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Catalunya, España y el sur de Europa, tres guerras que están en juego en la batalla de Barcelona

Los bastidores del acto de presentación del proyecto de Guanyem Barcelona / EDU BAYER

Arturo Puente

Barcelona —

El 24 de mayo será la puesta de largo de un intenso ciclo electoral donde se medirá hasta donde llega el anunciado cambio político tanto español como catalán. 13 de las 17 comunidades autónomas elegirán una nueva cámara, aunque solo en un puñado de ellas hay datos que den margen a la sorpresa. Ocurre algo similar con las municipales. En la mayoría de ayuntamientos grandes irrumpirán nuevas formaciones, sobre todo Ciudadanos o las candidaturas apoyadas por Podemos, pero en ninguno de ellos parece posible que termine habiendo un alcalde de estos nuevos movimientos.

Pese a la oleada de entusiasmo general de meses pasados, a tres semanas de las elecciones solo en Barcelona la formación de Ada Colau está siendo capaz de plantar cara al alcalde Xavier Trias. Según los sondeos, Barcelona en Comú podría superar, o al menos quedar muy cerca, del partido que hoy gobierna. Semejante irrupción de una fuerza nueva es una anomalía histórica que tiene implicaciones que van mucho más allá del 1,6 millones de barceloneses. Barcelona es más que eso. Su área de influencia política y cultural rebasa con creces las fronteras catalanas y su proyección internacional es comparable a cualquiera de las primeras 10 ciudades en Europa, habiendo sido modelo urbanístico, cultural, económico y, en definitiva, político, para gran número de urbes alrededor del mundo.

¿Es este terremoto realmente posible? Barcelona es un bastión tradicional del centro-izquierda. El PSC ha obtenido de media histórica 18 regidores y un 37% del voto en las elecciones municipales desde 1979. Pese a eso, pocas encuestas pronostican hoy que la candidatura de Jaume Collboni consiga más de 6 asientos. En esa diferencia de 12 regidores se halla el botín disputado en la batalla de Barcelona, plaza clave para las tres importantes guerras políticas actualmente en curso: la guerra catalana, la española y la del sur de Europa.

Partidos como Barcelona En Comú, Ciutadans e incluso ERC llevan semanas en combate para repartirse los restos del otrora inexpugnable PSC, mientras que formaciones como CiU, PP o el propio PSC intentan parapetarse en una resistencia que les es suficiente para conservar la plaza, el primero, o salvar los muebles, los segundos. CiU ganó por primera vez las elecciones en Barcelona en el año 2011. La crisis del PSC a nivel nacional –que acababa de perder la Generalitat tras 7 años de tripartit, recorte estatutario mediante– junto a una evidente fatiga del proyecto socialista en la ciudad tras décadas de gobierno, hicieron que Xavier Trias accediera a las llaves del consistorio.

La de Trias ha sido una política con importantes rasgos continuistas, mal que le pese a su oposición. Es cierto que CiU, con ayuda de sus aliados del PP en el ayuntamiento, ha llevado a cabo una fuerte política de privatizaciones, ha reabierto la veda hotelera y ha recortado servicios públicos. Pero también lo es que la gran oleada de privatizaciones la comenzó el gobierno de Hereu, que el modelo turístico se dejó encaminado en la década pasada y que las grandes intervenciones urbanísticas de hormigón y pelotazo fueron tan seña de identidad de los anteriores gobiernos como una de las mejores redes de servicios sociales del país, de la que hoy se vanaglorian los herederos de aquellos pactos.

Trias ha desplegado una política de corte más derechista, pero para ello no ha necesitado hacer un cambio total de rumbo. Si en algo se ha notado su estancia el despacho de Sant Jaume es por haber profundizado en el camino marcado por su antecesor en medio de la mayor crisis social en décadas. El convergente se presenta ahora con un programa que ahonda en esa actitud. Trias vende con éxito ciudad-marca, gestión de superavit, empleo en el sector servicios y bienestar ocioso para quien se lo pueda pagar. Mientras, Collboni se afana por presentarse como el valedor de los servicios sociales que Trias ha masacrado. Pero los genes del PSC Barcelona parecen dominantes, porque el socialista esboza unas propuestas que enlazan directamente con la gestión de Hereu, pasando de puntillas sobre el hecho de que una ciudad no se hace tan desigual como lo es hoy Barcelona en solo 4 años.

Por su parte, ERC ha sido incapaz de chutar a puerta la asistencia que el proceso soberanista le había dejado en bandeja. El deseo de Junqueras de controlar las principales atalayas de su partido hizo que el aparato se volcara dar una victoria en las primarias a Alfred Bosch, un candidato al que el otro contendiente, Oriol Amorós, superaba por enteros en conocimiento de la ciudad y de la institución a la que se presentaban. ERC ganó las ultimas elecciones que se produjeron en la ciudad de Barcelona, las europeas de mayo de 2014. Un año después, su candidato parece fuera de lugar en una campaña a la que intenta imprimir un estilo propio que a duras penas convence a los suyos.

En medio de todo eso, Barcelona en Comú ha sido capaz de hacerse con la bandera de la alternativa. El proyecto combina un personalismo que raya la asfixia con el convencimiento sincero de que se puede salir de la resignación mediante el ayuntamiento. Colau ha convertido su espacio en la mejor pista de aterrizaje para cazas intrépidos como Podemos y para grandes aeronaves que acusan agujeros en el fuselaje, como ICV-EUiA. Barcelona en Comú ha manejado con acierto momentos y formas, proponiendo un discurso con una capacidad fuera de lo común para ilusionar a sectores de la población que la perciben a la vez como voto útil y de cambio real.

Estos contendientes, y algunos más, dirimen una batalla por Barcelona que decantará tres guerras. La catalana, que tiene que ver con el proceso independentista pero también con el desmantelamiento social ejecutado por el gobierno de Artur Mas. La victoria de Trias en el ayuntamiento relegitimaría a CiU en su conjunto y cerraría en buena medida las posibilidades del nuevo municipalismo. En segundo lugar, lo que pase en Barcelona será decisivo para el escenario español, donde está en juego la preeminencia del bipartidismo PP-PSOE y saber si la entrada de nuevas fuerzas puede convertir el cambio en el sistema de partidos en un cambio político de mayor alcance. Barcelona podría, o no, ser líder y ejemplo de la marea social emergida en mayo de 2011 pero a la que, cuatro años después, aún le falta un buen empujón para poderse plantar como alternativa estatal.

Por último, Barcelona es una pieza clave de la contienda en ciernes del sur de Europa. El polo sureuropeo sin el cual no habrá oposición efectiva a las políticas de austeridad de la UE pasa, obligatoriamente, por que una fuerza que abogue por ello gane posiciones de visibilidad en las principales ciudades del sur. Un ayuntamiento antiausteridad enlazaría la Barcelona de 2015 con la región del Ática en 2014, cuando Syriza la ganó avanzando su victoria en todo el país. Contando con la plaza catalana, el triunfo de la redistribución continental es una proeza. Sin ella, se acerca a lo imposible. El terremoto catalán, español y europeo se juega, con toda la paradoja que ello encierra, en la ciudad que durante 40 años ha sido la gran productora de consenso político y estabilidad en el Mediterráneo.

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