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Bólidos, fans del asfalto y vecinos indignados: la tarde en que la F1 se adueñó del centro de Barcelona

El piloto de F1 Carlos Sainz durante la celebración del Formula 1 Live Barcelona Road Show, en el Paseo de Gràcia

Sandra Vicente

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Miles de personas amontonadas, con sus teléfonos en ristre. Algunos subidos en escaleras; los más ligeros, a caballito. Todos esperan oír –que no ver, debido a la aglomeración– alguno de los bólidos de Fórmula 1 que este miércoles recorren las calles del centro de Barcelona, que se han convertido en un circuito. Desplazados peatones, ciclistas y tráfico habituales, no sin quejas, los monoplazas –y algún que otro coche de lujo, como un Aston Martin– se exhiben con buenas dosis de trompos, humareda y decibelios.

Se trata del F1 Road Show, una exhibición organizada por el Circuit de Catalunya en el marco del Barcelona Fan Festival que ha ocupado durante toda una semana el centro de la capital catalana. En Plaça Catalunya se han asentado escenarios y stands con charlas, exhibiciones y actividades relacionadas con el mundo del motor a las que la organización espera que asistan unas 65.000 personas. Esto, a su vez, es un preludio de la carrera que se celebrará este fin de semana en Montmeló.

Almudena ha venido con sus dos hijos. Ella “detesta” los coches, pero su pequeño, de tres años, está “obsesionado” con todo lo que tenga motor. La madre se ha empezado a poner nerviosa por las aglomeraciones y no ha dejado de preguntar a su hijo si estaba seguro, si no prefería irse. Él se quería quedar. Pero ha cambiado de opinión cuando el primer monoplaza ha atravesado Passeig de Gràcia –que fue reasfaltado menos de 24 horas antes para facilitar una mejor conducción a los pilotos. El rugido del primero de los motores ha asustado tanto al pequeño que se ha puesto a llorar desconsoladamente y Almudena ha tenido que llevarse a sus hijos de vuelta a casa.

Los motores de los bólidos han estado rugiendo durante más de una hora. Las 2.000 plazas que la organización ha facilitado para ver el espectáculo se han quedado cortas y las calles adyacentes se han llenado de otros miles más de personas -38.000 según la Guàrdia Urbana- que se han conformado con escuchar el ruido de los vehículos y los vítores de quienes sí han accedido al espacio.

Para Antonio, vestido de los pies a la cabeza con merchandising de diversas escuderías, es suficiente. “Me encanta esto. El ruido, que huela a gasolina. Es una fantasía guapísima”, ha exclamado. Su novia, Sofía, no opina igual. “A mí, todo esto me parece una machirulada”, ha concluido, en voz baja, cuando su chico ha vuelto la mirada al circuito.

No todas las personas congregadas este martes en el centro de Barcelona eran fans del asfalto. También han acudido a la cita centenares de manifestantes. Este evento del motor, ubicado en el corazón de una ciudad que lleva varios años avanzando en la peatonalización calles y la reducción el tráfico rodado, ha despertado la animadversión de no pocos vecinos.

Una plataforma vecinal ha publicado un manifiesto contra el acto que ha recogido la adhesión de más de 200 entidades en menos de una semana y ha organizado una manifestación a dos calles de la carrera. Los más de 300 concentrados se han intentado sobreponer al estruendo coreando consignas como “Barcelona no está en venta” y exigiendo la dimisión del alcalde de la ciudad, el socialista Jaume Collboni.

“No estamos en contra de ocupar el espacio público, pero queremos que sea en beneficio de los vecinos y vecinas”, ha apuntado Jordi Elgström, uno de los portavoces de las entidades vecinales que se han levantado contra el evento de F1. “El problema es que, aunque hoy veas esto lleno de gente, nada de todo esto es para los vecinos. El objetivo es atraer macroeventos que traerán turistas. Y todo con dinero público, con el que también se financia la contaminación y la gentrificación”, ha añadido.

A pesar de que la concentración ha sido contra la carrera de bólidos, también han salido a colación otros macroeventos como la Copa América de Vela –y la celebración de acontecimientos vinculados como el desfile de Louis Vuitton en el Park Güell–, o el Mobile World Congress. “Son una forma absurda de turistificación extrema, cuando lo que necesitamos son menos visitantes y que no nos echen de nuestras calles”, ha apuntado Elgström.

El activista hace referencia a las calles cortadas y afectaciones de movilidad que ha habido por el evento de F1 o al hecho de que los vecinos de la Barceloneta necesitarán acreditaciones para acceder a su barrio debido a las medidas de seguridad implantadas durante la Copa América.

