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Protocolo contra la radicalización islamista: juventud bajo vigilancia y sospecha

Una estudiante musulmana de Secundaria en una imagen de archivo

Ainhoa Nadia Douhaibi Arrazola

Educadora social —

Desde enero del 2016 los Mossos d’Esquadra tienen activado el Pla Operatiu Especial Antiterrorista (POEA). Los Protocolos de Detección de Radicalización Islamista (Proderai) se encuentran dentro de este marco de actuación.

Existen tres procedimientos, a pesar de que este artículo verse únicamente sobre uno de ellos: el Protocolo de prevención, detección e intervención de radicalización islamista en la comunidad educativa, que aspira a detectar “la radicalización islamista” en las aulas. La fundamentación de estas líneas de actuación se sustenta en “impulsar la prevención para detectar fenómenos de radicalización ante dicha amenaza”. Pero, ¿es una amenaza real? Los datos del Informe anual del Ministerio Fiscal 2016 apuntan a un puñado de expedientes de menores en el estado español. 12 en el año 2015 para ser específicas. No se sabe si esos expedientes finalmente han sido perseguidos o se refiere a seguimientos realizados ante la sospecha de. De momento, la información es poca y sesgada.

Mientras el bombardeo político y mediático que contribuye a reproducir la expansión de la oratoria del miedo en relación a islam, terrorismo y migración es constante, se hace necesario cuestionar la implementación de una medida que se erige como “preventiva”. Según declaraciones del conseller d’Interior Jordi Jané, “estamos ante una estrategia global contra el mundo occidental por atentar contra nuestra forma de vivir”. Y aunque en referencia a la creación del Proderai hace dos años Jané ya afirmaba que “sería un error vincular la religión de nuestros vecinos y vecinas al yihadismo”, no podía dejar de añadir: “No obstante, estos colectivos son de especial control”.

Este tipo de afirmaciones eran los primeros indicios de cómo, bajo el estandarte de la prevención, se procedía a justificar un despliegue de medidas extraordinarias de vigilancia, control y intervención sobre la juventud comprendida como musulmana –lo sea o no–, que posteriormente el protocolo y su implementación se han encargado de confirmar.

Resulta casi evidente que para prevenir hay que vigilar; es decir, saber dónde mirar para poder anticipar la emergencia de esos acontecimientos indeseables. En las prácticas preventivas, esto se hace a través de la relación de datos generales impersonales, habitualmente denominados factores de riesgo; apuntando allá donde haya peligro. Así, se acota la probabilidad de que acontezcan conductas indeseables entre determinadas poblaciones estadísticas detectadas como portadoras de estos riesgos; o peligrosas. Esto implica, como dice Robert Castel en su famoso libro La gestión de los riesgos, la desaparición de la noción misma de sujeto y la creación de “la representación social”.

En el documento oficial del Proderai vemos cómo a pesar del tímido intento de no contribuir a la construcción de un perfil que represente el objeto potencial radical/radicalizable, se pueden extraer, más allá de los indicadores de riesgo que se exponen en el texto, elementos que insinúan características físicas, psicológicas y culturales clarificadoras sobre cómo es ese representante; sobre adónde hay que dirigir los esfuerzos de la acción preventiva, la vigilancia. En definitiva, sobre quién es el terrorista en potencia.

A lo largo de todo el texto se encuentran abundantes referencias que relacionan marginalidad, exclusión, vulnerabilidad, etc. con “debilidad hacia el radicalismo”. A los que hay que vigilar son pobres. Encontramos también referencias a “procesos de aculturación por el hecho migratorio”. Se entiende, así, que hay que tener sospecha sobre la juventud migrante; o, en deferencia, sobre la chavalería perteneciente a un contexto cultural familiar que no es el socialmente dominante. Y encontramos así mismo aclaraciones del tipo: “Al món hi viuen més de 1.000 milions de musulmans i els que realitzen aquests atemptats són una minoria (en el mundo viven más de 1.000 millones de musulmanes y los que realizan estos atentados son una minoría)”. Por lo tanto, queda suficientemente clara la variable de ser parte de la comunidad musulmana.

Para la implementación del protocolo se cuenta también con formaciones sobre islam, terrorismo y educación intercultural que imparten los mismos Mossos d’Esquadra a los docentes y directores. En estas formaciones se ofrecen unos “indicadores de radicalismo” para la tarea de detección del profesorado. Indicadores como “tener un discurso sobre el Califato de Córdoba o Al-Andalus; querer tener un conocimiento sobre los aditivos que no son halal; no celebrar la navidad; no ir a sitios habituales de jóvenes como discotecas y conciertos”. “Pintarse las uñas de henna, tener una duricia del rezo en la frente”, etc. se presentan como signos de posible radicalización, según cuentan quienes han asistido a estas sesiones. Los detalles de esta formación no son públicos, aunque El Diari de l'Educació los ha pedido –sin éxito– a la Generalitat. La lista de indicadores sería dolorosamente larga y entre otros elementos que perversamente rozan lo absurdo, encontramos que simples expresiones de la práctica religiosa o la defensa de otro relato histórico pueden hacer caer la losa de la sospecha terrorista sobre la infancia musulmana. 

Las implicaciones de la difusión de un listado como este que entremezcla interpretaciones islamófobas de las particularidades de la práctica y la creencia religiosa con elementos culturales y otras peligrosas sandeces, ligando todo ello al terrorismo, son extremadamente graves. Las consecuencias de que la policía imparta estas formaciones son igualmente preocupantes, así como el hecho de que el protocolo se haya desplegado silenciosamente y no esté habiendo resistencias por parte de las direcciones de los centros educativos es también sorprendente; y, por último, que –sobre todo– el alumnado y las familias que se verán envueltas bajo esta trama de sospecha y vigilancia no estén informadas es una obscenidad a remediar inmediatamente.

Hemos dejado que un protocolo que criminaliza a la chavalería musulmana y extranjera campe a sus anchas en el sistema educativo catalán. Este Proderai, lejos de prevenir los hipotéticos procesos de radicalización de la juventud, más bien refuerza la institucionalización del racismo y la islamofobia en el ámbito escolar.

Es importante tener consciencia de que el racismo islamófobo actual se reproduce a través de los discursos que abarcan temas como el terrorismo, los derechos de las mujeres, la laicidad, y los derechos humanos, entre otros. Sin embargo, el racismo inscrito en estos discursos no es siempre fácil de detectar para el oído común. La relación con lo islámico y la representación sobre las personas musulmanas está fuertemente influenciada por el relato histórico-colonial que ha establecido el Estado español y en este caso Catalunya sobre aquellos otros. A medida que se ha convertido en políticamente incorrecto defender una narrativa colonial y abiertamente racista, se ha sofisticado el lenguaje, pero permanece el racismo inherente a esta relación histórica. Por eso es crucial poner atención a los conceptos y extractos del documento que hacen referencia precisamente a estos temas.

Los discursos actuales, al igual que el lenguaje que se encuentra en este protocolo, atraviesan el tamiz de la corrección social sin dificultades y esto sí que entraña serios peligros. Entre otros, la permeabilidad y expansión que esto les confiere a las narrativas racistas que criminalizan esta juventud; así como una mayor dificultad para legitimar las resistencias necesarias para tumbarlas.

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