Algunos periodistas han saltado a la hemeroteca para ver qué sucedía el 14 de diciembre de 1995, el célebre día de los misales, efeméride que habrá que incorporar a las fiestas de guardar del calendario postpujoliano. Y lo que pasaba –oficialmente– es que Jordi Pujol afrontaba su primer debate de investidura sin mayoría absoluta, después de haberla perdido en las elecciones del mes anterior, pero doblando todavía en número de escaños al segundo partido más votado. Asociar este primer aviso de fin de régimen (que todavía duraría ocho años más) a los dos misales que sor Marta superiora ordenó que se traspasaran a mosén Júnior es una elucubración que nada nos aporta. De hecho, la pregunta que nos tendríamos que hacer no es de qué hablaba la prensa aquel o aquellos días, sino quiénes hablaban o quiénes escribían aquel o aquellos días, y quiénes se tapaban los ojos, la boca y la nariz ante misales, comisiones y marrullerías varias perpetradas en nombre de la patria.
Lo que nos tendríamos que preguntar, pues, es quiénes fueron aquellos que, ocupando cargos de mucha responsabilidad en el sistema de comunicación catalán, negligieron en la función de fiscalizar al poder e informar a la ciudadanía. Quién miró hacia otro lado, no sólo con Pujol, sino con Millet, con Alavedra, con Prenafeta, con Pascual Estevill, con Piqué Vidal, con los Sumarroca, con Duran Lleida, con Josep Maria Cullell, con Antoni Subirà y con tantos otros.
Saberlo no es muy difícil. Sólo hay que volver a aquella mágica fecha del 14 de diciembre de 1995 y ver quién era el director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, quién el director de TV3 y quién el de Catalunya Ràdio. Y, en un segundo escalafón, quiénes eran los directores de informativos y jefes de política de uno y otro medio. O quién comandaba el programa más escuchado de la radio en catalán. O quién era el director del Avui y quién le iba a relevar en pocos meses. O en La Vanguardia, que estaba iniciando un segundo noviazgo con el pujolismo una vez perdonados los cuernos de El Observador, quién era el director, quién el nuevo jefe de Política y quién el columnista estrella. O a quién le escribían las preguntas en las ruedas de prensa y a quién llamaban al atardecer para dictarle la portada. Me ahorro los nombres porque sería injusto señalar sólo a estos y no a quienes les precedieron o sucedieron. Está claro que si tuviésemos que hacer una lista exhaustiva de periodistas y comentaristas afectos sería quilométrica.
Algunos de esta hipotética lista hace tiempo que desaparecieron de escena (por traspaso o por jubilación), unos pocos se han escondido bajo las piedras desde la caída a los infiernos de Pujol en aquel dramático julio de 2014, y un tercer grupo continúa como si nada en altos cargos de responsabilidad o pontificando a diario desde los púlpitos mediáticos habituales. La acomodada existencia de este tercer grupo, profesionales que ocultaron deliberadamente la realidad e hicieron de la omertá y el propagandismo un modus vivendi, demuestra que estamos muy lejos de haber pasado página. Los guardianes del pujolismo siguen disfrutando de un aura de respetabilidad inmerecida, tal vez porque han sido los maestros y referentes de una nueva generación de periodistas que hoy ejercen de guardianes del procesismo.
Clama al cielo que uno de los más afectos al pujolismo sea hoy director de un gran medio público, que otro ejerza de embajador catalán en una capital europea o que otro dirija una de las principales instituciones culturales del país, o sea que sigan amamantados por el erario público mientras periodistas de verdad como Jaume Reixach o Xavier Rius (por citar dos que despiertan muchas más fobias que filias, pero que iniciaron arriesgadas aventuras en solitario para poder ejercer el periodismo tal como lo entendían) continúan en la lista de proscritos y apestados. Para mí no hay duda de que Reixach, en su vertiente de periodista (la de editor es más complicada de reivindicar), fue, de lejos, quién trabajó con más acierto, determinación y coraje para desenmascarar la corrupción sistémica del régimen pujoliano desde una modesta publicación como El Triangle. El tiempo le ha dado la razón. Pocos colegas se lo han reconocido.
