La tercera vida de la Torre de las Aguas del Besòs
En la segunda mitad del siglo XIX, la prosperidad económica y la presión demográfica forzaron a Barcelona a derribar sus murallas y ocupar a toda prisa los terrenos que la separaban de las ciudades vecinas, anexionadas años más tarde. A la vez, en Europa las fábricas textiles estaban dejando paso al acero y el ferrocarril como motores de una revolución industrial que estaba cambiando de arriba a abajo la estructura social, con la burguesía y la clase obrera como protagonistas antagónicos los nuevos tiempos. Testigo excepcional de aquella época es la Torre de las Aguas del Besòs, construida en 1881 y que se ha mantenido en pie en el barrio del Poblenou de Barcelona desde entonces. Ahora, gracias a un proceso de restauración costeado por la Fundación Agbar, se puede visitar su interior y subir hasta su azotea, desde donde se disfruta de una vista inédita de la fachada litoral barcelonesa.
“Nosotros decimos que son tres visitas en una”, resume Jordi Fosas, presidente del Archivo Histórico del Poblenou. “Aquí tienes un mirador fantástico, entras en un monumento arquitectónico y te acercas a la historia, porque te explicamos el pasado industrial del barrio”, añade. El Arxiu Històric del Poblenou gestiona las visitas guiadas a la Torre de las Aguas del Besòs y la adyacente Casa de las Válvulas , que de momento se hacen los sábados y domingos por la mañana en grupos de 15 personas máximo. Entre semana se pueden hacer visitas para grupos si se reservan con anterioridad.
La torre la construyó lo que ahora llamaríamos un emprendedor, de nombre Xavier Camps. Atento a la fuerte demanda de agua de boca de una Barcelona en plena expansión, Camps reunió el capital para construir un sistema de bombeo de agua en el cauce del río Besòs, depositarla en una altura de unos 50 metros, y gracias a ello tener la presión suficiente para distribuirla hasta la ciudad de Barcelona. En esos momentos, todo aquello ocurría en las afueras del municipio vecino de Sant Martí de Provençals y, como ésta, surgían otras iniciativas competidoras para abastecer de agua potable a los barceloneses. En total, la torre tiene unos 63 metros, pero habría sido más alta si la inversión hubiera permitido abordar el proyecto original, que preveía dos depósitos de agua.
Pero la sociedad anónima impulsada por Camps (Compañía General Anónima de Aguas de Barcelona, Ladera Derecha del Besós) murió de éxito. Dada la mejor calidad de esta agua en relación a las otras ofertas, la acogida ciudadana fue espléndida, la demanda aumentó rápidamente, y el deseo de satisfacerla provocó el agotamiento de las capas freáticas que alimentaban la torre y la imprevista invasión del agua de mar. La compañía no pudo superar la mala imagen dada a raíz de la distribución de agua salina, repulsiva al paladar, y acabó quebrando en 1888, el año de la primera exposición universal de Barcelona. Camps murió poco después, arruinado; dice la leyenda que se lanzó al vacío desde lo alto de la torre.
La segunda vida de la Torre de las Aguas comenzó en 1895, cuando la Sociedad General de Aguas de Barcelona (SGAB) la adquirió con la idea de darle un uso industrial, si bien la mayor parte de las fábricas del entorno ya se abastecían de sus propios pozos. Tal vez por este motivo no habría durado mucho tiempo, pero en 1922 la acaudalada familia Girona compró la torre y los terrenos de los alrededores para integrarlos en su próspera fundición, fabricante de estructuras de metal y maquinaria ferroviaria (más adelante rebautizada como Material para Ferrocarriles y Construcciones SA, Macosa). Y así es como durante setenta años la Torre de las Aguas proveyó de agua al sistema de refrigeración de los dos trenes de laminación de la Macosa (con el paréntesis de la guerra, cuando la empresa metalúrgica fue colectivizada y reconvertida en fábrica de armamento, y la torre fue un improvisado almacén de armas coronado por una batería antiaérea).
Pero en la ciudad olímpica las fábricas tenían los días contados. En 1991 Gec Alsthom compró la Macosa, que dos años antes se había fusionado con la Maquinista Terrestre y Marítima, y trasladó toda la producción en Santa Perpètua de Mogoda. Las antiguas instalaciones fueron rápidamente derruidas y allí donde había habido talleres y almacenes florecieron el actual parque de Diagonal Mar y las zonas residenciales que lo rodean. El único rastro de la Macosa que queda ahora en el barrio es una chimenea de hormigón levantada en los años cuarenta y la Torre de las Aguas, ambas salvadas del martillo hidráulico porque habían sido catalogadas por el Ayuntamiento de Barcelona como bien patrimonial por su valor arquitectónico.
A pesar de su carácter eminentemente funcional , dicen los entendidos que la arquitectura de la Torre de las Aguas tiene algunos rasgos diferenciales que la hacen especialmente valiosa, como el uso de ladrillo macizo sin mampostería de piedra, la aparición de escaleras exteriores para llegar al depósito o la predominancia de lo que se conoce como bóveda catalana en los contrafuertes de la escalera interior. Explica SOS Monuments en su blog que Pere Falqués, el arquitecto que proyectó la torre, “hizo una demostración de sus conocimientos técnicos y de ingeniería , de modo que la torre ha llegado hasta nuestros días sin casi ninguna deficiencia grave”. Según esta entidad, su rehabilitación, obra de los arquitectos Antoni Vilanova y Eduard Simó, ha sido muy respetuosa con la obra original, con sólo la instalación de algunas barandillas , iluminación y algunos tramos de escalera para facilitar la visita.
Así pues, la tercera vida de la Torre de las Aguas comienza en 2009, después de tres lustros de abandono y degradación, en los que se convirtió en un involuntario nido para palomas y ratas. El convenio suscrito entre el Ayuntamiento de Barcelona y Aguas de Barcelona (sucesora de la SGAB ) permitió sacar adelante las obras de restauración, que han durado tres años (2010-2013) y han supuesto una inversión de tres millones y medio de euros, pagados prácticamente en su integridad por la Fundación Abgar. Después de un mes de puertas abiertas reservadas a vecinos del barrio, este mes se ha abierto definitivamente al público.
“Desde lo alto de la torre se tiene una vista panorámica de 360 grados en un lugar suficientemente alejado como para poder apreciar los cambios experimentados por la ciudad en los últimos años y da una perspectiva más completa de lo que éstos representan. Por esta y por otras razones, la subida es más que recomendable”, concluye SOS Monuments.