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La vieja nueva política

Jordi Mir Garcia

¿Por qué la ciudadanía cree que en política todo lo nuevo, por el simple hecho de serlo, es bueno? Joan Boada se formulaba esta pregunta hace pocos días. Asunto más que interesante y necesario sobre el que reflexionar ante las demandas y los anhelos existentes. También por la necesidad de introducir rigor en los debates que empiezan a darse. Pero Boada tal vez no ayudaba todo lo que podría al quedarse en la afirmación que todos los nuevos liderazgos surgidos en las filas de la izquierda tienen en común poner a todos los políticos mayores de 40 años en el saco de la casta o del stablishment. Les recriminaba el adanismo de pensar que hasta su aparición no ha habido nadie trabajando por lo mismo que ellos y ellas buscan.

“No confíes en nadie de más de 30 años”. Esta fue una consigna de los estudiantes que en el curso 1964-65 impulsaron el movimiento por la libertad de expresión (Free Speech Movement) en la Universidad de Berkeley. Habían despertado en un país, los Estados Unidos de América, que se presentaba como paradigma del mundo libre en los años de la Guerra Fría. Un país en el que el comité de actividades antinorteamericanas actuaba impunemente. En el que la población negra sufría exclusión y discriminación. En el que la universidad ya se veía como pilar fundamental de la industria y no podía aceptar el disenso crítico en su interior. Después vendría la Guerra del Vietnam. Y estas personas que se encontraron en Berkeley quisieron cambiar sus vidas y su país. Sus mayores, en parte, eran un obstáculo. Pero también sabían que convenía hacer excepciones a la limitación de más de 30 años y las hicieron. “No estamos contra los viejos, estamos en contra de lo que los hace envejecer”. Esta es una de las pintadas asociadas al Mayo francés de 1968. Hay quien quiso ver la movilización como un enfrentamiento entre generaciones. Algo de eso hubo, como casi siempre pasa en las movilizaciones con un peso importante de la población joven. Pero nunca son siempre jóvenes las personas movilizadas. No lo fue en Berkeley 65 o París 68, y tampoco lo es ahora.

Está cuajando la expresión “nueva política” y sin hacer una definición clara de en qué consiste se acostumbra a oponer a la “vieja política” existente y que se querría transformar. Quim Brugué ha apuntado una definición de esta “nueva política”: la nueva política sería la de la gente en contraposición con la institucional y apostaría por el empuje ciudadano para superar las trabas institucionales. Pone como ejemplo de esta “nueva política” la defensa que se hace desde diferentes posiciones por la movilización ciudadana el 11 de septiembre que, ante las dificultades institucionales, haría posible la consulta del 9 de noviembre. Si nos quedamos con esta definición y delimitación me parece que demasiadas cosas importantes quedaran fuera. Brugué considera que esta nueva política todavía debe enfrentarse con la realidad y que todas las lecciones que está dando son exclusivamente teóricas. ¿No hay intentos concretos y prácticas de nuevas maneras de hacer política?

Hoy, la reivindicación de otra manera de hacer política y las propuestas que intentan ponerla en práctica no se construyen mayoritariamente desde la crítica a las personas mayores de 30 o 40 años por su edad. Se hace desde el cuestionamiento de unas maneras de hacer política que no se comparten. Se hace desde una crítica clara y concreta de opciones tomadas por diferentes formaciones políticas en las últimas décadas, ya estuvieran en el gobierno de las instituciones o en la oposición. Se hace sabiendo que desde la oposición no se puede hacer lo mismo que al estar en el gobierno, pero que no es suficiente con el no compartir, con el denunciar. Se hace desde opciones movimentistas que han optado por hacer politica desde las instituciones. Se hace desde la consideración de que se ha llegado a un momento en que no se puede continuar tolerando lo intolerable. Se hace desde la posición de que no basta con condenar los desahucios, los CIEs, la corrupción, los paraísos fiscales, el paro, la pobreza... No basta, y por eso hay quien se organiza para parar desahucios, para intentar ofrecer respuestas habitacionales cuando las administraciones no lo hacen, para hacer visibles los CIEs, para impulsar la economía solidaria...

Se reivindica otra manera de hacer política (¿nueva política?) y convendría entrar en detalle de qué está emergiendo exactamente y como puede relacionarse con la ya existente. Es una nueva política que tiene mucho de la vieja política que no habría envejecido, a su entender, y de la que se aprende constantemente. Una nueva política que descansa en la horizontalidad que puede aportar la vieja asamblea. Una nueva política que apuesta por la vieja movilización social, por la construcción de contrapoder. Una nueva política que busca unir el decir y el hacer, la vieja coherencia. Una nueva política que busca unirse a la vieja ética, entendiendo que lo virtuoso fuera de la política institucional no deja de serlo al entrar en ella. Una nueva política que se pone como objetivo conseguir algo tan viejo como que las personas puedan vivir dignamente allí donde se encuentren. Una nueva política que no empieza de cero, que encuentra referentes concretos en nuestra historia reciente, en personas y colectivos que han hecho política desde el barrio, la fábrica, la universidad... Una nueva política que puede reivindicar la desobediencia civil noviolenta y la revuelta aprendida de Antígona, Rosa Parks, Pepe Beunza...

Hablemos de la fascinación de lo nuevo y de lo viejo. Hablemos de los intentos de buscar nuevas maneras de hacer política. Hablemos de la necesidad de analizar críticamente nuestra historia. Hablemos de lo que hicimos y no volveríamos hacer, de lo que pensábamos que no pasaría y pasó. Hablemos de lo que ganamos y hay que volver a ganar. Hablemos y no dejemos de hacerlo. Actuemos y no dejemos de hacerlo. Hoy, tanto o más que otros períodos difíciles de nuestra historia, es imprescindible hacerlo por las generaciones que sufrimos y las que lo harán dependiendo de lo que les dejemos.

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