Advertencia: lo que los espectadores contemplarán a continuación es una selección sesgada de secuencias sobre la larga trayectoria política de Artur Mas, con la lógica interpretación personal del realizador y guionista. Si lo que esperan encontrar son los momentos estelares de Mas, como los anuncios de preguntas inclusivas o las convocatorias solemnes de consultas de cartón, mejor busquen en Wikipedia o cualquier otra fuente de información.
Primera secuencia. Julio de 2001.
Desde el mes de enero Artur Mas es el flamante nuevo conseller en cap. Después de veinte años, Jordi Pujol finalmente ha designado un número 2, un sucesor. El elegido es aquel prometedor economista amigo de la familia y curtido en casa Prenafeta. Mas tiene prisa por darse a conocer. Es lógico. A pesar de que lleva seis años en el Gobierno, en solo dos tendrá que enfrentarse en las urnas contra el carismático Pasqual Maragall, que la última vez ya ha ganado a Pujol en votos pero no en escaños. Necesita construirse un perfil de estadista. Escribe (o le escriben) algún libro y corre a hacerse fotos con celebridades mundiales, desde el Papa Wojtyla a Rigoberta Menchú, pasando por Woody Allen, Pau Gasol y Bill Clinton (estas últimas dos fotos levantan polvareda, porque nunca acaba de saberse quién paga el viaje de Mas a Memphis o la conferencia de Clinton en Barcelona).
La factura en autobombo de la Generalitat se dispara. En la publicidad institucional, y en especial en las revistas y folletos que edita la Administración catalana la foto de Pujol prácticamente es sustituida siempre por la de Mas. Por último, le conviene un triunfo político de campeonato. Para ello, uno de sus primeros movimientos es pactar con el Gobierno del PP, partido con el que mantienen un acuerdo de apoyo mutuo que desde 1996, un nuevo sistema de financiación autonómica. El tema de siempre. Cataluña está infrafinanciada, los catalanes pagamos mucho más en impuestos de lo que recibimos en inversiones y servicios, etc.
Son negociaciones exprés, tan rápidas que se cierran antes incluso de darles publicidad, y de ellas sale un Mas triunfal, eufórico, hasta el punto de hacer una afirmación que no deja en muy buen lugar a los dirigentes de su mismo partido que le han precedido. Este acuerdo, afirma el 25 de julio de 2001, es “el mejor que ha conseguido Cataluña en los últimos 20 años”. Y así lo seguirán proclamando durante las semanas y meses posteriores.
Y el acuerdo era tan bueno que dos años después ya se dirá que es insuficiente y que la única manera de blindar la financiación autonómica es la redacción de un nuevo Estatuto. Y de ahí hasta hoy.
Segunda secuencia. Diciembre de 2003.
Por primera vez en 23 años, en Cataluña se forma un gobierno con tres partidos de izquierdas, los cuales, a pesar de no haber ganado las elecciones, suman mayoría frente a CiU, que ha sido la primera lista en votos y escaños pero que en ambos aspectos ha experimentado un notable retroceso. PSC, ERC e ICV forman gobierno, después de un mes de intensas negociaciones en las que ERC especialmente, y en menor medida el PSC, han tenido que soportar fortísimas presiones para forzarles a pactar con Mas. No lo hacen. Pasqual Maragall es investido presidente.
Llega el traspaso de poderes. Toca hacerlo el 22 de diciembre de 2003, el día de la lotería de Navidad. Como de costumbre, el consejero saliente y el entrante mantienen una reunión formal, ante las cámaras, en las que se dan la mano y se formaliza el traspaso de la cartera. Así es la democracia: unos salen y otros entran, y los que hoy entran mañana saldrán y vendrán otros o los de antes.
Pero en Cataluña la situación desde las elecciones es extremadamente tensa. Unos tienen la sensación de conquista, otros de usurpación. Algún tertuliano proclama que estamos asistiendo al fin de Cataluña, el jefe de gabinete de un consejero envía una carta de despedida a los funcionarios diciendo que se lleva la senyera del despacho porque como entran los españoles no les hará falta, y Marta Ferrusola, siempre sublime, afirma aquello de que “es como si unos ladrones nos hubieran echado de casa”.
Sin embargo, los consejeros hacen de tripas corazón y cumplen con la protocolaria cita con su sucesor. ¿Todos? No. Hay dos que tienen más mal perder que el resto y optan por delegar el encuentro en subordinados. Uno es Antoni Fernández-Teixidó, consejero de Industria. El otro es el consejero jefe, Artur Mas, que el día 13 ya ha anunciado que no se hará la foto con Josep Lluís Carod-Rovira porque ha sido “un pacto contra CiU de gente ávida de poder”.
