Después de tres Diadas con gigantescas movilizaciones destinadas a llamar la atención internacional, Catalunya vuelve a las manifestaciones de siempre. La cadena humana que enlazó toda la geografía catalana (2013) o las disciplinadas escenografías de multitudes en La Diagonal y La Gran Via (2014) o La Meridiana (2015) forman parte ya de la historia del independentismo. Como el 11 de Setembre del 2012, el día que revolucionó la política catalana.
¿Este cambio es un signo de fatiga del independentismo? Quizás la carrera del ‘más difícil todavía’ ya resultaba insostenible. Es probable que ‘el procés’ resulte agotador a buena parte de la sociedad catalana, instalada en una interminable sensación de empate. Con una mayoría política en el Parlament a favor de la independencia, pero sin la hegemonía social suficiente para culminarla. Con dos vidas paralelas. La de quienes ven la independencia en un horizonte cercano. Y la de quienes observan este objetivo con incredulidad.
Pero lo cierto es que casi la mitad de la sociedad catalana mantiene su firme voluntad de irse, de desconectar de España. Porque no ha recibido, por parte de la política española, ningún argumento para cambiar de opinión. Todo lo contrario. El Gobierno del PP sólo ha ofrecido ‘guerra sucia’, amenazas y recursos ante el Constitucional. El PSOE no puede concretar su proyecto federal porque sus graneros de votos y su vieja guardia no se lo permiten. Y la gran esperanza, Podemos, el único partido que entiende la plurinacionalidad del Estado, es eso, una esperanza. Mucho más lejana de lo que podía intuirse hace sólo un año.
Ciudadanos, el otro partido emergente, es un proyecto político que tiene como objetivo frenar las aspiraciones del soberanismo. Ahora en el Congreso de los Diputados. Desde hace diez años, en el Parlament de Catalunya. Es un partido que nació con el legítimo objetivo de construir un frente político contra el nacionalismo catalán, pero que, a su vez, constituye un renovado instrumento del nacionalismo español. Por eso su irrupción en el Congreso no hace más que incrementar las ‘líneas rojas’ que bloquean la formación de Gobierno. El ‘factor Ciudadanos’ y la expulsión (o ‘autoexpulsión’) de los partidos independentistas del tablero político español están en la raíz de la parálisis que sufre España.
Catalunya, por acción u omisión, está en el centro de la política española. Quizás nunca había sido tan decisiva. Con el bipartidismo, el nacionalismo catalán decantaba la balanza entre PP y PSOE. Completaba mayorías. Ahora Ciudadanos aspiraba a ser la bisagra, pero las cifras han demostrado que no puede jugar este papel. La pieza que representan los 17 diputados independentistas en el Congreso es clave para completar el puzle. Y los grandes partidos saben, aunque no lo reconozcan, que una solución en España precisa de una solución en Catalunya.
Catalunya es decisiva en España como hace 40 años. En aquella ocasión la política catalana y española tuvo el coraje (y quizás la excesiva prudencia) de firmar pactos, de establecer consensos. Catalunya tenía entonces la fuerza de la unidad política de todos los demócratas. Hoy Catalunya está dividida. No es todavía una división civil a pesar del sectarismo y la irresponsabilidad de algunos sectores. Es una profunda división política. Y por eso son tan importantes las iniciativas que intentan tender puentes. Desde la reivindicación del derecho a decidir, del referéndum, hasta nuevas propuestas federales o confederales que puedan ser creíbles. En estos momentos de bloqueo en España, Catalunya tiene que recuperar espacios de unidad social y política para ser decisiva de verdad. Y la Diada del 2016 debería ser la primera expresión de esta voluntad.