Reconozco que a bote pronto me sorprendió que Ada Colau anunciara su asistencia a la manifestación del próximo once de septiembre, entre otras cosas porque no me cuadra en absoluto los motivos con sus ideas de los últimos años.
Podría refutarme mediante el hecho de su voto afirmativo en el referéndum del 9N, pero esa no es la cuestión. El análisis de su presencia en un acto tan simbólico se limita a la lógica apabullante de la política.
A lo largo de estas últimas se ha comentado mucho sobre la inminente fundación de un nuevo partido que englobe a todas las formaciones de la izquierda alternativa. Como es comprensible este partido estará liderado por la alcaldesa, quien asimismo se plantearía, dada la inestable coyuntura catalana, presentarse a las elecciones autonómicas.
Este último punto es clave para entender las causas de su decisión. Colau y su equipo han comprendido que si quieren imponer el cambio de marco, tan exitoso en las legislativas, deben ejercer una gestualidad distinta. El pasado 27S Catalunya sí que es pot fracasó en la cita electoral porque defendió el referéndum cuando Junts pel Sí logró imponer un frame basado en estar a favor o en contra de la independencia. En cambio En Comú Podem venció el 20D y el 26J porque defender el plebiscito en un contexto español tenía todo el sentido del mundo.
Yendo a la gran convocatoria anual Colau pretende conseguir un perfil menos negativo para el gran porcentaje de catalanes defensores de la ruptura y de paso insertarse en otra dimensión de su breve y arrolladora carrera en la escena pública. Dejará de ser un elemento municipal de gran calado para convertirse en otro con aspiraciones más allá de la ciudad.
No es lo mismo gobernar a Barcelona que pretender presidir Cataluña. De ahí el salto adelante, la apuesta por ir más allá con vistas al futuro. Sin embargo su acción puede otorgarle ciertas ganancias que no sé si compensan las perdidas.
El pasado viernes estaba en la plaça de la Virreina y escuché una charla más que interesante. Entre cervezas un señor de unos setenta años hablaba con otro de su quinta. Comentaban la actualidad entre cervezas y no pude sino espiarles con mucha atención. El buen hombre defendía que si Colau abandona su puesto de mando en Barcelona cometerá un error imperdonable porque engañará a sus votantes.
Me metí en la conversación, al fin y al cabo en el barrio nos conocemos más o menos todos, y le dije que si la alcaldesa se iba no se lo podía reprochar porque las elecciones no son personalistas. Se vota a un partido, no a un candidato, a lo que José Luis me contestó con mucha calma una verdad como un templo. Sí, en principio deberíamos pensar en las formaciones y no en las personas, pero sabes muy bien que no es así y si ella se va defraudará a muchos que argumentarán no haber votado a Pisarello. Si asumes una responsabilidad tienes que cumplirla hasta las últimas consecuencias, porque por lo demás deberíamos cansarnos de tantos líderes providencialistas. Ya tuvimos un mesías y no hay necesidad de más.
Para alargar la discusión y con mucha voluntad de entrar en polémica saqué a colación la larga lista de alcaldes socialistas que abdicaron a la japonesa. Bueno, no tantos, sólo Maragall y Clos, a lo que él, quizá para rematar nuestro toma y daca, esgrimió que no los casos no son tan parecidos o al menos se disimularon mejor. Maragall llevaba quince años en el cargo, pasó dos años en la Universidad de Roma y luego se presentó. A Clos lo desplazaron porque su permanencia en la cúspide de la Casa de la ciutat ya era insostenible según muchas encuestas.
Me interesó mucho la opinión de este ciudadano porque, sin saberlo, puede reflejar la de muchos otros. José Luis, así lo confesó, no es votante de Colau, pero durante este año y pocos meses le ha cogido un cierto afecto al ver que Barcelona sigue igual o mejor. No considera su pérdida irreparable porque nadie es insustituible e intuye cómo en lo municipal la gestión cuenta más que la cúspide. Aún así protesta, y está en su derecho.
En mi caso la maniobra estratégica de asistir a la manifestación me desconcertó al principio y ahora la entiendo desde las maniobras de cálculo. Del buenismo que muchos consideraban ingenuidad se muta a la madurez de manejarse bien en el tablero. Nada que objetar. O sí, porque siempre habrá peros y defensores de una coherencia integral en los comportamientos.