En Cataluña no encuentra trabajo el 67,4% de los jóvenes entre 16 y 19 años ni el 36,1 % de los situados entre 16 y 29 años, según los datos del Observatorio Catalán de la Juventud basados en la encuesta de población activa del tercer trimestre de 2013. Tan solo el 11 % de estos jóvenes cobra un subsidio de paro. El 38 % entre 25 y 34 años siguen viviendo en casa de los padres, muy por encima de la proporción de otros países europeos. Las cifras no son frías, son bochornosas. Y no incluyen a los jóvenes que constan como poseedores de un trabajo, cuando en realidad se trata de un minijob precario que no da para vivir.
Lo más importante que debe ofrecerse a un joven, además de afecto y educación, es un trabajo digno. Un país con más de una un tercera parte de sus jóvenes (hasta los 29 años) en paro forzoso es un país gangrenado. Cuando la movilidad del ascensor social deja de funcionar, la esclerosis está asegurada. Combatir la convicción de que los jóvenes de hoy vivirán peor que sus padres o de que se les está empujando hacia la puerta de la emigración debería ser una prioridad en la agenda de cualquier gobierno responsable, de la misma manera o más aun que la sangría de puestos de trabajo vivida en todas las franjas de edad. Hasta ahora no lo ha sido, mientras discutimos de tantos otros aspectos de la actualidad política.
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