. Igual que a Orejudo, a mí me hacen chiribitas los ojos cuando oigo a algún majadero repetir con tono pomposo, como si dijera algo sensato, que no se pueden poner puertas al campo. ¿Cómo que no? Barástolis, pues no hay pocas puertas en el campo, y rejas y vallas y alambradas y cercas y muros y cotos privados de caza y fincas y cortijos… En fin, incluso en el caso de que semejante majadería fuera cierta, ¿acaso el hecho de que no se pudieran poner puertas convierte el campo en propiedad pública?
En efecto, que sea más difícil defender un derecho no puede ser la razón para dejar de considerarlo derecho y renunciar a protegerlo.
¿Por qué no se les cobra un canon a los proveedores de internet para satisfacer derechos de autor? ¿Por qué no pagan la apandadoras compañías telefónicas que nos levantan cincuenta pavos al mes sólo por poder conectarnos? Al fin y al cabo son las telefónicas las que se lo llevan crudo, pues que paguen a los autores, ¿no? Igual que la ley reconoce el derecho a la copia privada, pero establece un canon digital para cualquier soporte de grabación, ¿por qué no van a pagar los que facilitan la copia privada en internet? Porque a mí me parece que con cincuenta pavos al mes ya van bien pagados los derechos de las tres películas que pueda ver yo.
Si compro una cinta magnetofónica, el que me la vende tiene que pagar un canon, aunque luego yo no haga otra cosa que grabar los ronquidos de mi novia para usarlos como prueba de cargo en una discusión. Pues ídem de lienzo.
Como Orejudo, no creo que existe un derecho a la propiedad intelectual. No somos los únicos: pregúntele a las empresas farmacéuticas y sus patentes, sin ir más lejos. También creo (y no sé qué pensará Orejudo) que cuesta protegerlo, lo que hace aún más extravagantes los brindis al sol de los detractores de la propiedad intelectual en internet, que sólo parecen defender los intereses de los únicos que sí que cobran (y no precisamente cuatro perras): las telefónicas. Entre los autores, que no ven un duro, y nosotros, que pagamos bastante cada mes, están parapetados los que de verdad hacen caja, los auténticos piratas.
Con respecto a la cuestión de por qué se protege más la propiedad material que la inmaterial, creo que nada tiene que ver con bits y átomos. Si allanas una finca de la duquesa de Alba, te saca a rastras la Guardia Civil. Si te bajas un pdf de una novela de Orejudo, algunos incluso aplauden en nombre de la libertad. La causa no es internet ni la dificultad de hacer cumplir la ley, sino la simple brutalidad: nos parece más respetable lo que se puede tocar (por mucho que juremos preferir siempre “la belleza interior”).
La prueba es evidente. Hoy en día hay personas que todavía pueden vivir de un trozo de tierra del que sus antepasados se apoderaron por la fuerza. Por ejemplo: la duquesa de Alba. Como se sabe, los descendientes de Cervantes, de haberlos, no cobrarían un duro ya hace siglos, pues la duración de los derechos de autor sólo se extiende unos setenta años más allá de la muerte del autor. ¿Cómo le extraña a nadie que nos tomemos la propiedad intelectual a pitorreo?
El mensaje para los más jóvenes queda claro: no te esfuerces en componer una sinfonía, inventar una fórmula matemática o escribir sonetos, que tus descendientes se quedarán con una mano delante y otra detrás. ¿Que te dan el Nobel o el Cervantes? No seas crío, Bárcenas, Blesa y no digamos Botín apandan más en veinte minutos. ¿Que eres una gloria del deporte? No seas chiquillo, pregúntale a Urdangarin y ya verás lo que te conviene.
Si suprimiéramos por fin el derecho a la herencia y la propiedad privada de los medios de producción, tampoco reclamaría derechos de autor. De hecho, los he cedido gratis a Cuba, por ejemplo. Mientras sigamos así, que la Guardia Civil proteja los derechos de autor con la misma contundencia que las propiedades de la duquesa de Alba. Y si es más difícil, pues que paguen los que se lucran: los proveedores de internet, esos piratas.