Romper el silencio para cicatrizar las heridas del franquismo
“Muchos querían hablar, dar su testimonio e incluso llorar”. Anna Miñarro, psicoanalista que ha estudiado los efectos que la guerra civil española, la posguerra, la dictadura y la transición han tenido en diferentes generaciones, recuerda como si fuera ayer ese día de otoño de 2005. Era de las primeras veces que Barcelona acogía una jornada sobre memoria, silencio y salud mental y la sala estaba llena a rebosar. “Es muy difícil trabajar un trauma que perdura tanto tiempo si no te has preguntado dónde estaban tus padres o tus abuelos en aquella época, si no has hecho un trabajo terapéutico”, dice Miñarro desde su consulta.
El silencio, la impunidad y la falta de reparación de las víctimas del franquismo explican que todavía hoy, cuarenta años después de la muerte del dictador haya personas que tengan preguntas. Es el caso de Maite Blázquez o Araceli Pena, ambas pendientes de la confirmación de ADN que les dirá si los cuerpos exhumados -a Porreres (Mallorca) en el caso de Maite, y en Adamuz (Córdoba) en el caso del Araceli- son los de sus abuelos, asesinados durante el franquismo.
Ambas, junto con otras personas, participan en un grupo reducido de ciudadanos que sufrieron maltrato, tortura, vejación o la desaparición de familiares que aún están bajo tierra. Los une la impotencia, el sentimiento de culpa en algunos casos, la tristeza en otros. Anna Miñarro es la psicoanalista que acompaña al grupo con el objetivo de cicatrizar las heridas.
“Vemos en diferentes generaciones miedo, desconfianza, negación. El trauma deja heridas abiertas que no pueden cicatrizar y que como podemos observar perduran hasta nuestros días”, asegura. En estas circunstancias, explica, el síntoma más grave que podemos encontrar es la tristeza, especialmente en aquellos testimonios en los que el silencio y la represión se ensañaron más, como es el caso de las mujeres de clase baja.
El silencio inducido por el franquismo
“Mi abuela nunca habló de mi abuelo”, dice Maite Blázquez. “Lo poco que yo sabía de mi abuelo me lo había explicado de pequeña mi madre. Me decía: 'Bueno, el 36 se los llevaron y los encerraron en un almacén de madera, un día se escaparon y esto es lo que sabemos...”. Con el tiempo, ya de joven, Maite comenzó a hacerse preguntas y a implicarse en una lucha personal para saber más de su abuelo, republicano asesinado en Mallorca cuando no hacía ni un mes que acababa de ser padre.
Según Anna Miñarro, son muchos los efectos inmediatos en el malestar emocional sobre la primera generación que sufrió la guerra. Además, sin embargo, en muchos casos estos efectos se han transmitido a las generaciones siguientes; en la primera generación lo que es traumático se conoce y se reconoce pero no puede ser comunicado, en la segunda se perciben indicios de que no se ha dicho y en la tercera la persona puede arrastrar un traumatismo no resuelto que incluso ignora. En psicoanálisis se llama “transmisión oculta”. “Es como recibir una herencia sin testamento”, matiza. “El silencio inducido por el franquismo pero también el voluntario, para proteger las generaciones posteriores, nos coloca en un mundo de melancolía que puede transformarse en dificultades psíquicas”, explica.
“¿Dónde está enterrado el abuelo?”
Quien tampoco sabía casi nada de su abuelo es Araceli Pena. “Hasta el 2012 no oí hablar de nada. Mi abuela, que era una mujer muy trempada (simpática), murió en 2007 y nunca había hablado con nadie de mi abuelo”, dice. Hasta entonces, lo único que sabía Araceli era que su abuelo había muerto en la guerra y que después su familia había emigrado a Catalunya desde Andalucía. Fue a raíz de un desplazamiento por motivos de trabajo de su marido -que tenía que ir a Granada- que Araceli y él decidieron hacer parada en el pueblo de su abuela, en Adamuz, Córdoba, que nunca había visitado. Allí le hizo a su madre la pregunta que desencadenaría otra lucha personal: “¿Dónde está enterrado el abuelo?”
