La marea independentista desborda Barcelona para respaldar el 1-O
Una nueva Diada, un nuevo éxito de convocatoria. Las calles del centro de Barcelona se han quedado este lunes pequeñas para dar cabida a la marea independentista que se ha concentrado para reivindicar la independencia y el referéndum convocado por la Generalitat –y suspendido por el Constitucional– para el próximo 1 de octubre.
Los planes del Govern, que ha anunciado que no dará marcha atrás en el referéndum pese a los pasos judiciales del Gobierno español y las prohibiciones del Tribunal Constitucional, han recibido el respaldo de una marcha multitudinaria que la Guardia Urbana ha cuantificado en un millón de personas y la Delegación del Gobierno en 350.000. Tras esta demostración de fuerza se abre ahora una larga campaña hacia el referéndum de casi 20 días.
Pese a la mención explícita a la violencia hecha por el ministro portavoz Íñigo Méndez de Vigo en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros el pasado viernes, la marcha ha discurrido con la acostumbrada normalidad y en un ambiente familiar y festivo.
La confluencia entre el Passeig de Gràcia y la calle Aragó ha sido el epicentro de una manifestación que ha abarcado esas dos céntricas vías, desde Jardinets de Gràcia a plaza Catalunya y desde Casanova al Passeig de Sant Joan. A las 17:14 horas de la tarde, como marca la tradición, diversas pancartas han avanzando por los brazos del aspa multitudinaria, hasta llegar al centro.
La performance, que es otra de las señas de identidad de las convocatorias independentistas, ha tenido este año más problemas que los anteriores para culminar de forma vistosa ante las cámaras, ya que una de las pancartas ha quedado paralizada varios minutos en la parte alta del Passeig de Gràcia.
Percances logísticos aparte, el impulso ciudadano mostrado en las calles de Barcelona no por esperado será menos importante para un Govern que promete dar un salto jurídico al vacío y llevar a cabo un referéndum y eventual desconexión contra toda la potencia diplomática de un Estado europeo. “El referéndum del 1-O servirá para derribar todos los muros del mundo”, ha asegurado el president de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, con una papeleta en la mano tras el momento álgido de la manifestación.
La idea de que todo es posible con una fuerza social tan imponente como la desplegada este lunes –y cada Diada desde hace cinco años– ha sido un supuesto generalizado en los discursos políticos de la marcha. En un momento en el que el Govern conjura el lema de “com sempre” [como siempre] para tranquilizar a quienes observan que nunca se había llegado tan lejos en la ruptura de la legalidad, este lunes las caras visibles del independentismo lo han apostado todo a una alta participación el 1 de octubre.
Y, “com sempre”, las urnas han planeado sobre la masa de gente. “Las urnas estarán en los colegios el 1 de octubre”, ha prometido el president Carles Puigdemont, que, por enésima vez, ha recordado a Mariano Rajoy que “hasta el último minuto hay tiempo de negociar” un referéndum pactado. Le ha apostillado el vicepresident Junqueras, que ha asegurado que será así porque lo quiere “la mayoría de la gente”.
Esta es la voluntad expresada por el Govern. Pero que haya o no urnas dependerá de más factores. La cuestión se ha convertido en una batalla con el Gobierno de Rajoy, quien ha prometido que el 1 de octubre no se celebrará ningún referéndum, y no se descarta que el cerco establecido desde la vía judicial acabe evitando que haya urnas, de forma física.
Un referéndum, además de urnas, necesita colegios electorales. El Govern se ha propuesto utilizar exactamente los mismos centros que en una convocatoria electoral ordinaria, pero varios ayuntamientos se han negado a abrir sus colegios saltándose la ley.
Ante el rechazo, el Ejecutivo se encuentra en este momento cerrando las conversaciones con diferentes ayuntamientos para garantizar la apertura de colegios, entre ellos con el de Barcelona. Sobre esta cuestión, la alcaldesa Ada Colau ha afirmado este lunes en el acto de los comuns en Santa Coloma que su consistorio hará “todo lo posible para que los barceloneses puedan votar el 1 de octubre”.
En cinco años desde la Diada de 2012, que sacudió de forma inesperada a la sociedad catalana comenzando el llamado 'procés', la Generalitat nunca se había colocado de forma abierta en la desobediencia como lo está ahora, aunque Junts pel Sí se refiera a ello como “obediencia al Parlament”.
Solo tras el salto a la piscina que supondrá el referéndum del 1 de octubre podrá comprobarse si había agua, como aseguraban los miles de personas que se han manifestado cada Diada desde 2012.