Lo mejor de vivir en un país cuyo presidente abraza el “derecho a decidir” con la fe del converso –incluso a costa de su propia voladura política- es que no le quedará más remedio que acabar consultando a ese “pueblo” que tiene todo el día en la boca.
Después de explicar a medio mundo que los catalanes defienden de forma muy mayoritaria algo que el poder les niega, el presidente debería ponerse manos a la obra y convocar ya una consulta.
Una consulta que ni siquiera genera división: sobre la sanidad.
La gran mayoría de catalanes defiende la sanidad pública y, en cambio, el Gobierno catalán va avanzando en dirección contraria, hacia un modelo de creciente peso privado. ¿Por qué no predicar con el ejemplo y dejar que los catalanes ejerzan su “derecho a decidir” sobre el modelo sanitario que desean?
El problema tiene en este caso poco que ver con “Madrid”. Ni siquiera con la austeridad. Es pura ideología.
Catalunya debe de ser uno de los pocos lugares del mundo –incluyendo a países, regiones, Estados, nacionalidades, naciones, autonomías y “pueblos”- en que el responsable político de la Sanidad pública no tiene reparos en decir que “la salud no es un derecho”.
Y también es atípico un salto tan alegre desde la patronal sanitaria privada –vertiente mutuas- a la máxima responsabilidad de la sanidad pública como el que dio Boi Ruiz en 2010. Ni siquiera en los lugares con más tradición de “puerta giratoria” entre el mundo de los negocios y la política se disimula tan poco.
Pero esto es Catalunya: cuando se acerca el 11 de septiembre, Ruiz se da un baño de “pueblo” para reclamar el “derecho a decidir”, pero no hay manera de que los catalanes puedan decidir sobre este retroceso continuo de la sanidad pública.
Los protocolos del ex mutualista son tan implacables que los médicos de primera instancia ya tienen realmente muy complicado derivar al especialista. Y el que logra saltar la valla, descubre entonces listas de espera gigantescas. En Urgencias de algunos hospitales ya ni siquiera se registra la entrada del paciente hasta que le atiende el doctor, aunque sea muchas horas después: no sea que quede constancia de la velocidad de deterioro del sistema público.
Resultado: en Catalunya, la gran mayoría quiere reforzar la sanidad pública y sin embargo a la gente no le queda más remedio que contratar un seguro privado eligiéndolo entre las distintas ofertas de la patronal que antes dirigía el hoy consejero.
La paradoja adicional es que ha sido el fervor patriótico de la izquierda alternativa el que ha facilitado que Boi Ruiz siga en su puesto tras el balón de oxígeno que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, obtuvo con el pacto sobre las preguntas del “derecho a decidir”. Al lado de Mas –un gobernante en minoría que sufrió un batacazo electoral en 2012 y que está hundido en las encuestas- estaba toda la izquierda realmente existente: ERC, ICV, EUiA (y con ella, el PCC, el PSUC ViU, el POR, etc), la CUP...
La izquierda realmente existente debe de creer que ya ha encontrado a su Kerensky.
Si alguna vez esta constelación izquierdista despierta del cuento feliz y llega a darse cuenta de que Boi Ruiz sigue tan pancho en la sala de mandos, quizá podría plantearse reclamar “el derecho a decidir” sobre la sanidad. Aunque sea para disimular.
Sería facilísimo encontrar dos preguntas:
1-¿Quiere que Catalunya refuerce su modelo sanitario público?
2-¿Quiere la destitución inmediata de Boi Ruiz como consejero de Sanidad?
Y ahora que empiezan campañas “por el triple sí”, incluso encajaría una tercera:
3-¿Quiere que los ingentes recursos públicos que la Generalitat transfiere al Grupo Godó se destinen a reforzar la sanidad pública?
Preguntas claras para un pueblo con hambre de decidir.