Tercera secuencia. Enero de 2006.
Después de una larga y agotadora tramitación, en septiembre de 2005 el Parlament ha aprobado por amplio consenso un nuevo Estatuto de Cataluña y ahora hay que conseguir que salga adelante en tierra hostil, en el Congreso, donde el PP y toda su artillería mediática lo esperan cargados con la munición Zapatero rompe España. Algunos puntos, como aquel artículo 1º que proclama que “Cataluña es una nación”, incomodan sobremanera incluso al ala más conciliadora del PSOE.
El Parlament ha enviado a tres negociadores al Congreso: Artur Mas, Manuela de Madre y Josep Lluís Carod-Rovira. Cataluña se presenta por primera vez en muchos años unida ante el resto de España para reivindicar su deseo de resolver el encaje a través de un nuevo Estatuto. Tal es la sensación de unidad que durante unas semanas la prensa habla del “cuatripartito” (el tripartito más CiU).
Pero obviamente no todo el monte es orégano. Entre los diversos representantes hay un marcaje al hombre y desde diciembre CDC viene amenazando con votar no al Estatuto si es excesivamente rebajado a lo largo de la tramitación parlamentaria en Cortes. Es una amenaza explícita pero poco creíble. Lo que quiere CDC, y así lo expresa privadamente al PSC, es un triunfo, una foto en solitario. Quiere evitar que si esa operación sale bien, la medalla se la acabe colgando en exclusiva el presidente Maragall, promotor de la reforma estatutaria e interlocutor privilegiado con Zapatero, que en aquellos momentos (parece mentira) es un líder muy popular dentro y fuera de España.
El 10 de enero los líderes de ese cuatripartito (Manuela de Madre, Artur Mas, Joan Puigcercós y Joan Saura) se reúnen para fijar las líneas rojas de la defensa del Estatuto, que son que no desaparezca la definición como nación ni la agencia tributaria propia. Así se publica en los periódicos. Pero en Madrid también tienen líneas rojas, y resulta que son las mismas, no quieren ni oír hablar ni del artículo primero ni de la Hacienda catalana.
La situación está atascada. Unos días más tarde, el 21 de enero de 2006, Mas y Zapatero mantienen una reunión secreta. La leyenda dirá que de siete horas, de la que sale Mas como el gran negociador. Acepta la rebaja del Estatuto a cambio de ser él quien tiene la negociación directa con Zapatero. Ha conseguido la foto que quería, con el mensaje implícito que la acompaña: cuando Madrid habla con Cataluña es un presidente de Gobierno que negocia con el principal dirigente de CiU. Es también el mensaje de siempre: Convergència es Cataluña.
Obviamente, la reunión sorpresa deja al resto de negociadores con el culo al aire, ya que sólo algunos dirigentes del PSC están al corriente. ERC es quien peor se lo toma, y durante unos días se hace el remolón, ahora son ellos los que no quieren aprobar el Estatuto descafeinado. Piden, casi imploran un caramelito para subirse al carro, como por ejemplo el traspaso de la gestión aeroportuaria. Pero se les niega. Y se acaban subiendo igualmente con el rabo entre piernas.
Curiosamente, este episodio, durísimo, que marca un antes y un después en la historia del catalanismo, en Cataluña será muy poco recordado. Todavía no ha aparecido el libro que explique con detalle qué ocurrió durante aquellos días y semanas. Se repetirá hasta el aburrimiento el famoso “apoyaré” (el Estatuto que salga del Parlament) de Zapatero, como muestra de falta de palabra de Madrid, pero nadie matizará luego que finalmente hubo un pacto Zapatero-Mas que rompió la unidad de acción del Parlament.
Mas es todavía el líder de CDC. Los dirigentes de ERC de aquella época ya no están, pero en las hemerotecas y fonotecas se pueden encontrar unas cuantas declaraciones suyas sobre aquel episodio. Por ejemplo, Carod-Rovira diciendo en una entrevista radiofónica que Mas se había cargado el Estatuto: “Usted compare el Estatuto que aprobó el Parlament de Catalunya el 30 de septiembre con el Estatuto que rebajaron, aguaron y modificaron el máximo dirigente de Convergencia y el máximo dirigente del PSOE. Aquello fue cargarse el Estatuto que tanta ilusión había creado en el pueblo de Cataluña”.
