El cambio climático es uno de los mayores desafíos para la humanidad. El calentamiento de la tierra, los cambios extremos de temperatura, la desaparición de los glaciares, el aumento del nivel de los océanos, son muestras inequívocas de sus efectos. No es consecuencia de una desgracia natural, sino que está originado por la actividad humana. La reducción de la emisión de gases de efecto invernadero es una de las estrategias más importantes para atenuar el cambio climático.
A nivel mundial, CO2 (anhídrido carbónico) representa el 77% de los gases de efecto invernadero, CH4 (metano) el 14% y NO2 (oxido nitroso) el 8%. Según el Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC) la emisión de estos gases aumentó un 70 % entre 1970 y 2004. La producción de electricidad y calefacción, transporte, industria y deforestación son las principales fuentes de CO2. La agricultura es la principal fuente de la producción de CH4 y de NO2. Se estima que el sector de la agricultura, incluyendo, el cambio de uso de la tierra (deforestación) y actividades relacionadas, como la fabricación de fertilizantes, representa un 30 % del total de la emisión de gases, una contribución que aunque parezca sorprendente es mayor que la originada por la industria y mayor incluso que la del transporte. La ganadería, incluyendo el transporte y la alimentación de ganado, representa el 80 % de la emisión de gases de efecto invernadero que se ocasionan en la agricultura.
Cabe preguntarse cómo y porque la producción de ganado es tan relevante en la emisión de estos gases. Según estimaciones de la FAO, una parte importante (35%) se origina en la deforestación de la tierra, es decir eliminación de bosques para dedicar tierra a pastoreo de ganado y producción de soja y otros cereales para piensos. Recordemos la importancia de los bosques en capturar y eliminar una parte del CO2 que se genera. Otra parte (30%) se origina por la fermentación del estiércol y por la fermentación entérica (25%) de los animales rumiantes, que generan metano. El uso de fertilizantes nitrogenados representaría un 3,4%.
Un aspecto muy relevante es la importancia relativa de la emisión de gases por la producción de distintos tipos de carnes. Según estudios de la FAO, la producción de ganado vacuno genera 3 veces más CO2 que la producción de ovejas y cerdos, y 30 veces más que la producción de carne de pollo. La formación entérica de metano se genera casi exclusivamente por el ganado vacuno (incluyendo vacas lecheras), mientras que el metano del estiércol, proviene en partes iguales del ganado vacuno y de la producción de cerdos. La ganadería usa actualmente un tercio de la superficie de la tierra, mayormente para pastura permanente de ganado, incluyendo un tercio de tierra cultivable dedicada a la alimentación animal. La cría de animales y la producción de carne, ocupan aproximadamente el 70% de las tierras dedicadas a la agricultura, y consume un 35% de la producción mundial de granos, que se dedican a la alimentación animal. La FAO estima que la cría de animales produce entre un 6 al 12% de la emisión de gases en Europa, y un 18% a nivel mundial.
El consumo de carne, como es de imaginar, es más de 5 veces superior en los países desarrollados (224 g por persona y día) que en los países en desarrollo (47 g por persona y día). Pero lo más grave es que según un reciente informe de la FAO, se estima que, en ausencia de políticas de cambio, la producción mundial de carne, se duplicará de 2001 al 2050, inducida principalmente por la incorporación al mercado de consumo de carne, de cientos de millones de habitantes de China, India, Sudáfrica y Brasil. El consumo de carne en la población China se ha duplicado en la última década. China era un exportador neto de soja hasta el año 1993, y desde entonces se ha convertido en uno de los principales importadores de soja (especialmente de Brasil y Argentina) que se utiliza para alimentar cerdos y pollos. Es decir el impacto sobre el cambio climático se incrementará notablemente, si no se hace nada para remediarlo. Recordemos que la OMS recomienda un consumo promedio de carnes rojas (vaca, cerdo y oveja) de 70 g por persona y día, de forma que una de las estrategias para mitigar el cambio climático es reducir sustancialmente el consumo en la población de los países desarrollados y aumentarla en los países en desarrollo, logrando una alimentación sostenible y socialmente más igualitaria.
Pero el exceso de consumo de carne y productos de origen animal, en países como España, característica principal de la dieta de tipo occidental, no solo tiene un enorme efecto negativo ambiental, sino además un claro efecto perjudicial sobre la salud de los seres humanos. Existe una abundante evidencia científica mostrando que comparado a una dieta occidental, seguir un patrón de dieta a base de alimentos de origen vegetal (como la dieta mediterránea o vegetariana), comporta un menor riesgo de obesidad, de diabetes tipo II, de enfermedades cardiovasculares, un menor riesgo de algunos tipos de cáncer (especialmente de colon y recto, probablemente de mama en mujeres postmenopáusicas, y estómago). Sus ventajas sobre la salud son científicamente concluyentes.
Un exhaustivo estudio inglés (realizado por la Food and Climate Research Network) , que ha efectuado un inventario de las emisiones originadas por la provisión de alimentos para el consumo de la población de UK (incluyendo lo que se produce en agricultura y pesca, procesa y distribuye nacionalmente, más lo que se importa, y el cambio de uso de la tierra), estima que por la combinación de una dieta vegetariana (incluyendo consumo de lácteos y huevos), una reducción del 66 % en el consumo de productos de origen animal, la adopción de nuevas tecnologías para reducir la emisión de NO2 del suelo y del metano de los rumiantes, se podría disminuir en UK un 70 % las emisiones de gases de efecto invernadero. Se ha estimado que solo con cambiar los patrones de una dieta de tipo occidental a una más sostenible basada en productos vegetales, podría representar reducir entre un 20 al 30% la producción de gases de efecto invernadero.
El cambio climático es un grave problema actual, que debe preocupar no solo a los ecologistas. Exige medidas contundentes a los responsables políticos y autoridades de la administración y gestión pública. Pero a la vez depende también de las decisiones sociales e individuales para cambiar nuestros hábitos alimentarios y de vida. El modelo actual no es sostenible. Debemos sustituir productos animales por productos vegetales. Cuanto más tardemos en ser conscientes de ello, más irreversible serán los efectos del cambio climático.