Ruta contra la cola: vecinos piden a comerciantes que no vendan pegamento a jóvenes que inhalan
“¿Aquí vendéis cola, verdad?”, dice Khadeja a un responsable de un bazar oriental que, mientras mueve una de sus manos por encima de la cabeza en señal de poca comprensión, con la otra cobra un llavero a un turista. “¿Aquí vendéis cola, verdad?”, repite Khadeja, que esta vez se lleva con cuidado su puño derecho en forma de canuto a la nariz, como si sostuviese un helado a punto de derramarse. O una barra de pegamento.
Tras varios intentos más, y sin mucha suerte en la comunicación, Khadeja le dice al trabajador: “Por favor, no vendáis a los chicos... ¿Eres padre? Yo soy madre, y a los chicos no les va bien, no les va bien eso”.
Khadeja, acompañada de dos jóvenes más del barrio de la Ribera, repite la operación en otros tantos locales. Todos ellos regentados por personas de origen chino. “Es donde la cola es más barata”, aclara Khadeja, madre de cuatro hijos y vecina de la Ribera desde hace casi 30 años.
No es la primera vez que Khadeja y otros vecinos integran una ruta contra la cola. Pero sí la primera en la que lo hacen de forma organizada. Antes hablaban con los comerciantes a título personal, ahora lo hacen de forma acordada entre una veintena de vecinos. De la misma forma, organizan cuscús populares para los jóvenes migrantes del barrio.
“Son muy pocos chicos y están solos, necesitamos que los vecinos no se les pongan en contra”, comenta Maria mientras sale de un bazar de la calle Sant Pere Més Baix. Ella es otra de las personas del barrio que en alguna ocasión les ha ofrecido comida o ducha a los jóvenes. Antes de que María termine la siguiente frase, otra vecina que presencia la escena, refunfuña: “Mira la que están montando, ¿cuando roban, hay que ayudarles también?”. No todos los vecinos apoyan los métodos de Khadeja y demás personas en apoyo a los jóvenes. Algunos les tienen miedo y están cansados de su presencia en el barrio.
Los vecinos de la Ribera de Barcelona conviven desde hace años con jóvenes migrantes, en algunos casos menores y en menos todavía inhaladores de cola. “Son la minoría, los que consumen. Igual 5 o 6 de los casi 40 jóvenes migrados que hay aquí”, cita otra de las madres, que descansa en uno de los bancos del Pou de la Figuera (el 'Forat de la Vergonya', agujero de la vergüenza, conocido popularmente). “Pagan justos por pecadores”.
Según algunos vecinos de la Ribera, la presencia policial en el barrio se ha intensificado el último mes alrededor del Forat. La versión la confirma el Ayuntamiento de Barcelona. Eso ha provocado lo que algunos educadores de la zona denominan “cacheos indiscriminados”. “Cualquier joven migrante está expuesto a que se le pidan los papeles o a que se le haga un registro. Consuma o no, esté armando jaleo o no”, dice otro de los vecinos, que prefiere no decir su nombre.
Para rebajar la tensión y evitar la diáspora de jóvenes a otras zonas de la ciudad o incluso a otros países (según varios vecinos una quincena de chavales ya se habrían marchado del barrio con destino a Francia), una veintena de vecinos trabajan en una plataforma que se presentará la próxima semana. Será un espacio de apoyo a menores y jóvenes migrantes, que no sólo estará integrado por activistas o entidades por los derechos humanos en Ciutat Vella, sino en su mayoría por madres de la zona.
“Yo soy la primera que les digo que deben comportarse y dejar la cola, pero tenemos que ser más”, atiende Khadeja, poco antes de encarar la parte sur del Forat de la Vergonya. Según algunos profesionales de calle, las madres o los vecinos son para estos jóvenes una “autoridad moral”. También un espacio cercano al que –comenta uno de los integrantes de la futura plataforma en apoyo a los jóvenes migrados– “no llegan las instituciones”. “Estas mujeres son agentes comunitarios, se están enfrentando a su comunidad y hay que darles apoyo”, cita la misma fuente.