“Fui al cementerio pero sinceramente no sé qué buscaba. Había un monumento a 'Los caídos por España' pero no había el nombre de mi abuelo. Se me empezó a revolver todo”, recuerda. Al volver a Catalunya comenzó a preguntar a la familia y también a buscar información por internet. Ni su madre ni su tía le decían nada, sólo que no recordaban nada porque cuando su abuelo había desaparecido eran muy pequeñas.
Desamparadas y con sentimiento de culpa
Tanto Maite como Araceli tuvieron que buscar respuesta a las preguntas por su propia cuenta. Tras recorrer archivos, registros y recopilar información a base de conversaciones con vecinos y familiares, Araceli logró documentar que era posible que su abuelo, maqui que vivió durante años en la Sierra de Adamuz, acabara después de ser asesinado enterrado en una de las fosas individuales anónimas en el cementerio municipal del pueblo, después de tres días expuesto en la plaza.
“El primer sentimiento que tuve fue de culpabilidad total. Pensé en todo lo que había vivido mi abuela y que nunca hablé con ella mientras vivió, no fui capaz de preguntarle. Después también pensando en el sufrimiento de mi madre o mi tía sin yo ser consciente...”, dice Araceli sobre cómo se sintió al saber más de la vida que había tenido su abuelo y cómo esto había afectado la de su abuela y su madre.
Maite también recurrió a internet y a otras personas que podían buscar lo mismo que ella. “Busqué el nombre de mi abuelo en Internet y me apareció la Asociación Memoria de Mallorca. Enseguida contacté con ellos y me contaron lo que sabían y que podía ser que mi abuelo estuviera en la fosa de Porreres, en Mallorca”, recuerda. El cuerpo de su abuelo podría ser uno de los exhumados en noviembre de la fosa de Porreres pero hasta que no tenga el resultado de la prueba de ADN no podrá estar segura de ello.
Quien hace más tiempo que espera es Araceli. En 2014, después de contactar con el Ayuntamiento de Adamuz y aportarle la documentación, se abrieron varias fosas anónimas donde se sospechaba que podía estar el cuerpo, tras unas primeras catas arqueológicas. Encontraron dos cuerpos con lesiones ocasionadas por una muerte traumática. A la espera de decidir cómo proceder con la identificación de los cuerpos, éstos, explica Araceli, restaron durante cerca de un año al descubierto tapados con una especie de uralita con el riesgo de que se deteriorara. “En diciembre teníamos que saber los resultados del ADN pero seguimos esperando y además están edificando nichos nuevos justo encima de donde se sabe que continuaba la fosa”, lamenta. “Nadie quiere dignificar nada”, añade.
“Los vencidos no sabían dónde poner las flores”
Anna Miñarro explica la importancia que tiene la memoria histórica y la reparación de las víctimas para que éstas puedan elaborar el duelo y la llamada transmisión oculta. “A diferencia de los vencedores, que al día siguiente de abril del 39 comienzan a hacer el duelo, los vencidos, los maltratados no saben dónde tienen que ir a poner las flores a sus muertos y encima no tienen ningún reconocimiento”, asegura . “En muchos casos vemos retraimiento, soledad o marginación pero sobre todo rechazo y si encima no puedes hacer el duelo este se convierte en un duelo patológico pero sobre todo extraordinario”, añade.
Se calcula que en España quedan 2.000 fosas sin abrir donde hay al menos 100.000 desaparecidos sin nombre ni sepultura. Desde 2013 el Gobierno español ha destinado 0 euros del presupuesto para la ley de Memoria Histórica, con la que se subvencionaban básicamente exhumaciones.
“Aún hay quienes son capaces de decir que por qué quieren hacerlo, que es un tema que hay que olvidar y que no hay que abrir heridas o desvelar fantasmas. Desde el psicoanálisis sabemos que la única manera de cerrar heridas es abrir la herida, limpiarla y cerrarla”, sentencia Miñarro. Con suerte, Maite Blázquez y Araceli Pena podrán hacerlo y cerrar así una herida abierta durante generaciones.