Los que llevaron urnas y recibieron palos, tras la suspensión de Puigdemont: “Volveríamos a organizar el referéndum”
Su trabajo resultó decisivo para que el 1 de octubre el independentismo tuviese su referéndum, pero uno a uno todos sostienen que si no hubiesen sido ellos, otros se habrían arriesgado a hacerlo.
CatalunyaPlural conversa con seis de los voluntarios que participaron en la logística del 1-O solo unas horas después de que el president Carles Puigdemont haya dado ese volantazo al procès. El domingo del referéndum, ellos abrieron colegios, transportaron urnas, interpusieron su cuerpo entre las porras de los antidisturbios y los colegios electorales. Alguno incluso ayudó a idear parte del dispositivo para sortear la vigilancia de jueces, fiscales, Policía y Guardia Civil.
En la resaca de uno de los días más duros para el independentismo, que aguardó sin éxito la inminente proclamación de la república catalana, todos se esfuerzan por mirar al futuro. Por dejar atrás las imágenes de la comparecencia que sirvió al president de la Generalitat para echar el freno en el último segundo, cuando muchos de ellos tenían el cava a enfriar. Para declarar la independencia sin declararla. Para dar una última oportunidad al diálogo con el Gobierno de Mariano Rajoy que gran parte del independentismo ya daba por descontado.
Las urnas clandestinas de Carles
Fueron parte del dispositivo clandestino del referéndum, e insisten en que lo volverían a ser. Carles, un joven documentalista de Badalona, repetiría en otra operación secreta, como la que le llevó a transportar las urnas que Policía y Guardia Civil habían buscado por toda Catalunya durante el mes de septiembre. Según su relato, recibió un mensaje “de un desconocido” en su teléfono con un lugar y una hora de recogida y entrega. Él, sostiene, se limitó a ejecutar las órdenes con discreción.
Carles pide preservar su identidad y admite cierta frustración tras la maniobra de Puigdemont en el Parlament que desbarató la declaración unilateral de independencia que él y tantos más habían previsto: “Hay un punto de impotencia porque parece que volvemos a un estadio intermedio del proceso, cuando nos habían hecho creer que esta era la definitiva. Nos la hemos jugado contra la ley de forma cívica”. Como pieza que fue del engranaje independentista, no se arredra y avisa que queda “a la expectativa”.
María, las llaves del instituto
María –“no quiero que se me reconozca”– jamás había tenido tratos con la Fiscalía hasta que hace unas semanas recibió, como el resto de directores de la educación pública, una carta del ministerio público en la que se le advertía de que sería considerada responsable si alguien abría su centro para facilitar la votación.
Pese a sus temores, en ese colegio de Barcelona hubo urnas, papeletas y votación sin incidentes, para júbilo del independentismo. “No tenía miedo a una detención pero sí que me pudieran inhabilitar. Además de directora, soy profesora, vivo de esto y da mucho respeto”. “Tenían que llegar papeletas y urnas y a través de grupos de WhatsApp quedamos en que una persona que no sería yo abriese el colegio. Fue a las 8.30 de la mañana. Durante toda la jornada yo estuve atenta a las fotocopias, a quitar y poner las alarmas”, sostiene ahora con pena contenida.
El martes al anochecer cuando vio al president por la tele echarse atrás corrió a llorar sola en su estudio. Como muchos de los que estaban en las pantallas de Arc de Triomf a las puertas del Parlament ni siquiera esperó a oír a Inés Arrimadas o al resto de partidos. “Hoy estoy fatal. Yo pensaba que si alguna posibilidad teníamos de convencer a la opinión pública internacional y a la gente del país que nos estaba escuchando era haciendo esa declaración. Pero ha merecido la pena. La gente ha podido expresarse, votar. Ha sido un referéndum tan duro y tan costoso... Hemos visto por primera vez cuánta gente estaba por la independencia y la república. Hubo gente muy altruista, de todas las edades y esta gente sigue aquí y no se la puede defraudar”.
Un escudo humano llegado de Londres
El mismo día que se conoció la fecha del referéndum, Allosa -26 años, abogado y residente en Londres- compró billetes de avión de ida y vuelta para vivir en Girona esa jornada histórica. Invirtió 350 euros y un fin de semana entero para proteger el colegio donde estaba llamado a votar Puigdemont.
La madrugada del 31 al 1 la pasó en Sant Julià de Ramis donde ensayó junto a otras 70 u 80 personas ejercicios de “resistencia pacífica”. Antes habían aparcado un tractor junto al pabellón polideportivo para estrechar el camino hacia las urnas. “Poco después de la mañana, acabé en el suelo, dos guardias civiles me retuvieron y me agarraron por el cuello dejándome unos segundos sin respiración. Pedí que dejaran salir a una señora mayor que estaba detrás y al menos la sacaron de allí. Fue una intervención muy agresiva, los que venían delante actuaron a hostia limpia”.