Escribían Noam Chomsky y Edward S. Herman en Los guardianes de la libertad (1988) que la propaganda está muy presente también en los países donde la información la sirven los grupos privados, en teoría libres y críticos; y que la principal diferencia con los países donde la prensa está en poder del Estado es que esta propaganda es mucho más difícil de advertir. Y sobre el rol de los periodistas, argumentaban que en este contexto sólo triunfan los sumisos: “Un modelo de propaganda nos ayuda a entender cómo el personal de los medios de comunicación se adapta, y es adaptado, a las exigencias del sistema. Dados los imperativos de la organización corporativa y la actuación de los varios filtros, la conformidad con las necesidades y los intereses de los sectores privilegiados resulta esencial para el éxito. En los medios de comunicación, igual que en otras grandes instituciones, quienes no muestren los valores y puntos de vista precisos serán considerados ‘irresponsables’, ‘ideológicos’ o de alguna manera aberrantes, y tenderán a quedar arrinconados. Si bien puede haber un pequeño número de excepciones, el modelo es omnipresente. Quienes se adapten, quizá honestamente, tendrán libertad para expresarse con poco control por parte de los directivos y podrán afirmar, acertadamente, que no son objeto de ninguna presión para adaptarse”.
Y añadían unos párrafos más adelante: “Hay otras consideraciones que tienden a inducir a la obediencia. Un periodista o comentarista que no desee tener que trabajar duramente puede sobrevivir, o incluso ganar respetabilidad, publicando sólo información (oficial o confidencial) procedente de las fuentes habituales; mientras estas oportunidades pueden ser negadas a quienes no se contentan con transmitir las interpretaciones de la propaganda del Estado como si fuera una realidad”. Chomsky y Herman escribían esto a finales de los 80 pensando en los EE.UU. de Reagan, pero estos párrafos son perfectamente aplicables a la Catalunya de Pujol y a la España de Aznar. O incluso a la Catalunya del Procés y a la España de Merkel.
Yo también he querido ir a la hemeroteca para ver qué se escribía en noviembre-diciembre de 1995, pero no a la de La Vanguardia, sino a la de El Triangle, y he encontrado varias informaciones sobre el caso Casinos, con Josep Manuel Novoa, el último gerente antes de su desaparición de El Correo Catalán (uno de los varios medios que habían hecho facturas falsas contra Casinos de Catalunya para justificar la salida de dinero del holding de la familia Suqué-Mateu que iba a Convergència), asegurando ante el juez que el auténtico propietario del Correu fue hasta el final Jordi Pujol. Quizá esto explicaría el movimiento de misales, o quizá no. A un outsider como Novoa (que nos acabaría dando lecciones de periodismo de investigación a todos) nadie le hizo caso, ni el juez ni los medios, y muchos años después en el primer volumen de sus memorias Pujol reconocería que efectivamente él fue el amo oculto del Correu hasta el último día.
Y siguiendo con la hemeroteca de El Triangle también me he reencontrado, en el número 279, que corresponde a la semana de aquel 14 de diciembre de 1995, con la transcripción completa de Informe sobre la información 2: Radiografía de la sospecha, conferencia que Manuel Vázquez Montalbán había pronunciado semanas atrás en el Colegio de Periodistas de Catalunya como homenaje a los treinta años de la publicación de Informe sobre la Información. Servidor era redactor de El Triangle desde hacía sólo unos meses y me tocó la tediosa tarea de transcribirla de arriba abajo a partir de una cinta cassette que no sé si Vázquez o el Colegio le dieron a Reixach.
Vázquez retrata con magistral precisión el pensamiento único (expresión todavía no acuñada) en la cultura mediática de la Catalunya del momento, y que se reflejaba en buena parte en la omnipresencia de un protagonista en los informativos de Tv3, igual, dice, como los NO-DO de la dictadura tenían también el suyo. “Creo que en este momento –escribe Vázquez– en Cataluña hay una falsa conciencia, condicionada en buena parte por la ausencia crítica de los medios de comunicación, de sus niveles reales de corrupción democrática, sea corrupción económica o sea corrupción política. No hay el nivel de histeria y de canibalismo que puede encontrarse en muchos casos en los medios de comunicación de Madrid, pero evidentemente hay una ocultación de los auténticos niveles de corrupción democrática, sea económica o política, que han practicado los medios”. Esa corrupción mediática a la que aludía Vázquez Montalbán existió, y no hay duda de que ha quedado impune.