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Ciencia contra los mitos que justifican las violaciones

Protestas en India contra las violaciones a mujeres

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Daniel Mediavilla —

La violencia sexual es un problema mundial. El riesgo de violación a lo largo de la vida está en un 20% para las mujeres y un 4% para los hombres, según los informes de la Organización Mundial de la Salud. Además, de todos estos crímenes, solo se denuncia uno de cada cinco. Desde hace años, investigadores de diversas disciplinas han tratado de averiguar qué motivos pueden estar detrás de las dificultades para mitigar la violencia sexual y de que, además, en muchos casos las víctimas ni siquiera denuncien el delito.

Uno de los aspectos que pueden explicar la impunidad de los violadores es que, frente a lo que sugieren algunos estereotipos, no se suele tratar de hombres que agreden a mujeres en un lugar oscuro a punta de navaja. De hecho, esta situación es excepcional. La mayor parte de las violaciones y otro tipo de agresiones sexuales las cometen personas cercanas a la víctima. Los maridos, novios o compañeros de trabajo suponen, estadísticamente, una mayor amenaza en este sentido que el tipo con malas pintas que nos cruzamos en un parque de madrugada.

Estas características de los agresores suponen también que los ataques suelan perpetrarse en lugares privados y hasta en el hogar de la propia víctima y que para ésta sea difícil incluso percibir como una agresión inaceptable algo que le pueden presentar como normal. Hay que tener en cuenta que, en países como Reino Unido, la violación dentro del matrimonio no se penalizó específicamente hasta 1991 y en Alemania hasta 1996. En España, hasta 1989, el perdón de la víctima, que muchas veces era completamente dependiente del agresor, servía para anular el delito. En total, se calcula que entre un 10% y un 14% de las mujeres sufren violaciones dentro del matrimonio.

Por otro lado, determinadas actitudes sociales tampoco ayudan. En un país como Reino Unido, una encuesta realizada por Opinion Matters mostró que más de la mitad de los participantes (el 56%) creen que en algunas circunstancias la víctima debería asumir parte de la responsabilidad de ser violada. Para estas personas, las situaciones en las que justificaban la agresión sexual eran: estar teniendo algún tipo de relación sexual con alguien (73%), meterse en la cama con alguien (66%), beber en exceso (64%), ir a casa de alguien a tomar una copa después de salir de fiesta (29%), vestir de manera provocativa (28%), bailar de forma sexy con alguien en un bar (22%), tontear (21%), besar a alguien (14%) y aceptar una copa y charlar con alguien en un bar (13%).

Como se menciona en un estudio liderado por Fiona Mason, directora médica de la organización británica St Andrews Healthcare, “uno de los factores más importantes a la hora de predecir la gravedad de la sintomatología postraumática en cualquier víctima de violación es la respuesta recibida por su entorno después de la experiencia”. Si la experiencia de la víctima se ignora, no se reconoce o se minimiza, o si se culpa a la víctima, la recuperación será mucho más complicada.

En este sentido, el estudio, publicado este año en la revista Best Practice & Research Clinical Obstetrics & Gynaecology, muestra cómo se puede producir un círculo vicioso en el que los efectos de la violación sobre la víctima perjudiquen la percepción del entorno sobre su experiencia y agraven así sus efectos. Estudios como los elaborados por el equipo de Barbara Rothbaum, del Instituto Psiquiátrico de Pensilvania (EEUU), han descubierto que en las primeras dos semanas después del crimen hasta un 94% de las víctimas cumplen los criterios del diagnóstico de trastorno por estrés postraumático (TEPT). Tres meses después del suceso, aún un 47% continúa con los síntomas y en algunos casos el trastorno puede seguir presente años después.

Trastorno de estrés postraumático

El TEPT puede ir acompañado de síntomas como pesadillas o sentimientos de que la experiencia que lo ha desencadenado se está repitiendo. Esto hace que con frecuencia quienes lo sufren eviten pensamientos o sentimientos que recuerden la agresión y, como consecuencia, es posible que no quieran hablar sobre lo que les ha pasado o no recuerden aspectos importantes de lo sucedido. Esta incapacidad para proporcionar un relato coherente y consistente sobre su experiencia puede ser interpretado por la policía o por la justicia como una prueba de que la víctima está mintiendo. “Irónicamente, dado lo que sabemos sobre los efectos del trauma sobre el funcionamiento cerebral y sobre los recuerdos, es posible que que lo contrario debiese ser cierto”, escribe Mason. En una afirmación que puede tener un encaje complicado en el sistema de justicia, el artículo afirma que “la dificultad de la víctima para ofrecer una narrativa coherente de la agresión debería servir para incrementar su credibilidad y no para reducirla”.

Mason concluye que un mejor conocimiento de los procesos psicológicos y neurobiológicos que experimentan las víctimas de violación ayudará a que tanto los profesionales como el público entiendan mejor las reacciones de las mujeres frente a la violación. Además, añade, el esfuerzo para desmontar mitos extendidos sobre la violación puede servir para incrementar el número de denuncias y condenas a criminales.

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