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El desastre del Arnau

Jordi Corominas i Julián

En su momento de máximo esplendor los seiscientos metros del Paral.lel tuvieron más de veinte teatros. Hace algunos años se habló desde instancias municipales de un hipotético resurgir de ese espíritu con la reapertura del Molino y la oferta popular del Barts, ubicado en el antiguo emplazamiento del Español y, más cercano a nuestra época, del Studio 54.

Pasear por esta avenida es una experiencia agridulce. De noche he presenciado robos esquineros y por la tarde, algo normal en Barcelona, he constatado la absoluta despreocupación por conmemorar de algún modo el Patrimonio histórico. El solar del Talía de Paco Martínez Soria sigue vacío, en el lugar del otrora famoso Teatro Cómico y donde estaba el Bataclan, que por imposición franquista pasó a llamarse Rantanplan, las letras de una tienda Humana lucen incontestadas desde hace años.

Las únicas reformas acometidas en el antiguo passeig de Gràcia dels pobres han tenido una doble vertiente. Más arriba, ya en el Poble Sec, la inmigración y un boom de bodegas y terrazas han dinamizado la zona. En el Paralelo el Consistorio Trías arregló unas esquinas para potencias las terrazas, sí, pero al lado de hoteles de caché y restaurantes inasequibles a la mayoría. Dos visiones que, por ejemplo, nunca contemplaron lo útil que sería un tranvía que descongestionara de polución esta línea recta que une la Fira con el puerto.

El último caso de derrota y desastre está en la plaça de Raquel Meller, encrucijada entre esta arteria y Nou de la Rambla, su conexión natural con el centro de Barcelona que a principios del siglo pasado recorrían los cocheros publicistas del Molino, que durante algún tiempo fue Rojo, para captar parroquianos. Esa plaza aloja el Arnau, el más antiguo de los teatros del Paral.lel que ahora no es que amenace derribo, directamente caerá para albergar otro que conservará algunos elementos de su interior.

El Arnau nació en 1894, durante esa extraña gestación de la avenida, cuando se discutía por el ancho de calle, el Ayuntamiento quería las casas porticadas y de repente empezaron a nacer barracones destinados al espectáculo. Fue el primer gran teatro estable y por su platea desfilaron las más ilustres figuras del varietés del momento. Al igual que sus hermanos de diversión empezó a languidecer con los sesenta, entre el cine y la tele que luego, con el destape, recibieron el relevo con la carne en la pantalla. Hasta hoy en día el Bagdad recibe más visitas en Internet que en directo.

La idea de resucitar un centro teatrero es muy noble, pero corta de miras a no ser que se olvide de lo que fue y piense en obras normales, porque no creo que el público actual tenga ningún interés en volver a ese pasado glorioso. Los gustos cambian y después de la función no imagino incursiones en el carrer de les Tàpies o en los pisos de arriba de los establecimientos.

Más allá de eso leo con atención que el proceso de reforma y reconstrucción llevará cuatro años porque se sospecha, con razón, que alguna que otra ruina de la muralla del Baluard se halla en el enclave del Arnau. Convendrá estudiarla, documentarla y ver si resulta interesante hacerla visible para los transeúntes. Desde mi modesto punto de vista lo primero sería habilitar la plaza para que verdaderamente sea digna de llevar ese nombre. Hasta hace poco, el tiempo que no he pasado por el barrio, un enorme árbol tapaba la fachada del teatro, que debería dejarse tal cual y pensar en acoger un museo. Se habla del de arts escèniques y no me parece en absoluto una mala idea, pero quizá sería mejor, recordando una fantástica exposición celebrada entre octubre de 2012 y febrero de 2013 en el CCCB, un museo del Paral.lel que fuera el pistoletazo de salida para que la arteria recuperara su dignidad y desde su origen adquiriera las energías para plantear un futuro mejor.

Asimismo este tipo de intervenciones, que aportando cultura mejorarían el tejido social del barrio, deberían cubrir también la memoria obrera. Hace años, en el apogeo del 15M, ya vivimos el lamentable incidente de ver cómo el Consistorio cambiaba con premeditación, alevosía y nocturnidad la placa del passatge de la Canadenca, inmediatamente recuperada, para denominarlo de Pearson, probablemente el hombre más desconocido con más nomenclátor en la ciudad, algo que con toda probabilidad debe suscitar la risa desde el fondo del mar, pues perdió la vida en el hundimiento del Lusitania.

Ese borrón del nombre de la Canadenca, símbolo y vector de la histórica huelga de 1919, muestra muy bien la dejadez del Municipio para con el Paral.lel. Hasta 2011 el Arnau fue propiedad de la Iglesia Evángelica China. Hereu lo compró, Trías quiso apuntarse el tanto y el ridículo volvió a reinar. Ahora podemos enmendar muchos errores. Ya veremos si los responsables piensan lo mismo.

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