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Las salas de consumo de heroína: una polémica puerta de salida

Un hombre se inyecta droga en medio de una calle en Barcelona. /CARMEN SECANELLA

Jordi Mumbrú

Las salas de venopunción, dichas ‘narcosalas’, son los espacios donde las personas con adicciones pueden consumir heroína o la droga que lleven encima con una supervisión sanitaria. Los usuarios también pueden aprovechar y tomarse un café caliente, cambiar jeringuillas usadas por otras de nuevas, curarse algunas heridas y hablar con los educadores. También pueden iniciar un tratamiento.

La sola existencia de las salas de venopunción es difícil de digerir, porque supone reconocer que entre la sociedad hay personas que se pinchan, que se drogan y porque entre los vecinos existe el temor de que puedan atraer a los traficantes. Tan potentes son estos argumentos, que son pocos los países de todo el mundo que tienen salas de venopunción. En el Estado, además de Barcelona, sólo hay equipamientos similares en Bilbao, ya que Madrid también decidió cerrar los que tenía en funcionamiento. Por el contrario, la experiencia demuestra que, al menos en Barcelona, ​​son un equipamiento necesario por diferentes motivos: reducen los riesgos de los drogadictos de sufrir una sobredosis; facilitan el intercambio de jeringuillas de forma que ya no se ven por las calles y disminuyen las enfermedades y, sobre todo, son necesarios porque facilitan el primer contacto con los educadores, que son la posible puerta de salida del infierno que viven los adictos a la droga.

La primera sala de venopunción de Barcelona se abrió en 2004, no sin polémica. Su apertura vino condicionada por el cierre del poblado de Can Tunis, que quedó engullido por la ampliación del Puerto de Barcelona. Can Tunis se había convertido en un importante mercado de heroína y, como estaba entre el Puerto y la ronda litoral, quedaba al margen de la ciudad y esto facilitó que se silenciara el problema y la poca implicación de los políticos. Cuando se derribó Can Tunis, los traficantes y los consumidores volvieron a la ciudad, y los barceloneses revivieron una realidad que parecía superada hacía 15 años, como la de heroinómanos pinchándose en medio de un parque.

El primer paso del Ayuntamiento, promovido por la entonces teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona Imma Mayol (ICV-EUiA) y presidenta de la Agencia de Salud Pública, fue abrir una sala de venopunción en Drassanes, en pleno centro, ya que en ese distrito se notó mucho el regreso de los consumidores. El otro distrito más afectado era Nou Barris, pero su concejal y también teniente de alcalde, José Ignacio Cuervo, se opuso frontalmente a que se pudiera abrir un equipamiento de estas características en su territorio. Los vecinos, animados en ocasiones por los partidos de la oposición (CiU y PP), se oponían también y dificultaron mucho la labor de Imma Mayol, que tuvo que destinar muchos esfuerzos para convencer al PSC (el socio de gobierno) de que ésta era la mejor opción.

Finalmente, después de manifestaciones vecinales y tensiones internas entre el equipo de gobierno, se encontró una solución que convenció incluso a José Cuervo, médico de formación: abrir salas de venopunción en todos los distritos para evitar el efecto llamada que se temían los vecinos e incorporar estos espacios en equipamientos sanitarios. Uno de los primeros distritos en seguir el ejemplo fue el de Horta-Guinardó (gobernado por ICV) que abrió una sala de venopunción en un módulo prefabricado frente al Hospital de la Vall d'Hebron. Los vecinos, para protestar contra el equipamiento, estuvieron más de un año cortando cada semana el tráfico de la transitada ronda de Dalt. Pero después de la tormenta llegó la calma. Y con el silencio se avanzó mucho.

Todos los partidos pactaron un Plan de Drogas a medio plazo, que todavía se está desarrollando, y como en el tema de la inmigración, se comprometieron a no hacer partidismo y anteponer siempre el acuerdo para solucionar un problema que afecta a muchas familias en lugar de poner palos en las ruedas a cambio de un titular, como ocurre a veces en política.

“El plan sigue. Nos lo hemos hecho nuestro ”, aseguró la delegada de Salud del Ayuntamiento, Cristina Iniesta en una reciente rueda de prensa. La teniente de alcalde Maite Fandos confirmó que, a pesar del cambio de gobierno, se han continuado desarrollando el acuerdo sobre drogas y durante este mandato, sin hacer ruido, se han ido abriendo nuevas salas de venopunción, integradas dentro de equipamientos sanitarios en Sants, Sarrià, Sant Martí, Sant Andreu y próximamente se abrirá uno en Nou Barris y se trasladará el de Gràcia y el de Baluart porque han quedado pequeños. La aprobación del nuevo plan, seguimiento de lo anterior, está prevista por el pleno municipal del mes de septiembre.

“Hemos ido aprendiendo”

El director de Calidad y Servicios de la Agencia de Salud Pública, Joan Ramon Villalbí, conoce los datos y también casos concretos y es un firme defensor de estos equipamientos. Como saben muy bien los educadores sociales, uno de los principales retos para ayudar a los consumidores es ganarse su confianza. Las salas de venopunción facilitan mucho esta tarea ya que es el propio usuario el que va a buscar el servicio. “Las adicciones por definición son crónicas. Y la gente tarda mucho en buscar ayuda, porque se piensa que controla y que lo podrán dejar. Normalmente, cuando van a buscar ayuda ya ha pasado demasiado tiempo ”, explica. Las salas de venopunción, en cambio, permiten que el consumidor tenga siempre contacto con unos profesionales que intentan, poco a poco, convencerlo para que comience un tratamiento. Esta realidad, según explica Villalbí, se ha podido ver muy bien gracias al equipamiento de la Vall d'Hebron, donde llegaron nuevos consumidores de heroína que tuvieron menos dificultades para seguir un tratamiento. “Nosotros mismos hemos ido aprendiendo”, reconoce.

En el consumo de drogas juegan diferentes factores y uno de ellos es este tipo de equipamiento. En 2007 atendían casi 9.000 consumidores, mientras que en el año 2009 la cifra era de unos 5.000. El descenso en el consumo de heroína ha continuado y en 2012 se atendieron a 3.500 personas.

En cuanto a las jeringas que se encuentran por el suelo, un hecho que genera una cierta alarma social y que puede provocar la transmisión de enfermedades, en 2004 se recogían cerca de 13.000 al mes. Esta cifra ha caído en picado y, actualmente, se recogen unas 3.000 en toda Barcelona.

Villalbí también asegura que, en ningún caso, estos equipamientos han atraído a traficantes.

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