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“Desde lo de la iglesia del Pi muchos han vuelto al punto de partida”

Imagen de archivo de las protestas protagonizadas por inmigrantes en Barcelona en 2001. /CARMEN SECANELLA

Pau Rodríguez

Barcelona —

Los migrantes vuelven a pasar la noche en una iglesia de Barcelona para desenterrar viejas reivindicaciones: papeles para todos, trabajo y un techo bajo el que vivir. Ocurrió en 2001, cuando unas 350 personas de distintos orígenes se encerraron en la iglesia del Pi, en el centro de la ciudad, y vuelve a suceder ahora, doce años y una crisis después, cuando casi un centenar de personas de origen subsahariano ha ocupado la iglesia del Sagrat Cor, en el barrio del Poblenou, para pedir al Ayuntamiento una vivienda digna después de ser expulsados de las naves industriales ocupadas de las calles Puigcerdà y Pere IV.

En aquella ocasión, en enero del 2001, la inminente aprobación de la ley de extranjería del PP provocó que hasta un millar de inmigrantes -pakistanís, bengalís, subsaharianos, marroquís...- se encerrara en una docena de parroquias de la ciudad y de algunos municipios vecinos para exigir la regularización de su situación en España. Fue probablemente el primer acto de autoafirmación y reconocimiento del colectivo inmigrante no solo en Cataluña, sino en el resto del estado -donde también hubo protestas y manifestaciones-, recuerda Norma Falconi, activista y entonces portavoz de los encerrados.

La acción duró 47 días -15 días de huelga de hambre mediante- y meses después los que participaron en ella obtuvieron sus tan reclamados papeles, gracias a un acuerdo con la Delegación del Gobierno que se hizo extensible a los inmigrantes de todo el Estado que hubieran llegado a España antes del 23 de enero de 2001. “Fue un éxito, un gran gol que le marcamos a un PP con mayoría absoluta”, rememora Falconi, que añade: “A partir de entonces los inmigrantes pudieron empezar a construir sus vidas”.

Pero la victoria quizás no fue tal. Una década después, “nos encontramos que algunos de los que estuvieron encerrados en las iglesias malvivían ahora en las naves de la calle Zamora”, uno de los primeros asentamientos en el barrio del Poblenou, explica Omera, de la entidad Papeles para Todos, una plataforma de apoyo al colectivo migrante que precisamente nació en enero del 2001. A partir del encierro, y la consiguiente obtención de papeles, muchos inmigrantes pudieron buscar trabajo y alquilar un piso, tal vez reagrupar a sus familias, pero la crisis les ha devuelto a la casilla de salida. “Muchos acabaron por no poder renovar sus permisos residencia temporal autorizada porque perdieron el trabajo”, cuenta Falconi. En este caso, su situación es la denominada irregularidad sobrevenida. “Han vuelto al punto de partida”, sentencia la activista.

Del encierro en el Pi a la solidaridad en el Poblenou

Idrissa acababa de llegar en 2001 a Barcelona, procedente de su Sierra Leona natal, entonces en guerra, cuando se enteró de que un grupo de inmigrantes se había encerrado en unas iglesias para luchar por sus derechos. “En mi caso me encerré junto con otros compañeros en la iglesia Sant Pere Claver, en el barrio del Poble Sec”, explica Idrissa, “y después de unos meses ya tenía papeles”. Un permiso de residencia que le facilitó el acceso en poco tiempo a un puesto de trabajo, en la cocina de la Mútua de Terrassa, y luego a traer a su mujer de Sierra Leona a Barcelona.

Frente a la parroquia Sagrat Cor del Poblenou, a la que se ha desplazado para apoyar a los encerrados, Idrissa se muestra optimista: “Entonces también empezaron pocos, luego vino más gente y se consiguieron los objetivos”, opina. Idrissa considera fundamental la “solidaridad”, tanto vecinal como de los demás afectados de la ciudad, y está seguro de que si estos días se propagaran por Barcelona encierros similares, la Administración cedería a las peticiones, más ambiciosas que los pisos de alojamiento temporal -de ocho días prorrogables- que ofrece el Ayuntamiento de Barcelona a los desalojados de las naves del barrio.

Comparaciones difíciles

Sin embargo, los activistas vecinales del Poblenou que apoyaron las protestas en 2001, y que ahora han prestado su ayuda a los habitantes de los asentamientos, creen que las dos situaciones son muy diferentes. “No se puede comparar”, dice Falconi, “porque aquellas acciones fueron mucho más masivas”. En ello coincide Montse Milà, veterana de la Asociación de Vecinos del Poblenou, que añade: “El contexto es totalmente diferente. Entonces no había una crisis económica, al contrario, al menos había esperanza de trabajo; ahora la solución debe ser mucho más global, porque por mucho que se les de papeles a los que no tienen, o techo temporal, siguen sin poder ganarse la vida”, dice.

Entonces fueron un millar y ahora, de momento, no llega al centenar el colectivo encerrado en la parroquia. “¡Pero es que entonces tampoco nadie pensó que se conseguiría nada!”, subraya Idrissa.

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