O Joan Ridao: “Cuando Mas pactó el Estatuto con Zapatero dijo que nunca más tendríamos que ir a Madrid a mendigar absolutamente nada”. O de Joan Puigcercós, que a mediados de aquel 2003 explicará que “Mas y yo hablamos pocas semanas antes de aquel encuentro suyo en la Moncloa y le dije que ERC iría hasta el final, aguantando lo que se aprobó en el Parlament, y Mas me dijo que CiU también. Quedamos en que, si había cambios, nos avisaríamos. Y yo todavía espero su llamada”.
Cuarta secuencia. Julio 2012.
Por último, a finales de 2010 Artur Mas es elegido presidente, pocos meses después de la nefasta sentencia sobre el Estatut dictada por un Tribunal Constitucional de mayoría conservadora (y gracias a la abominable recusación de uno de sus miembros por haber hecho un dictamen por encargo de la Generalitat). Durante los siete años de travesía del desierto, Mas ha sabido mantener el partido unido, que no es poco, y finalmente ha conseguido la victoria, pero le faltan algunos escaños para la mayoría parlamentaria. El objetivo de Mas es poder gobernar al estilo Pujol, pero de momento necesita una muleta, y la única que tiene a mano es la del PP catalán.
Durante todo 2011 el PPC deja mandar en paz a CiU, ante la posibilidad de que los votos de CiU sean necesarios para un futuro gobierno del PP en España. Pero en noviembre de 2011 Rajoy llega a la presidencia con mayoría absoluta y Mas se encuentra ante un escenario que ya conoció en el periodo 2000-2003: gobernar Cataluña con el apoyo del PP mientras el PP gobierna España sin necesitar el apoyo de CiU. Soportar la prepotencia del PP en época de recortes es un calvario elevado al cuadrado.
El caso Millet, que ha estallado en julio de 2009, ha planeado sobre la campaña, en especial por los crecientes indicios de financiación irregular de CDC a través del Palau de la Música. Pocos días después de que Mas sea investido presidente, los servicios jurídicos de la Generalitat, actuando en representación del Consorcio del Palau de la Música, piden al juez que no impute a nadie en la causa separada que se ha decidido abrir para investigar este posible delito, cuando unas semanas antes habían pedido la imputación de Daniel Osàcar (tesorero de CDC) y de Àngel Colom, en sintonía con lo que había solicitado la Fiscalía. Paralelamente, ha dimitido el director general del Palau nombrado después del escándalo, Joan Llinares, que en todo momento había colaborado con la Justicia y que de hecho es el responsable de haber aportado la documentación que saca a la luz la posible financiación irregular de CDC.
La estrategia solo es dilatoria. El juez ratifica la pieza separada y acabará imponiendo a CDC una fianza de 3,2 millones de euros (cifra que más adelante se elevará a 6,6 millones) como responsable civil “a título lucrativo” por el desvío de este dinero del Palau, lo que obliga al partido de Mas a presentar, el 20 de julio de 2012, las escrituras de su sede central como garantía para la fianza. ¡La sede central del partido que gobierna embargada por orden judicial!
El alboroto es considerable, pero podría haberlo sido mucho más. La prensa le pone sordina. Además, aunque formalmente CiU sigue con el apoyo del PP, en esta ocasión es ERC quien evita sumarse a la petición de los otros grupos para que el presidente dé explicaciones en el Parlament (las acabará dando un año más tarde, echando la responsabilidad sobre Osàcar, quien ya había dejado el cargo de tesorero).
Desde la sentencia del Estatut, en la sociedad catalana se ha ido radicalizando y amplificando el sentimiento antiespañol, con movilizaciones como la oleada de consultas populares sobre la independencia. Con todo, y debido a la dependencia del PP, CiU se ha mantenido a cierta distancia. A mediados de 2012, Mas está decidido a sacarse el PP de encima y pone toda su maquinaria mediática al servicio de ese movimiento. Posiblemente sea entonces, con la incorporación de CiU, que se empiece a hablar del procés (proceso). Los estrategas convergentes siempre han sabido que el nombre hace la cosa.
La manifestación de la Diada de 2012 es debidamente precalentada durante los meses, semanas y días previos, el objetivo es reeditar la famosa manifestación de 1977. Y se consigue. Es el tour de force que Mas necesita para presentarse ante Rajoy con una demanda que sabe que no obtendrá, el concierto fiscal (ahora llamado pacto fiscal), pero que le dará el argumento para convocar unas nuevas elecciones que le permitan rascar aquellos seis diputados que le hacen falta para gobernar sin muletas.
