Llegir versió en català
La suspensión cautelar de la declaración de soberanía del Parlament solo es el prólogo del choque de legitimidades hacia el que apunta la política de Artur Mas, atizada por ERC y alimentada de forma cerril por el españolismo sin complejos del núcleo duro del PP y la beligerancia del alto funcionariado del Estado. Aunque se remonta a los tiempos del malogrado Estatut de 2006, la deserción de los sectores progresistas de la sociedad y la intelectualidad españolas en el debate sobre la desafección catalana resulta estremecedora. Este hecho parece avalar por momentos la posición de ruptura y desdén hacia España exhibida sin contención, en público y en privado, por los líderes e ideólogos del pinyol soberanista de CDC, capitaneado ahora definitivamente por el influyente consejero-portavoz Francesc Homs, en ausencia –forzosa y solo aparente– del otrora delfín Oriol Pujol Ferrussola.
Tras las vacilaciones iniciales del presidente Rajoy, era previsible que el recurso del Gobierno ante el Tribunal Constitucional produciría el bloqueo el primer gran acto de la liturgia soberanista pactada por Artur Mas con Oriol Junqueras, líder de ERC. La alarma y decepción exhibidas con semblante fúnebre por el presidente de la Generalitat contrastan con la calculada displicencia y abulia de Junqueras, a quien la exacerbación del pleito secesionista y la aceleración de la crisis institucional van como anillo al dedo. El hecho coincide con el agravamiento de la fractura que divide a los partidos parlamentarios catalanes y socava la cohesión interna y las bases fundacionales de las dos grandes fuerzas troncales del país, CiU y PSC.
Mitología y política
Entrados ya en el segundo tercio del año, la escenografía emocional y política del III Centenario de la epopeya de 1714 se perfila cada día un poco más a plena satisfacción de quienes trabajan por consumar la fusión definitiva entre mitología y política con fines programáticos, bajo la bandera de una consulta de autodeterminación. La energía que liberará una combinación de estas características a partir de la próxima Diada del 11-S es una gran incógnita, pero ya está causando estragos serios de conducta y lenguaje en el entorno institucional, político y social del país. A título de muestra, resulta inquietante la proliferación de casos de personas públicas y privadas que se creen obligadas a desdecirse o disculparse en público por sus actitudes o declaraciones, así como la escalofriante banalización de estereotipos denigrantes de la peor especie y la legitimización de ideas y conceptos asociados al uso de la fuerza o el desacato de las leyes.
Uno de estos términos es la expresión “confrontación”, aparentemente incorporada por Artur Mas a su diccionario político para reafirmar sus exigencias sobre el listón del déficit. La importación del vocabulario y el ideario nacional de ERC es una de las evidencias más notorias del giro soberanista de CiU, pero cabe decir que la evolución del lenguaje y las ideas es un fenómeno de alcance europeo que aún va dar mucho de sí. Sin ir más lejos, los sectores más radicales del PS francés no han dudado en llamar también a la “confrontación” con la Alemania de la imperturbable señora Merkel para poner fin al diktat de austeridad que está arrasando las economías del sur y ya amenaza a la propia Francia comandada por el socialista François Hollande.
El escenario doméstico, sin embargo, tiene sus propias claves internas. Artur Mas estaba considerado como un político de corte tecnocrático, pragmático y moderado, alejado de la retórica y los excesos. Sin embargo, al llegar al poder no dudó en presentarse al frente de lo que denominó sin empacho alguno el “Gobierno de los mejores” y hasta “amigo de los negocios”, para acto seguido aplicar una drástica política de recortes sociales pese al clamor de la calle. Tras su brusca huida hacia delante con la disolución anticipada del Parlament y el giro soberanista, el líder de CiU gobierna sin mayoría parlamentaria ni recursos financieros propios, sin otro programa a la vista que una consulta de autodeterminación y la aspiración de pasar a la historia como una síntesis de Prat de la Riba y Francesc Macià. Ni siquiera eso parece nada seguro a fecha de hoy.
Un sufragio ineludible
Sea como fuere, los ciudadanos de Catalunya se pronunciarán tarde o temprano en las urnas sobre su estatus con respecto al Estado español, refrendando o instando la modificación de la actual situación derivada de la Constitución de 1978. Puede que esto suceda en una consulta de ámbito territorial avalada de algún modo por las Cortes o, de forma indirecta, mediante un referéndum de ámbito estatal convocado por el propio Gobierno central. Pero es absolutamente ilusorio, además de irresponsable, pensar que será posible eludir el ejercicio del sufragio una vez planteada la cuestión y que el problema desaparecerá por hastío, pudrimiento o imposición. Alguien en el PP y el PSOE debería empezar a pensar muy seriamente en ello.
De momento, sin embargo, la lucha por impedirlo está en pleno apogeo con el peso de las instituciones del Estado, mientras el proceso impulsado por las fuerzas secesionistas, con el protagonismo no menor de la Generalitat, camina hacia el punto crítico de combustión. La absurda cumbre sobre el “derecho a decidir” no ha servido más que para levantar acta de la soledad de Artur Mas y el “secuestro” de CiU a manos de ERC, por un lado, y la navegación en zig-zag del PSC bajo la vacilante dirección de Pere Navarro, por otro. Un balance desolador que amenaza con crecer sin remedio, al mismo tiempo que arrecian la gesticulación y la grandilocuencia insurreccional en la política catalana.