La revolución sexual que provocó el doctor Fleming
La casualidad, el resultado imprevisto y fortuito, está asociada a la historia de los medicamentos y es algo que todavía hoy ocurre en la ciencia farmacológica. Y la penicilina es el mayor ejemplo de estas serendipias, un concepto que el diccionario de la Real Academia recogerá haciendo alusión al descubrimiento de Alexander Fleming de 1928. Porque el mito asegura que la penicilina fue un producto inesperado, como inesperada fue una de sus más interesantes consecuencias: la revolución sexual de la década de 1950.
La segunda mitad de aquel decenio vivió un florecimiento de la sexualidad más allá de los límites de lo establecido que adelantó las teorías del amor libre que eclosionarían años después. Es lo que propone un estudio recién publicado en Archives of Sexual Behaviour, que muestra cómo la expansión del uso de la penicilina reformuló la mentalidad sexual de una generación. ¿Cómo? Barriendo la amenaza de la sífilis y derribando de este modo uno de los mayores muros que separaban a la sociedad de la liberación sexual: el miedo a las enfermedades letales de transmisión sexual.
La sífilis se había convertido en una pandemia terrible a finales de la década de 1930 y principios de la siguiente, coincidiendo con la II Guerra Mundial, desbocándose en el imaginario colectivo una correlación directa entre pecado y castigo mortal, ideal para las mentes más conservadoras.
En 1939, 2,5 de cada 100 varones adultos que morían en EEUU lo hacían por culpa de la sífilis, 7,4% en el caso de los varones negros. En pleno conflicto global, la incidencia de la sífilis era un problema de primer orden para el Gobierno de Franklin D. Roosevelt, tanto en el frente como en la retaguardia.
Después de muchas investigaciones, algunas atroces, en 1943 se descubrió que la penicilina, descubierta 15 años antes, era el mejor antídoto contra este veneno que se contagia por ayuntamiento carnal. En 1947 se convirtió en el tratamiento indicado y a finales de esa década comenzaría a fabricarse, distribuirse y recetarse en masa.
De golpe, en apenas unos años, la incidencia de la sífilis se desplomó entre la población. En 1952, las muertes causadas por esta venérea eran escasos, según recoge el estudio. Y sin el miedo a la enfermedad, la sociedad vivió un nuevo despertar de la sexualidad. “La visión de la enfermedad que tiene la moral tradicional, igualando la enfermedad con el castigo y determinados comportamientos con el pecado, se muestran inútiles”, explica en su estudio el autor, Andrew Francis.
Mejor aún lo resumió en 1961 el heroico médico español Eduardo Martínez Alonso: “La paga del pecado es ahora insignificante. Casi se puede pecar con impunidad, ya que el castigo por pecar se ha eliminado”, explicaba el galeno gallego en referencia al control de la sífilis parafraseando la cita bíblica de Romanos 6:23. En pocos años, se forjó un cambio de mentalidad, un aperturismo hacia “prácticas sexuales no tradicionales” que Francis ha medido recurriendo a otros factores que ilustran una ruptura con determinados valores.
El investigador recurre a las únicas cifras existentes que le pueden servir para analizar este cambio de moral sexual: los nacimientos “ilegítimos”, es decir, los partos entre mujeres solteras se disparan a partir de 1955. En esa misma fecha comienza a crecer de forma sostenida la proporción de embarazos entre menores de edad. Y unos pocos años más tarde se vuelve a multiplicar la incidencia de la gonorrea, coincidiendo con el amor libre que llegó con los hippies. Los diques que pretendían mantener el sexo dentro del matrimonio, ayudados por el temor a un contagio mortal, han saltado por los aires mientras aparecían en escena las caderas de Elvis, las sensuales pin-ups, los pectorales de Marlon Brando y la falda voladora de Marilyn. Y el pinchazo sanador de la penicilina había aportado su importante grano de arena; otra serendipia para Fleming.
Tradicionalmente se ha asociado la revolución sexual de Occidente a la popularización de los métodos anticonceptivos, pero estos no llegaron hasta bien entrada la década de 1960 e incluso la de 1970. En torno a 1965, comienza a crecer de forma sostenida el porcentaje de mujeres que reciben servicios de planificación familiar en EEUU. Y no es hasta 1972 cuando el Tribunal Supremo de aquel país legaliza el uso de la píldora antibaby para las mujeres solteras, aunque su uso se hubiera extendido de forma indiscriminada años antes.
La teoría propuesta en este estudio “tiene todo el sentido” para la presidenta de la Federación Española de Sociedades en Sexología, Miren Larrazábal. “La relación del ser humano con la sexualidad siempre ha estado condicionada por el miedo a las enfermedades”, explica esta experta. “La sexualidad siempre ha implicado riesgos, pero cuando desaparecen se produce un efecto de péndulo que hace que la gente se relaje”, asegura Larrazábal, buscando un paralelismo con la incidencia del sida en la actualidad. “En la década de 1950, en cuanto triunfa la penicilina, se multiplican los embarazos no deseados y los casos de gonorrea; ahora, en los países desarrollados el sida es una enfermedad crónica y de nuevo la sociedad muestra lo mucho que le cuesta practicar sexo seguro”, defiende.
El sida, la sífilis de nuestro tiempo
El estudio de Francis también compara el coste de la sífilis en aquellos años con el del sida en la década de 1990 y muestran un asombroso parecido: el ratio de enfermos y muertos es muy similar en el momento cumbre de ambas enfermedades, 1939 y 1995. A juzgar por el autor, este paralelismo debe servir para adelantarse a las posibles implicaciones que el frenazo al VIH puede significar en el presente en las sociedades desarrolladas, como ocurrió con las surgidas tras la derrota de la sífilis.
Larrazábal recuerda que la penicilina sirvió para separar sexo y enfermedad del mismo modo que la píldora desligó las relaciones sexuales de la procreación: “Parece mentira que aún haya que recordar que el sexo tiene otras funciones, como reforzar vínculos emocionales, el placer, etc.”. Por último, esta sexóloga y psicóloga defiende la importancia de la ciencia farmacológica en los cambios de la moral y la visión del sexo que tiene el mundo occidental: “Las medicinas que se aplican a la sexualidad han provocado grandes y pequeñas revoluciones, y muchas veces ha sido por azares de la ciencia, como en el caso de la viagra o el de la penicilina”.
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