Llegir versió en català
El periodista Pedro Jota Ramírez no es precisamente Woody Allen (“No me gusta Wagner: cuando lo oigo me entran ganas de invadir Polonia”, decía en Asesinato en Manhattan) para bromear con el nazismo. El recurso al siniestro saludo nazi (sieg heil!) para arremeter contra la senyera gigante que el domingo recibirá al Real Madrid en el Camp Nou, es una pirueta desdichada y soez. Pero así está este país, donde la zafiedad y el mal gusto impregnan el lenguaje de los medios, en un coro alentado desde los despachos de dirección como si fuera un acto de magisterio, un imperativo comercial o ambas cosas al precio de una.
Hay que decir que el exabrupto era de esperar, vista su procedencia y la singularidad del evento. El insólito simulacro de flashmob organizado por el Barça para añadir alicientes al gran duelo futbolístico es más que opinable, pero mentar a un régimen criminal responsable de genocidio no es una opinión, sino una barbaridad de la peor especie. Las 98.000 cartulinas de colores que convertirán las gradas del estadio del Barça en una gigantesca senyera animada tendrán un gran impacto visual, sentimental y político que sin duda será celebrado por la masa de aficionados. Es seguro, también que la espectacular performance se abrirá un hueco destacado en las televisiones de todo el mundo. En fin, un éxito que acaparará la iconografía político-deportiva de los próximos días, semanas y meses.
Exaltación patriótica
Sin embargo, la idea se inscribe en un clima de exaltación patriótica y desmesura simbólica que no concuerda con el espíritu y los valores de un acto deportivo, que por otro lado concierne a equipos profesionales que compiten en una Liga profesional multimillonaria y multinacional. ¿Quién dijo patriotismo? Es de temer, además, que el acontecimiento provoque una secuela de réplicas de exhibicionismo patrio de todo tipo y tamaño a cuenta de las banderas. Y ya se sabe que cuando las banderas lo invaden todo a menudo se pierde de vista el horizonte.
La directiva del Barça que lidera Sandro Rosell ha querido mostrar su proximidad e implicación con el momento político que se vive en Catalunya, según ha manifestado el propio mandatario del club. El énfasis de catalanidad impulsado por el presidente no sólo invadirá definitivamente la grada del Camp Nou, sino que los colores de la bandera nacional de Catalunya lucirán a partir de la próxima temporada en el uniforme suplente del equipo más universal y carismático que probablemente ha dado jamás el fútbol europeo.
El tiempo dirá si tanta exaltación y efervescencia nacional fortalecerá la identidad, autoestima y el espíritu cívico del país o, por el contrario, alentará nuevas frustraciones futuras. Recordemos por enésima vez que ya en el lejano 1873, siendo presidente de la efímera I República, el político barcelonés Estanislao Figueras i Moragas, acuñó una frase para la historia. “Señores, ya no aguanto más, estoy hasta los cojones de todos nosotros”, clamó al renunciar al cargo al cabo de solo cinco meses, hastiado de las divisiones en el partido federal y el guirigay de los cantonalismos.
El disenso con Catalunya
La desaventurada comparación hecha desde la dirección de uno de los diarios de mayor influencia en la península revela la profundidad del disenso entre la intelligentzia madrileña y Catalunya. Lo peor, con todo, es el tono y el lenguaje con que se expresa este desacuerdo, fruto sin duda de la ignorancia y el sectarismo que caracteriza aún a estas alturas el debate interno de España sobre la naturaleza del hecho nacional. Es particularmente frustrante que esto sea así al cabo de 34 años de trayectoria a partir de un gran pacto constitucional basado, precisamente, en el reconocimiento implícito de un país multinacional y plurilingüe ampliamente descentralizado.
Por desgracia, Catalunya es uno de los objetivos más recurrentes de los practicantes de un género dialéctico de tono belicoso y desinhibido al que es tan adicta la nueva derecha radical y populista de marca hispana. No es de extrañar, pues, que en la actual coyuntura política sus apóstoles asomen al púlpito y echen mano de la munición de grueso calibre, ya sea agitando el fantasma de la esvástica o apelando directamente a la Guardia Civil. Una vez más, el director de El Mundo y el eurodiputado popular Alejo Vidal-Quadras se han mostrado fieles a su vocación artillera en una exhibición de fuego cruzado desde Bruselas y Madrid.
El desafío de Mas
Artur Mas puede fracasar en su aventura del referéndum y hasta en el intento de obtener la mayoría absoluta el 25-N, pero desde luego ya ha ganado la batalla de las formas. El presidente de la Generalitat exhibe desde el primer día una pulcritud gestual, verbal y argumental que pone en evidencia la torpeza y la vulgaridad de sus oponentes más beligerantes y explica el silencio y hasta el pasmo de los más templados.
Si a eso se le añade una cuidada liturgia y ceremonia en la elección de los escenarios y los momentos, hay que admitir que el líder de CiU ha lanzado un desafío de enorme calado al Estado, administrado de nuevo por una derecha que sueña con hacer valer su hegemonía política para remodelar España a partir de su andamiaje constitucional. El brutal ajuste económico hace las veces de anestésico en esta audaz empresa, a la que ministros como José Ignacio Wert se apuntan sin despeinarse con vocación de cirujanos. Ninguno de los actores de la vida política española ha tenido vivencia directa de las tragedias que sacudieron la historia de España en el pasado siglo, por lo que sería de esperar que las ideas, las palabras y los actos estén a la altura de los tiempos.