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“Sólo queremos que nos dejen trabajar”

Las prostitutas de Barcelona volvieron a protestar este miércoles con cacerolas por la calle Robador. /CARMEN SECANELLA

Jordi Mumbrú

Barcelona —

“Nos multan por llevar ropa de escándalo; sólo por este escote, ya me podrían multar” denuncia Rosa, mientras la chica que tiene al lado le da con todas sus fuerzas contra la tapadera de una olla. “Hace 20 años que trabajo aquí y nunca me habían multado como ahora”, continúa explicando. El sonido es constante y ensordecedor. Es la segunda cacerolada que hacen las prostitutas contra la presión policial que aplica la Guardia Urbana por orden del alcalde de Barcelona, ​​Xavier Trias.

La calle Robador, en el Raval, siempre es un escenario único, con sus prostitutas que todo lo ven y sus clientes que se las miran como si no las conocieran. Anoche, la mayoría de las chicas y algún cliente se unieron para protestar una vez más contra lo que consideran una discriminación. “Criminalizan a la pobreza y protegen a los corruptos”, critica Luis, que dice que es cliente de la Filmoteca y que ve a las chicas “de vez en cuando”. “Si quieren hacer limpieza, que empiecen por los de arriba y no por los que recogen cartones”.

La mayoría de las prostitutas van con la cara tapada, porque además de su trabajo, tienen su vida y no quieren que se las reconozca. Algunas llevan máscaras blancas de plástico y otras visten caretas más sensuales que deben haber endulzado más de un juego erótico. La cacerolada se pasea por un par de calles, las únicas donde todavía hay prostitutas que practican el oficio más antiguo del mundo. Por ahora no se plantean llevar su protesta más allá del lugar donde quieren seguir trabajando, pero no descartan nada. Ya han celebrado diferentes asambleas y se están organizando. Esperarán a ver si cambia algo y, en caso contrario, se volverán a reunir para decidir nuevas acciones. Las tapas y las cacerolas no dejan de sonar. Y estarán preparadas.

Una negociación difícil

La negociación que las prostitutas del Raval quieren abrir con el Ayuntamiento de Barcelona no es nada fácil. El actual gobierno conservador de Xavier Trias sólo contempla la abolición de la prostitución -de la que se ve en la calle, no de la de los prostíbulos- y por ello ha pedido a los agentes de la Guardia Urbana que se pasen todo el día en la calle Robador y que multen a las profesionales. La ordenanza prohíbe practicar sexo en plena calle así como ofrecer los servicios sexuales en la vía pública, pero es muy difícil que las prostitutas cometan estos delitos. La inmensa mayoría de las relaciones, por no decir todas, se hacen en pisos y los ofrecimientos del servicio casi ni existen, porque los clientes ya conocen a las chicas y ya saben con quién quieren mantener relaciones y cuál es el precio, que gira en el entorno de los 20 euros con habitación incluida. De modo que los agentes de la Guardia Urbana no las pueden multar por infringir estos puntos de la ordenanza, por lo que recurren para sancionarlas a motivos tan diversos como tirar una punta de cigarro en el suelo, lanzar las cáscaras de las pipas o estar comiendo en la vía pública. Todo vale con el objetivo de entorpecer el trabajo de las chicas.

La persecución a la que se sienten sometidas es tal que ya se han entrevistado con la Defensora del Pueblo de Barcelona, ​​Maria Assumpció Vilà, que hace meses pidió al Ayuntamiento que le enviara un informe con las multas que los agentes ponen a las prostitutas. Continúa esperando. La Síndica, mientras espera, asegura que está totalmente dispuesta a seguir colaborando con ellas y a continuar haciendo de puente entre ellas y el Ayuntamiento. Pero es difícil. Para encontrar alguna solución habría que permitir la apertura de algún tipo de local de citas en el barrio, pero la ordenanza no lo permite. La modificación del texto que han pactado CiU y PP y que se discutirá en próximo pleno abre la puerta a nuevos hoteles, restaurantes y discotecas, pero no a prostíbulos.

En los últimos años, en la pequeña pero intensa calle Robador, se ha abierto la Filmoteca de Catalunya, diferentes pisos de protección oficial, apartamentos turísticos y hasta un teatro muy chic en el que, según explica una de las chicas, “no dejan entrar a las que hacen la calle”. Aún así, las prostitutas siguen y luchan porque ni la transformación urbanística ni las multas de los agentes las echen del barrio.

El objetivo de las prostitutas es abrir una negociación con el Ayuntamiento para conseguir que les permita seguir trabajando en la calle Robador, donde hay una histórica demanda de clientes, y a cambio están dispuestas a organizarse para cuidar el espacio público y evitar que se ensucie la calle o que haya ruido. Hasta que esto no ocurra, continuará el ruido de las cacerolas.

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