La nueva llegada masiva de pateras africanas estos días a las costas andaluzas y los dramáticos saltos del nuevo “Muro de Berlín” entre dos mundos que es hoy la valla con cuchillas de Ceuta y Melilla no tienen nada de nuevo. Se producen cada verano, con la complicidad por pasiva de los países emisores de esta emigración sin papeles. Las imágenes de la televisión lo quieren presentar como una cuestión primordialmente humanitaria, cuando en realidad se trata de una cuestión genuinamente política, también por pasiva, tanto en los países emisores como en los receptores. A pesar de la repetición permanente de las entradas ilegales masivas, no hay una política española ni europea para enfrentar la cuestión con medidas que vayan más allá de lis primeros auxilios humanitarios que salen por televisión.
En Cataluña y en Europa casi todos hemos sido inmigrantes en un momento u otro de la historia, sin embargo en el mundo de hoy la emigración masiva por falta de posibilidades de subsistencia digna en los países de origen es un drama en sí mismo que debe abordarse en sus causas. Como escribía Francesc-Marc Álvaro en el diario La Vanguardia del 20 de febrero del presente año a propósito del cincuentenario de la publicación del libro de impacte de Francesc Candel Los otros catalanes: “Candel es hoy un joven subsahariano que intenta saltar la valla que separa África de las oportunidades europeas. Siempre hay un Candel u otro que huye, con una mano delante y otra detrás. Como los españoles que iban a Alemania el año 1960 o los catalanes que iban a Cuba el año 1880, o como nuestros hijos –universitarios o no— que buscan una ocupación digna a muchos kilómetros de casa. La inmigración no es aventura, es una putada”.
La globalización se ha aplicado hasta hoy a la economía financiera, al movimiento de capitales, no a las condiciones de vida ni al derecho de los ciudadanos a trabajar en el país que deseen. Ni siquiera dentro de la Unión Europea se aplica la libre circulación de las personas, frente a la liberalización de los mercados y los capitales. La naturaleza caótica del sistema político se permite no regular de forma ordenada y democrática un problema candente y permanente, como es la inmigración ilegal. La desregulación en este terreno conviene a los poderosos, para ejercer su presión devaluadora sobre el mercado de trabajo y enfrentar los derechos de los trabajadores legales con la disponibilidad de los ilegales.
Des de un punto de vista histórico, la esclavitud en Estados Unidos (como en la Unión Soviética o en China bajo otras formas) fue un amplio negocio que no se puede desvincular del crecimiento económico de estos países hasta la condición de superpotencias, del mismo modo que la próspera Europa conquistó, pobló y expolió medio mundo durante los últimos cinco siglos. Desde un punto de vista actual, España “acogió” casi 6 millones de extranjeros entre 1997 y 2012. El siguiente país europeo de la lista, Italia, menos de 4 millones, y Alemania menos de 200.000. Actualmente un 14,6% de la población de España es extranjera, por un 13% a Alemania i un 9% en Francia y también en Italia. En Estados Unidos hay actualmente 11 millones de trabajadores indocumentados.
Los movimientos xenófobos o racistas han sido muy inferiores en España hasta hoy, pero constituye un magro y frágil consuelo ante la sostenida pasividad política para afrontar la cuestión de la actual inmigración de una forma regulada democráticamente. Los primeros auxilios de la Cruz Roja o de los destacamentos marítimos de la Guardia Civil son una venda en los ojos, un lenitivo de la mala conciencia que no ataca el problema en sus causas ni sus principales efectos.