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La prohibición del 'burkini' choca con la crítica feminista

El uso del bañador integral ha levantado polémica en Francia en los últimos días

Andrea Pérez

Al menos tres parques acuáticos de Girona no permiten el uso del llamado 'burkini' o bañador integral por “motivos de seguridad” en instalaciones donde las usuarias se deslizan a gran velocidad, también llamadas atracciones de Body Slide. Los carteles que señalan la prohibición de esta prenda, de los que ha informado El Periódico esta semana, se suman a la polémica de los últimos días sobre el uso del bañador de cuerpo entero tanto en estos parques como en las playas o piscinas.

La controversia ha reabierto el debate acerca de si el uso de esta pieza de ropa representa un síntoma de la opresión de la mujer musulmana o de un ejercicio de libertad individual y derecho al propio cuerpo. En este sentido, las aportaciones del feminismo con perspectiva musulmana rompen con los argumentos estándares y cuestionan tanto el uso del término ‘burkini’ como la legitimidad de las prohibiciones en aras de la seguridad en los parques.

Julià López-Arenas, director de Water World, uno de estos parques, explica que en absoluto se trata de un “veto” sino que, simplemente, y por motivos de seguridad, se prohíben las prendas que no estén completamente pegadas al cuerpo: “Hemos tenido muchos más casos de personas que querían tirarse por los toboganes con prendas holgadas, como camisetas de algodón”, recuerda.

Un nombre controvertido

Briggite Vasallo, periodista e integrante del grupo Red Musulmanas, un colectivo de mujeres que trabajan por la difusión del feminismo islámico, considera que el término ‘burkini’ es tendencioso, pues “hace una correlación mental fácil y bastante estrafalaria entre un bañador, un burka y los talibanes”. Visión que comparte Hallar Abderrahaman, trabajadora social y activista, que recuerda que el llamado ‘burkini’ es un “simple bañador [...] que no es utilizado sólo por las mujeres musulmanas”. En el caso particular del bañador integral, Abderrahaman explica que se trata de una tela pegada al cuerpo que no genera ningún problema de seguridad: “Utilizo la misma marca que Mireia Belmonte”, explica.

Ambas activistas califican el recelo hacia esta prenda como un claro caso de islamofobia de género. Abderrahaman entiende que se trata de un acto “de hipocresía, de racismo, de odio y de islamofobia”, de una serie de medidas que propician comportamientos colectivos que “van en contra de la visibilidad de la mujer musulmana en Europa”. Vasallo argumenta que la violencia que sufren las mujeres musulmanas en Europa es racista y machista simultáneamente.

Cubrir el cuerpo: una decisión individual

Las activistas critican que el uso del velo, integral o no, se entienda en muchas ocasiones como una consecuencia de la opresión que los hombres musulmanes ejercen sobre estas mujeres: “No puedo hablar en nombre de todas, pero yo creo que al igual que hay gente a la que le da pudor enseñar una parte de su cuerpo, tengo derecho a que no se me cuestione por tapar el mío. Se trata de una elección propia y, sino, que pregunten a las monjas”, explica Abderrahaman. La trabajadora social considera que su referencia no es el hombre y, por tanto, el hecho de que él no vaya cubierto no implica que ella no pueda tomar la decisión opuesta: “Dan por hecho que mi libertad es que vaya desnuda”, añade.

Abderrahaman, que reside desde hace poco en Barcelona y es activa en las redes sociales, explica que se ha encontrado con todo tipo de argumentos que cuestionan el uso del velo o el bañador integral como, por ejemplo, que no es seguro taparse excesivamente en las playas porque tras la ropa podría esconderse algún tipo de arma. Vasallo recuerda, en este sentido: “Que las terroristas se dedican a bañarse en las playas vestidas con licra es un argumento digno de Monthy Pyton que solo cala en una sociedad muy ignorante o muy racista”.

La periodista utiliza el concepto ‘purplewashing’ para referirse a las opiniones que, ejerciéndose desde una óptica presuntamente feminista, critican que las mujeres musulmanas decidan cubrir su cuerpo de manera integral, argumentando que se trata de una práctica machista: “Solo se vuelven 'feministas' cuando se trata de quitarles derechos básicos a las musulmanas”, critica. Vasallo considera que “tenemos que dejar de preguntarnos hipócritamente si son víctimas del daño que le hacen otros y darnos cuenta de una vez que las agresoras somos nosotras”.

Vestir a contracorriente como acto de reivindicación

La visión de estas dos activistas entiende el uso del velo como un acto de rebeldía y reivindicación: “El cuerpo más molesto es el cuerpo de las mujeres que deciden vestir a contracorriente”, argumenta Vasallo: “No es que las musulmanas sean sumisas: es que son lo bastante rebeldes como para retar con sus cuerpos al Estado racista”, concluye.

Abderrahaman lamenta no sentirse apoyada por parte del feminismo blanco, con el que, cree, deberían “ir de la mano”. En este sentido, Vasallo considera que el feminismo blanco “es un feminismo obsesionado con el género que no ha prestado atención a los otros ejes de opresión y que acaba dibujando un mundo donde las mujeres solo somos blancas y las personas racializadas son todas hombres”, de modo que “le cuesta aceptar que existen otros feminismos porque es racista, así de simple y así de dramático”, asegura. Esto explica, para Vasallo, que las prohibiciones de llevar velo no se hayan vivido como un ataque a la libertad de la mujer: “Porque para el feminismo blanco, las musulmanas no son mujeres. Las blancas somos los 'machirulos' de la raza. Y es muy grave que las feministas no nos demos cuenta de ello”, se lamenta.

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