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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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Nosotras también podemos perder la paciencia

Sandra Ezquerra

Siento gran fascinación por la relación que históricamente se ha dado entre la izquierda y/o el movimiento obrero y el feminismo. Autoras como Heidi Hartmann o Cinzia Arruzza la han caracterizado como una extraña combinación entre matrimonios y divorcios; entre encuentros y desencuentros; como uno de aquellos amores que matan o, como mínimo, hacen sufrir.

Nos hace sufrir, claro está, a las feministas comprometidas con la izquierda, ya que hemos tenido (y tenemos) que enfrentarnos de modo más frecuente del que nos gustaría o bien a una teorización explícita de que “las cosas de mujeres” son secundarias a reivindicaciones sociales “más amplias” o bien a nuestra políticamente correcta y superficial inclusión en los espacios políticos y de movilización social. Hemos realizado avances, no hay duda. Pero no hay duda tampoco de que el feminismo no es eso. Podemos y debemos aspirar a mucho más.

Nos encontramos en un momento importante. Los ataques de la derecha neofranquista contra las libertades de las mujeres amenazan, por un lado, con eliminar avances en igualdad de género que habíamos batallado durante décadas aunque, por el otro, la ponen en evidencia ante la sociedad, el mundo y sus propias filas al constatarse el escaso apoyo ciudadano con el que cuentan. Presenciamos, a su vez, la aparición de propuestas políticas como la CUP-Alternativa d’Esquerres y el Procés Constituent en Catalunya, cuyo leitmotiv es construir maneras alternativas de pensar y hacer política; que cuentan entre sus filas con mujeres llenas de fuerza, inspiración y capacidad para remover las aguas estancadas de la política institucional y situar las reivindicaciones feministas en el centro del debate. A escala estatal, por otro lado, hemos visto surgir recientemente a Podemos, cuyo objetivo primordial a corto plazo ha sido el lanzamiento de una candidatura unitaria a las elecciones al Parlamento Europeo en clave de ruptura con el régimen institucional actual y presentando como uno de sus ejes principales la defensa del derecho de las mujeres a decidir libremente sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. Dicho esto, tal y como escribí hace semanas en otro espacio, una de las principales debilidades de Podemos en sus inicios ha sido el marcado talante masculino de sus caras visibles que, si bien capaces e inspiradoras, no me transmiten, como feminista, la habilidad, el deseo o la capacidad de representar mi lucha y apropiarse de ella para extenderla, para airearla con orgullo, para comprenderla en aras de hacerla más fuerte.

En las últimas semanas, sin embargo, iniciadas ya unas elecciones primarias que, por motivos que escapan a este artículo no me acaban de convencer, vemos aparecer a una mujer, Teresa Rodríguez, quién, a mi parecer, hace saltar el tablero de Podemos y de cualquier práctica política que yo haya conocido hasta ahora. Conozco a Teresa desde hace años. Hemos compartido ideas, debates, manifestaciones y discrepancias. No obstante, recientemente la veo de nuevo, casi por primera vez. Gaditana, profesora de secundaria y sindicalista, Teresa no espera a que le dejen espacio sino que lo ocupa y lo hace suyo. Feminista, ecologista, inagotable disidente de la Europa fortaleza y de los mercaderes; obstinada defensora del derecho del pueblo catalán a decidir su modelo de Estado y su futuro, Teresa representa para mí un lamentablemente raro espécimen de integridad: sin esconder ases en la manga, incapaz de cálculos electorales, llena de fuerza y a su vez profundamente tierna: capaz de emocionarnos, de hacernos creer que otra política y otro mundo son posibles, y que podemos contar con ella de manera incondicional para construirlos.

Teresa no sólo apuesta por hacer políticas en beneficio del 99% sino sobre todo por otra manera de hacer política: con un pie en las instituciones y mil en las calles. Nos enseña, nos lanza un guiño, nos recuerda a las mujeres, a las feministas, que Podemos perder la paciencia y dar un golpe sobre la mesa; que Podemos tomar lo que es nuestro sin esperar a que nos den permiso; que nuestras reivindicaciones son innegociables y nuestros principios también. Huye de los personalismos, incluido el suyo y, muy a su pesar, eso la hace aún más irresistible. Pocos días atrás exclamaba ante centenares de personas que el problema no es que el poder corrompa sino que los y las incorruptibles aún no lo han tomado para transformarlo. Así es Teresa: humilde, leal, poderosa y real. Muy real. Con capacidad de inspirar a las personas a encontrar y creer en lo mejor de ellas mismas; de soñar con nuevos principios. Una de las nuestras. De las feministas también. Convencida que esta vez nuestra lucha no se puede quedar a medias. Férrea desobediente de los recortes sociales y democráticos. Lo que ves es lo que hay y lo que hay te llena de esperanza. Demasiado honesta para aspirar a representarnos pero demasiado ella como para no hacerlo, Teresa nos insta a perder la paciencia y escribir con ella nuevas recetas en las que seamos, esta vez sí, nosotras las protagonistas.

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