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Llinars, la difícil misión de llorar la tragedia aérea en la intimidad

Una estudiante ante las velas de recuerdo a las víctimas del accidente

Noelia Román

“Uno va a los sitios, pero nunca sabe si regresará. Todos tenemos un día para nacer y otro para morir; el martes fue el de ellos y punto”, sentencia una vecina de Llinars del Vallés, acodada en la barra del bar de la estación de tren de la localidad, frente a un café con leche.

“Eso es cierto, pero ahora que los dejen tranquilos ya porque todo el mundo habla de ellos, son la comidilla”, le replica una joven, que también apura su café a la espera del tren.

Apenas 24 horas después del desastre aéreo, los 16 estudiantes alemanes fallecidos en el vuelo de Germanwings están en boca de todos en Llinars del, la pequeña población barcelonesa que los había acogido durante una semana en un intercambio lingüístico-cultural.

Todo el mundo en pueblo conoce a alguien que albergó a algún joven en su casa en esta ocasión o en visitas anteriores. Llinars lleva haciendo intercambios de este tipo algo más de dos décadas y, desde entonces, sus calles se llenan de chicos “altos y rubios” cada primavera.

Larga tradición de intercambios estudiantiles

“Era normal verlos por el pueblo. Hace años que vienen y funciona muy bien; es algo muy positivo para nuestros niños”, cuenta Josep Aixandri, concejal de Hacienda e Interior del Ayuntamiento de Llinars.

Aixandri lleva más de un día pegado al teléfono y dando la cara ante los numerosos medios de comunicación que desean saber algo más de los 16 muchachos y las dos profesoras germanas que apenas unas horas antes del fatídico accidente aéreo se despedían del pueblo donde habían practicado español durante siete días con los mismos muchachos que, en diciembre pasado, los visitaron en Haltern am See, en Renania del Norte-Westfalia, para hacer lo propio con el alemán.

“Ayer [el martes] a las seis de la mañana aún los teníamos aquí y, cuatro o cinco horas después, todo se había acabado”, señala Aixandri, con pesadumbre y pulcro respeto.

Ruth, su hija mayor, maestra de profesión, acogía a una de las chicas fallecidas. Como abuelo, ha vivido el drama casi en primera persona. Pero no revela ni un detalle más de lo estrictamente necesario. “Con mi nieto aún no he podido hablar, pero mi hija está destrozada”, se limita a decir Aixandri.

Las autoridades del pueblo, de 9.000 habitantes, y los responsables del instituto Giola se han propuesto la no fácil misión de ponerle coto al morbo. El acto de homenaje a las víctimas celebrado el miércoles en el centro es sólo para alumnos, padres y profesores. Y los momentos compartidos tratan de que también sean íntimos.

“Agradezco vuestro interés, pero os pido que respetéis la privacidad de los alumnos, las familias y los profesores. Lo importante para nosotros es acompañarlos a pasar el duelo y a ir retornando a la normalidad necesaria”, dice Silvia Genis, la directora del instituto Giola, ante decenas de cámaras y micrófonos.

Los pocos detalles que se conocen del “emotivo” tributo los revelan algunos padres y alumnos a la salida. Hubo imágenes de las vivencias conjuntas, poesía, flores y una canción, Atemlos Durch die Natch de Helen Fischer, que los chicos alemanes enseñaron a sus compañeros españoles.

“Algunos estudiantes estaban tan afectados que no podían parar de llorar”, revela Aida Toro, una exalumna del centro que también acudió al homenaje para solidarizarse con los profesores y registró la canción en su móvil.

“La mayoría están deshechos y se preguntan que por qué la vida es tan injusta, por qué el avión en el que iban sus compañeros”, cuenta una madre. “Pero son lo suficientemente grandes como para entender que fue un accidente, una tragedia”, tercia otra.

Ni ellas ni sus hijos habían convivido directamente con los fallecidos, que tenían entre 15 y 16 años. Ninguno de los que acceden a hablar lo habían hecho, en realidad.

Información mal entendida

“¡Es vergonzoso! ¿Le parece normal que estén aquí grabando la desgracia de la gente? ¿No pueden hacer nada?”, le espeta una estudiante del instituto Giola, entre sollozos, a uno de los seis policías que intentan mantener el orden a las puertas del recinto.

El comportamiento de algunos periodistas es, por momentos, bochornoso. El agente pone cara de circunstancias y aconseja a un grupo de alumnos que se alejen de las cámaras, mientras la ambulancia que estaba aparcada a las puertas del recinto, por si acaso, lo abandona sin nadie dentro.

El drama se intuye, no es necesario verlo. Los muchachos que no pueden contener las lágrimas se quejan de que los graben sin permiso. Los que aguantan el tipo comentan entre ellos lo absurdo de la tragedia y de lo que la sucede.

“El destino estaba para ellos”, afirma Elisa, una abuela cuyas dos nietas van al colegio Ginebró, el otro centro de Llinars que, en los mismos días, acogió a otros 43 chavales alemanes de entre 13 y 14 años. “Si hasta la chica que se olvidó la documentación y tuvo que regresar a buscarla llegó a tiempo para coger el maldito vuelo”, prosigue para argumentar su sentencia.

Los otros 43 estudiantes germanos aludidos abandonaron el pueblo en la mañana del miércoles, tal y como estaba previsto. Algunos, sin embargo, optaron por regresar a sus casas en tren y no en el vuelo de Germanwings que debía llevarlos de vuelta a Hamburgo, un día más tarde que a sus compatriotas fallecidos.

“No querían volar y sus padres y profesores intentaban buscar alternativas”, expone Aixandri. No hace falta que explique nada más.

Mientras el alcalde de Llinars, Martí Pujol, cuenta que viajará a Haltern para solidarizarse con los familiares de las jóvenes víctimas y que idearán algún tipo de homenaje, a sus espaldas, las empleadas del Ayuntamiento no dan abasto. “Estamos desbordadas”, admite una de ellas.

La vida sigue en este pueblo, de 9.000 habitantes e importante tejido empresarial, que nunca había afrontado una tragedia semejante. Y mientras los periodistas continúan pidiendo información, algunos de sus habitantes acuden al consistorio para reclamar papeles, presentar documentación para intentar evitar un desahucio y solicitudes para integrar la policía local.

“Espero que esto no cambie las cosas y el próximo año volvamos a tener nuevos estudiantes”, se despide Aixandri, convencido de que, pese a la desgracia, la tradición de intercambios estudiantiles de Llinars continuará.

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