Desde que se hicieron evidentes las consecuencias del estallido de la burbuja inmobiliaria en el paisaje urbano han empezado a desarrollarse nuevas prácticas de intervención en la ciudad. Unas prácticas que propugnan un cambio del modelo urbano, que se aleje del expansionismo especulativo de las últimas décadas y se oriente a la regeneración y reapropiación de la ciudad construida. Solares vacíos, equipamientos en desuso y espacios abandonados son el foco de atención de muchos colectivos ciudadanos que se han activado para fomentar su apertura mientras no se ejecuten los planes urbanísticos vigentes. Así, donde está previsto que se construya un equipamiento se crea un huerto urbano; donde no hay recursos para construir un polideportivo se diseña una plaza. El urbanismo formal -a menudo criticado por lento y rígido- se ha visto alterado por iniciativas ciudadanas de carácter espontáneo que cambian el rol de vecinos y vecinas, pasando de ser meros usuarios a diseñadores y constructores del espacio público.
El diseño de estos espacios -que se caracterizan por el uso de palés en vez del cemento- ha configurado un urbanismo informal que ha desarrollado proyectos de carácter temporal y que han pretendido dar respuesta a necesidades locales (un barrio sin suficientes plazas públicas, falta de pistas deportivas, bibliotecas prometidas que no se construyen). Ahora bien, ¿tienen capacidad estas prácticas para revertir las estructuras del urbanismo formal que, ejecutado durante las últimas décadas desde intereses especulativos, nos ha dejado los paisajes urbanos actuales? Desde mi punto de vista, deberíamos atajar algunas cuestiones.
A menudo se ha apelado y cedido el uso de los vacíos urbanos con argumentos de temporalidad. Sólo falta esperar a que termine la crisis para poder desarrollar el planeamiento vigente. Mientras no construyan el equipamiento hacemos un huerto urbano. Las iniciativas ciudadanas parece que tienen cabida en este mientras tanto. Las bases de un nuevo urbanismo, que gestione el estallido de la burbuja inmobiliaria, difícilmente se podrán construir a través de prácticas urbanas localizadas y temporales. Necesitamos cambios legislativos –que no flexibilización- y establecer redes de colectivos ciudadanos no solo a escala local sino metropolitana y más allá.
El empuje de la ciudadanía y el contexto de crisis y austeridad han provocado también alteraciones en las formas de gobierno del territorio y en las políticas urbanas impulsadas desde las administraciones locales. Distintos municipios han implementado programas que fomentan la apertura y la transformación temporal de solares vacíos o acuerdos de autogestión de equipamientos públicos. Ahora bien, cabe preguntarse si estos programas responden a las demandas ciudadanas o bien también son la traducción práctica de posicionamientos ideológicos de carácter neoliberal que pretenden reducir el rol de las instituciones públicas en la gestión de la ciudad.
Además, estas prácticas espontáneas se caracterizan por el rol preponderante de la ciudadanía en el diseño y construcción de la ciudad. Parecen ser una brecha en el aún demasiado hermético mundo del urbanismo. Sin embargo, no debemos perder de vista que mientras distintos colectivos ciudadanos han ejecutado el Pla Buits en Barcelona apropiándose de solares, al mismo tiempo distintos proyectos urbanísticos de gran envergadura se han tramitado al margen de la ciudadanía o han salido a la luz sin ningún tipo de diálogo. La ampliación de La Maquinista, el proyecto Kids Sagrera, la reforma del Port Vell y un largo etcétera lo ejemplifican. Y es en estos proyectos donde aún se vislumbran las viejas tendencias de concebir el suelo como un mero producto de intercambio al servicio de grandes agentes privados.
Finalmente, tal y como ha puesto de relieve el Mapa de la Innovación Social de Catalunya, las prácticas socialmente innovadoras surgen allí donde hay más recursos para que fructifiquen. Aquellos barrios con más dificultades económicas, con un tejido social menos estructurado y que tienen que poner todo su empeño en la cobertura de las necesidades básicas, ¿van a poder disfrutar de la mejora y reapropiación de sus espacios públicos?
Si el nuevo urbanismo debe desarrollarse a través del do it yourself también podemos llegar a promover desequilibrios en función de las capacidades vecinales. Por responsabilidad institucional, y para fomentar la cohesión social, el contexto actual exige que los poderes públicos planifiquen el territorio al margen de cálculos y deseos especulativos y que junto con la ciudadanía promuevan un urbanismo para fomentar la justicia espacial.