Mas plantea las elecciones de 2012 como un plebiscito sobre la voluntad soberanista del pueblo de Cataluña, es la mejor manera de hacer olvidar los recortes y tapar las vergüenzas del caso Millet; pide una “mayoría excepcional” para su formación y presenta una campaña y eslogan que es toda una declaración de intenciones pero que será tremendamente criticada y ridiculizada. “La voluntad de un pueblo”, reza el eslogan, mientras en la imagen se ve a Mas con los brazos extendidos cual Moisés ante una multitud de personas y banderas (entre las que aparece ya tímidamente alguna estelada). La idea es clara: él quiere ser el pastor que guíe el rebaño.
La jugada, sin embargo, le sale fatal. CiU pierde 12 escaños, pasa de 62 a 50, mientras ERC gana 11, al pasar de 10 a 21. Los vasos comunicantes son evidentes. A pesar del batacazo, la buena noticia para Mas es que sigue vivo. Podrá seguir gobernando.
Quinta secuencia. Febrero de 2015.
Un hecho absolutamente inesperado lo ha removido todo en julio de 2014: la confesión de Pujol (que ha venido motivada, muy posiblemente, por la investigación a todo su entorno familiar como respuesta del aparato del Estado al desafío catalán). La confesión causa un seísmo sin precedentes. Es un golpe emocional durísimo para cientos de miles de catalanes. Si Mas ya gobernaba con dificultad, ahora sus expectativas de voto caen en picado. Pero en su equipo ya han tomado conciencia de que la salvación pasa por mantener bien fuerte el anhelo independentista, ya que, si bien él no es el impulsor de ese movimiento, se han dado cuenta, y lo hacen saber a quién convenga, que la independencia no podrá hacerse sin Convergencia. Todavía tienen la sartén por el mango, si bien este giro inesperado les obliga a renegar de lo que nunca en la vida habrían pensado que renegarían, del pujolismo, y a levantar a toda prisa sobre sus cenizas el masismo. Es la familia o el partido, escriben algunos de los más reputados articulistas.
En el Parlament se crea la comisión de investigación del caso Pujol, sin duda la más seguida y la que más impacto mediático tendrá de todas las comisiones de investigación hechas nunca en Cataluña. Mas es uno de los primeros en comparecer, el 9 de febrero de 2015. Uno de los diputados hace algún comentario sobre su amistad con Jordi Pujol Ferrusola, investigado no sólo por el tema del legado del abuelo Florenci sino también por varios pagos procedentes de grandes empresas sin contrapartida aparente. La maquinaria judicial se ha puesto las pilas y ahora sería terrible que apareciera alguna operación dudosa del Junior realizada en la época en que Mas fue consejero de Obras Públicas o de Economía. Por fortuna, desde entonces ha llovido mucho.
Sin que ningún diputado haya hurgado demasiado en el tema, Mas se apresura a aclarar que conoce a Junior desde hace años pero que no es amigo íntimo suyo, puesto que las parejas nunca han salido a cenar juntas y él sólo ha estado una vez en casa del hijo de Pujol. Esta la tenía guardada.
Unas semanas más tarde, el 23 de febrero de 2015, comparece en la misma sala Jordi Pujol Ferrusola. En esta ocasión es Marc Vidal (ICV) quien le pide sobre su relación con Mas, y, como esperando la pregunta, Pujol Ferrusola responde con gran contundencia lo que podría interpretarse como un aviso a navegantes: “El señor Mas es amigo mío, es muy amigo mío. A mis amigos no tengo por qué verles cada día, ni ir a cenar cada noche ni ir a esquiar (...) Es la conexión íntima que tengo con la gente que quiero y aprecio. El señor Mas, el presidente Mas, el muy honorable Mas, es muy amigo mío. Yo no necesito saber que él está pensando en mí. Yo estoy pensando en él y le estoy ayudando siempre que puedo. Él hoy no tiene tiempo, ni mañana, ni hace dos años ha tenido tiempo de llamarme. No me preocupa. Yo sé que el día que necesite del presidente Mas se pondrá al teléfono. O me contestará con una carta. O me atenderá”.
A pesar del caso Pujol y de las bajas expectativas de voto, Mas conseguirá un hecho impensable: mantener la pulsión soberanista e ir llevando hacia su terreno a las entidades y partidos que en noviembre de 2012 le habían negado legitimidad como pastor. Ahora ya no es Moisés reencarnado. Ahora la escena que más se repite es la de la Santa Cena (por el sí), aunque todavía falta definir el reparto de papeles.
El final de la película está por escribir. Ignoro si la siguiente secuencia, tal vez la final, se tendrá que situar en el 27S o en el 28A, día en que los romanos han registrado la sede central de CDC por el presunto cobro de comisiones ilegales de la constructora Teyco (familia Sumarroca, íntima de la familia Pujol). En todo caso, continuará.