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Una madre en pie de guerra contra el despilfarro en los comedores escolares

Cada vez más comedores escolares donan su excedente alimentario

Pau Rodríguez

A Cristina Romero le sorprendió que en el comedor de la escuela de su hijo, en la localidad de Fortià (Girona), todos los alumnos, cualquiera que fuera su edad, recibían las mismas raciones. “¿Come las mismas croquetas un chico de Sexto que uno de Primero? No. Pues las que sobran, se tiran”, se lamentaba justo hace un año, poco antes de decidirse a empezar una campaña contra el despilfarro de alimentos en los comedores escolares que la llevará a reunirse este miércoles con varios diputados en el Congreso, y que, de entrada, ya ha conseguido un cambio: que en su colegio ajusten las raciones a las necesidades de cada alumno.

“No puede ser que con la crisis que estamos sufriendo, con gente que no se puede llevar nada a la boca, desperdiciemos tantos alimentos”, defiende Romero. España es el sexto país de la UE que más comida desperdicia en general: 7,7 millones de toneladas al año, o lo que es lo mismo, 170 kilos por persona. ¿Pero cuánta comida aprovechable se tira a la basura en los comedores escolares? No hay datos, pero sí un cálculo realizado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente: si cada alumno desperdicia de media 100 gramos de alimento, y hay 770.500 escolares a diario en los comedores, se desperdician 14.000 toneladas por curso.

¿Cómo puede ser que sobre tanta comida? El mismo estudio del Ministerio identifica algunas causas: desde las más imprevisibles, como el número de comensales –siempre varia un poco la cifra de quienes se quedan a comer en el colegio–, hasta otras más enmendables: ajustar la cantidad de comida a las edades, mejorar la calidad de la comida, la supervisión por parte de los adultos y, en algunos casos, ampliar el tiempo dedicado a comer para los que van más lentos.

En el colegio del hijo de Romero, que recibe la comida por línea fría –es decir, congelada–, solucionaron el problema de excedentes calculando mejor la cantidad de raciones, pero esta madre no se quedó satisfecha con este pequeño logro. Primero a través de una recogida de firmas en Change.org, y ahora con reuniones con los diputados del Congreso y con una intervención por escrito en el Parlament de Catalunya, Cristina defiende “una revisión de la normativa para canalizar un buen destino a ese excedente de comida que ayudaría a tanta gente necesitada”.

Su visita a Madrid no pasará desapercibida. Irá acompañada del experto en salud pública Joan Marc de Miquel y de la famosa cocinera catalana Ada Parellada, que cocinará para los diputados 100 ‘croquetas ilegales’, es decir, preparadas a base de restos aprovechables de otras comidas.

Aprovechar el excedente es posible

Por mucho que se perfeccione el servicio de los comedores, siempre habrá excedente de alimentos. “Nosotros tratamos de calcularlo al detalle, pero siempre hay una variación de unos quince o veinte alumnos que rompen las previsiones”, cuenta Mary Rius, directora del colegio Maristes Lleida, que sirve 600 menús al día. En 2012 una de sus profesoras, que era a su vez voluntaria en la entidad Arrels, les propuso aprovechar la comida sobrante. Desde entonces, envían a esta entidad del tercer sector una media de veinte raciones al día.

“Pocos centros lo hacen porque siempre da miedo meterte en un lío como este, pero es que si no vamos tirando comida a la basura mientras nos llenamos la boca de reciclaje luego en clase con los alumnos”, opina Rius. Cuando dice “lío”, esta directora se refiera a emprender una actividad que no está explícitamente regulada, aunque tampoco prohibida. La donación de alimentos se considera, a efectos legales, como cualquier comercialización, y por lo tanto está sujeta a las normas generales sobre seguridad e higiene alimentaria.

En Catalunya, la Agencia Catalana de Seguridad Alimentaria (ACSA) ha elaborado una guía pensando en escuelas como esta de Lleida. En ella se recogen los procedimientos para reciclar la comida: los envases pueden donarse siempre que no estén caducados o con fugas, y los alimentos cocinados en el colegio, siempre que estén congelados previamente (en realidad, pueden conservarse a las temperaturas específicas para cada alimento que aparecen en la ley, pero es poco práctico). Hay además alimentos que se recomienda no reciclar, como el pescado, productos a base de huevo o pasteles elaborados con cremas nos pasteurizadas.

La conservación de los alimentos se debe llevar a cabo por raciones envasadas y es importante destacar que sólo se puede aprovechar aquella comida que no ha salido de la cocina. Evidentemente, las sobras de los platos de los alumnos no se pueden donar, pero tampoco la comida que el personal del comedor dispone en la bandejas para servirla a los comensales. “No se puede garantizar que en las horas que dura el servicio del comedor se mantenga la temperatura adecuada de los alimentos”, argumenta Victoria Castell, jefa de planificación y auditoría de ACSA.

Por lo tanto, este aprovechamiento del excedente es únicamente posible en los colegios e institutos que tienen cocina propia. En los que utilizan servicio de catering, como es el caso de la hijo de Cristina, no hay solución. Hay que tirarlo. “Dependerá de la empresa de catering si quiere donar o no la comida que le ha sobrado de su cocina, pero en cuanto sale de ahí, ya no se puede”, aclara Castell.

A falta de datos sobre cuántas escuelas optan ya por no tirar comida sin pensárselo antes, Castell asegura que “cada vez son más las que están sensibilizadas con este tema”, pero a la vez recuerda que desde la Administración hace falta más pedagogía todavía –y pone el ejemplo de la guía citada–, puesto que esta actividad sigue generando recelos y miedos entre muchos profesionales.

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