El martes noche, el grupo de catalanes en Londres de Allosa se juntó para ver a Puigdemont en la tele. Muchos iban preparados para una fiesta que al final no fue: “Fue un poco decepcionante, con lo que hicimos para defender las urnas, para que se votase y resulta que ahora no se aplica el resultado. Pero podrá aplicarse en diferido. Yo hubiese preferido una DUI pero creo que la que se eligió era la única opción que había para tirar adelante con opciones reales. Con una declaración de independencia habríamos perdido los soportes de la opinión pública y se hubiese contribuido a la escalada de agresividad retórica”.
Joan, camarero y activista
Las movilizaciones en los colegios no surgieron de la nada. Detrás de esas estrategias estaban los Comités de Defensa del Referéndum (CDR) y los Comités de Defensa de los Barrios y las Libertades. De entre las decenas de asambleas populares que trabajaron para garantizar la votación, la del Raval y el Gótico concentró a un gran número de voluntarios. Entre ellos, Joan, que ha dedicado su vida a la hostelería y que milita desde hace años en organizaciones de la izquierda independentista como Endavant, y que en el último mes ha sacrificado mil y una horas por defender el derecho a decidir y denunciar la represión policial del 1-O. No las da por perdidas ni tras el discurso de Puigdemont.
En el camino a la escuela a recoger a su hija, este activista se muestra confiado en que la defensa de las urnas ha supuesto un movimiento “masivo e inclusivo” en la calle, lo que no solamente servirá para el independentismo. “Ahora somos un núcleo de 30 o 40 personas activas en el CDR del Raval, somos más luchando que antes del referéndum. Y eso lo hemos notado en cómo han aumentado las personas para parar desahucios, por ejemplo”.
Su tesis concluye que los catalanes están “decepcionados con un líder, con la política parlamentaria” pero no con la idea de la autodeterminación. Joan es de los partidarios de separar la actividad parlamentaria y la protesta en la calle. “La calle no le debe nada a entidades independentistas o al Govern. La calle seguirá”, zanja.
P., estratega de la CUP
P. –“no quiero que salga mi nombre”– es algo más que un militante de la CUP, la organización antisistema que está en shock desde la noche del martes. Cree que su formación tendrá que digerir con calma lo que ha pasado. Admite errores durante la última semana.
Su aportación al 1-O fue intelectual. Tampoco se arrepiente y sostiene que el escenario, pese a los errores, sigue abierto. Pero que el marco ha cambiado: “Yo tenía una opinión de que una independencia sin matices daba todas las armas al Estado. Creo que mi posición no era mayoritaria dentro de la CUP. Pero Puigdemont lo hizo tan mal que nos ha unido a todos. Sobre todo en lo de no firmar. Hay cierto margen para el optimismo, el Estado tiene una patata caliente: no tiene fácil no tomar ninguna medida más. Volver al escenario autonómico no tiene sentido. No se van a convocar plenos en el Parlament para hablar de la agricultura. Estamos ante una situación excepcional”.
Si María es la directora del colegio; Carles, el transportista de urnas; Joan, uno de los organizadores del operativo en el Raval; P., un estratega de la CUP que piensa ya en el siguiente paso; Jordi, antiguo director de teatro y hoy camarero en dos bares del Raval, es el votante.
De la barra del pub al colegio electoral
El domingo 1 de octubre a las cuatro de la madrugada, Jordi salió del pub donde pone copas los fines de semana y se dirigió a su centro de votación. Allí le dijeron que no hacían falta más voluntarios para proteger las urnas y se marchó a dormir. Por la mañana hizo cuatro horas de cola bajo la lluvia para depositar su papeleta por el 'sí'. Y a media tarde regresó al centro para participar en un cordón y evitar “que se robasen las urnas”. No fue necesario, la Policía había dejado de cargar por la mañana cuando las primeras imágenes llegaron a la prensa internacional.
Tampoco Jordi se reprocha nada, pese al jarro de agua fría que el independentismo sufrió en la sesión del Parlament el 10 de octubre. “Cuando Puigdemont dijo que suspendía la independencia para dialogar, creí que se bajaba los pantalones. Y pensé en Artur Mas. Nunca me he fiado de él. Luego viendo Twitter di por hecho que es una jugada porque ya estaba todo preparado para el 155 exprés. Igual es que alguien de fuera le ha pedido dialogar. Y hoy creo que o le han engañado como a un chino a Puigdemont o la burguesía ha vuelto a traicionar a este país. Sea lo que sea, seguro que el referéndum mereció la pena. Lo hicimos el pueblo. Yo me siento orgulloso como votante y como ciudadano. Si un día hay una República catalana habría que poner una placa en una plaza y un monumento a los informáticos y a Telegram”, el canal de mensajería que sirvió para camuflar todas las órdenes que hicieron posible el referéndum del 1-O.