Críticas por la contaminación acústica y ambiental

El alcalde de Barcelona ha salido en diversas ocasiones a defender los grandes eventos deportivos que la ciudad está acogiendo y acogerá en los próximos meses. Asegura que son “necesarios” para “promocionar la marca Barcelona” y apunta que dejarán un retorno económico cuantioso para la ciudad. Además, ha querido desmentir que se trate de acontecimientos elitistas y ha asegurado que podrán ser disfrutados por todos los ciudadanos.

Pero las asociaciones de vecinos disienten. Citan como ejemplo el cierre reciente del Park Güell durante dos días por la celebración de el desfile privado que afectó a la cotidianidad de los vecinos y de los alumnos que estudian en una escuela situada dentro del parque.

De hecho, a la exhibición de F1 tampoco ha podido acudir todo el mundo. Alberto y Claudio han sido dos de los miles de personas que consiguieron una entrada –gratis– para el evento. El problema es que esta no garantizaba poder acceder a un asiento, ya que se han dispensado tantas como se han solicitado y entrar dependía del orden de llegada. “Seguro que los asientos están llenos de amigotes y de empresarios. A mí que no me mientan, porque esto no está pensado para que lo vea todo el mundo”, se han quejado. Y han lamentado que no hubiera “ni siquiera” pantallas para poder ver los coches.

Otro de los aspectos más controvertidos de este evento ha sido la contaminación. El circuito ha despertado la animadversión de partidos políticos de la oposición, de entidades de vecinos y hasta del Síndic de Greuges (el equivalente catalán al defensor del pueblo) de Barcelona, que pidió al Ayuntamiento que valorara lo beneficios que obtendrá la ciudad de la actividad y la afectación a los derechos de la ciudadanía. Concluyó que el evento no se debía celebrar en el centro de Barcelona, sino en Montmeló e instó al consistorio a que contemplara “la posibilidad de cancelarlo”.

El síndico también consideró que era “difícilmente justificable” autorizar actividades contaminantes en contexto de crisis climática. De hecho, muchos de los manifestantes han lamentado la ironía de no poder acceder a Barcelona con sus coches antiguos debido a la normativa de la Zona de Bajas Emisiones (ZBE) mientras “se abre la puerta” a estos bólidos, que contaminan seis veces más que un vehículo de gasolina.

A todo ello alegó el alcalde que se trata de un evento “puntual”. Por ello, consideró que la exhibición de F1 es “perfectamente compatible” con el compromiso de “seguir pacificando el tráfico, reduciendo el CO2 y combatiendo la contaminación acústica”.

Es precisamente este último punto uno de los que también ha despertado la protesta de los vecinos y entidades. Mientras la normativa de Barcelona establece que el límite es de 65 decibelios durante el día, un bólido de F1 puede llegar a emitir más de 130.

La continuidad de Montmeló, en peligro

El Barcelona Fan Festival se ha organizado también para aumentar la popularidad del circuito y atar en Catalunya el Gran Premio de Montmeló, que peligra a partir de 2026. Ese año es cuando acaba el contrato que el Circuit –empresa púbicoprivada que gestiona la carrera– ha firmado con el FOM (Formula One Management) y también cuando empieza el que ha firmado Madrid.

Los organizadores ponen en duda que la F1 pueda convivir en ambas ciudades y Barcelona tiene las de perder, debido a las pérdidas económicas que acumula el circuito desde 2014. De hecho, cerró 2023 con unas pérdidas de 2,4 millones de euros. Con todo, el ricuit se ha sumergido en un “cambio de política” para poder conservar el Gran Premio y ha invertido 50 millones en la renovación de infraestructuras. También ha diseñado una serie de eventos, como el Barcelona Fan Festival, para devolver la popularidad a este deporte.

Pero, a juzgar por las decenas de miles de personas que se han acercado al evento en Barcelona, no parece que la falta de popularidad de la F1 sea un problema. Muchos de los asistentes han asegurado que ven todas las carreras, tanto de F1 como de otras categorías, pero reconocen que jamás han ido a Montmeló. “Una entrada puede costarte, con suerte, 300 euros. ¿Quién paga eso?”, se pregunta Eric.

A él le molesta que los manifestantes consideren que la F1 es un deporte de “pijos” y que lo pongan a la altura de otros eventos más elitistas como la Copa América. “No nos engañemos, los que vemos las carreras somos más de barrio. Pero con esos precios y el dinero que mueve, entiendo que haya gente que piense que esto también es elitista”, ha remachado.

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