Fue como el Primavera Sound de los anticapitalistas, como el Sónar de los movimientos sociales. Se trataba del acto de clausura, este viernes, de la escuela de verano del IGOP (Institut de Govern i Obres Públiques) de la UAB. Y por eso las grandes “estrellas” de la escena contestataria actual se dejaron caer. Arcadi Oliveras, Ada Colau, David Fernández y Simona Levi ocupaban la mesa mientras en la denominada fila cero se encontraban nombres clásicos como Itziar González, Gabriela Serra, Jaume Asens y nuevos talentos como Hibai Arbide y Guillermo Zapata.
El lugar: un Ateneo Popular de Nou Barris abarrotado donde se distinguían muchos rostros ilustres de los movimientos sociales de la ciudad.
Buen rollo e intensidad. El título de la sesión, ¿De la calle a las urnas y de las urnas a la calle?, pretendía invitar a la reflexión sobre si la vía electoral, o la institucional -de forma más amplia-, eran las más útiles para las necesidades de la calle y los movimientos que organizan la resistencia al expolio neoliberal. Pero como suele ocurrir cuando se juntan gente del pensamiento crítico y de la acción antisistémica, los temas se ensancharon y derivaron hacia viejos y entrañables mantras: la necesidad de la unidad, la cooptación del sistema de cualquier acto entrista y la reflexión clásica sobre las posibilidades de victoria. Con unos ponentes muy relajados y punzantes y un público activo, el acto terminó con un encuentro de lo más agradable entre los conferenciantes y el público.
El sujeto político y su huidiza naturaleza
Una de las cuestiones que recorrió todas las intervenciones fue la de por qué en las condiciones extremas en que nos encontramos, la politización y, sobre todo, la organización por la acción se encuentran en una situación tan precaria. Ada Colau, con su sinceridad difícilmente rebatible, reflexionó: “Si después del 15M no los hemos echado, esto es por un déficit de organización social”, una organización y una valentía individual que reclamó Arcadi Oliveras hablando de desobediencia civil y del caso de los objetores. Obviamente, hasta que la gente no esté dispuesta a ir a la cárcel por una causa, ésta nunca podrá prevalecer.
Nuestro mundo, donde los sujetos claros de opresión antiguos se han fragmentado -mujeres, precarios, migrantes clase media empobrecida, estudiantes- y donde la conciencia de clase es un acto de nostalgia, la complejidad lo tiñe todo de confusión. Por eso Gabriela Serra se lamentaba de la muerte de la causalidad: “Hemos perdido el sentido del causa-efecto”. Tenía mucha razón. Las acciones se pierden en este charco que llaman sociedad líquida. Como ejemplo terrible de esta discontinuidad en la indignación y esta falta de sentido de comunidad organizada tuvimos el testimonio de una activista del 15-M en Ciutat Meridiana, que decía que mucha gente se apuntaba a la asamblea hasta que su caso particular se resolvía y, luego -supongo yo-, volvía a desear que el sistema, que el capitalismo, se recuperara de forma inmediata.
En este sentido, el siempre guapetón David Fernández insistió en un factor primordial: la interiorización por parte de la sociedad de los valores capitalistas. “La crisis es cultural”, afirmó, subrayando más tarde que “es en la vida cotidiana donde uno o bien se libera del capitalismo o bien lo reproduce”. “El capitalismo está en nosotros”, por decirlo en palabras de Colau, quien insistió en “hacer políticos a quienes no están convencidos”.
Las instituciones, oportunidad o némesis
Otra de las reflexiones transversales fue la que giró en torno al valor de las instituciones para los movimientos transformadores. Fue el momento de lucimiento de Fernández que, como diputado accidental y “abstencionista consumado”, estuvo muy ingenioso en rebautizar el Caballo de Troya de las CUP como “el pony de Esparta”, viendo sus posibilidades de juego reales dentro del Parlament. “El poder de cerca es peor que de lejos porque te ofrece su cara más amable”, explicó el diputado. Fernández, al acabar, habló de su opción por las “contrainstituciones” como el semanario Directa o la cooperativa Coop57.
Otra persona con experiencia confrontadora dentro de las instituciones fue la exconcejal en el distrito barcelonés de Ciutat Vella, Itziar González, que las describió de la siguiente manera: “Están diseñadas para la opacidad”. González debutaba con el nuevo proyecto iniciado hace un mes escaso en La Farinera del Clot: el Parlament Ciudadà. “Viene de parla la mente”, explicó con un giro brossiano, e incidió en que la institución debe tener la función de “custodiar el poder de todos”.
Los tecnócratas nativos
Un poco aparte del grueso de las reflexiones, o al menos con un lenguaje propio, se encontraban las preocupaciones de Simona Levi, del Partido X; Hibai Arbide, de Rereguarda En Moviment, y Guillemo Zapata, de Enred. Todos ellos nacionalistas orgullosos de internet, ese lugar, como habrán oído decir, gestionado por Google; espiado, controlado y censurado por los estados, y rentabilizado por las multis de la telecomunicación. Dispositivo, distribuido, pensamiento de enjambre... términos de la nueva tecnopolítica que fía el triunfo del pueblo a la fe en la maquinaria. Sin 'smarphone' no hay victoria. Arbide, siempre incisivo, tuvo su momento analógico cuando le exigió a Fernández que “hiciera más el punky en el Parlament”, recomendación que un servidor no puede por más que suscribir.
Ante el tecnooptimismo de los nativos digitales, Jaume Asens, un clásico insustituible de los movimientos en Bacelona, pronunció una frase que bien describe el estado de esperanza incierta de los movimientos sociales: “A veces nos flipamos un poco”.
Feliz
Un servidor salió feliz y orgulloso del acto del IGOP. Orgulloso de que fuera en mi distrito y en el Ateneu Popular, ejemplo de éxito de la acción coordinada de los colectivos en un Nou Barris combativo y asambleario que fue, durante unos años, lo mejor que le pasó a la ciudad. Feliz y orgulloso de unos activistas -los de la mesa y los de la platea- que hacen que Barcelona no se haya rendido. Ni el sistema, ni el fascismo que nos rodea cada vez más hambriento. Todo el mundo coincidió en que el acto no hubiera sido posible hace pocos años. Y espero que tampoco lo sea dentro de pocos años, porque estos actos deben mutar, multiplicarse y extenderse por todas partes y con una orientación clara a la acción y a la transformación. El discurso final de Ada, vibrante y emotivo, fue una llamada al optimismo. El Colegio de Periodistas nos prohíbe el optimismo porque es malo para el oficio pero yo, saliendo del Ateneo, estuve a punto de sucumbir. Y ahora, a la acción y la reflexión.
Puedes ver el acto en: http://vimeo.com/igop/urnesicarrer