Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
¿A nadie le amarga un dulce? Riesgos para la salud humana de emborronar el conocimiento científico
El otro día, uno de los coautores de este post se disponía a disfrutar de un paseo en bicicleta cuando se le ocurrió comprarse un refresco “light”. Junto a sus compañeros de paseo decidió revisar los ingredientes del refresco, recordando la clásica “leyenda urbana” sobre los edulcorantes artificiales. Entre otros ingredientes pudieron leer lo siguiente: E-951. La introducción en Google de este código, correspondiente a un aditivo alimentario en la UE, les llevó a la Wikipedia y al nombre químico del producto: aspartamo (código que fue corroborado con información adicional). Dentro de los resultados de la misma búsqueda aparecieron muchísimas páginas que ya en los títulos sugerían que el aspartamo era un veneno o un producto cancerígeno. Por supuesto, todas estas afirmaciones podían ser a su vez productos de nuevos bulos y leyendas urbanas, como las que aparecieron para desprestigiar todo lo que llevase la letra E delante (incluyendo afirmaciones absurdas como el grave peligro de ingerir E-330, que no es otra cosa que ácido cítrico, conservante y antioxidante presente de forma natural en muchas frutas y parte esencial de nuestro metabolismo). Sin embargo, días después a este mismo autor le sirvieron un vino con gaseosa en que la marca de la gaseosa era de una importante multinacional que, casualmente, nunca había fabricado ni distribuido dicho producto, por lo menos en España. Al ver la lista de ingredientes destacaban: E-950 y E-951. El E-950 es el acesulfamo-K o acesulfamo de potasio. De nuevo, al googlear estas palabras se podía leer que también hacen referencia a un producto considerado, por algunos, como altamente cancerígeno. Para el consumidor responsable, resulta cuanto menos preocupante estar ingiriendo estos productos en lo que, antes de fijarse en la etiqueta, consideraba como una simple mezcla de azúcar (o a lo sumo sacarina), agua y gas carbónico.
En el caso de los edulcorantes artificiales, ¿podríamos estar ante una “leyenda urbana”, ante un caso de negligencia por parte de los gobiernos, o ante un caso de omisión consciente tras la presión de las empresas productoras? Anteriormente, ya se ha tratado en este blog la necesidad de utilizar la evidencia científica disponible a la hora de regular la actividad de las empresas, particularmente sensible en sectores como la alimentación o los medicamentes, así como la dificultad e importancia de mantener la independencia de criterio frente a la presión de sectores con intereses económicamente directos y considerable capacidad de lobby.
Repasemos de forma crítica la historia del aspartamo y veamos si nos lleva a algún lugar. El aspartamo fue descubierto por casualidad en 1965 y, a partir de entonces entonces, la empresa descubridora (la entonces multinacional farmacéutica Searl) estuvo haciendo ensayos para conseguir que se aprobase su venta y distribución. Debido a que las pruebas presentaban fallos, un tribunal popular de EEUU decidió parar el proceso. El consumo de la sustancia no se aprobó hasta que se reavivó el tema durante el mandato Reagan, estando el mismísimo Donald Rumsfeld (que había sido secretario de defensa de Herald Ford, y lo sería de G. W. Bush 30 años después) involucrado en su aprobación final. La cadena de sucesos detallados que llevaron a dicha aprobación deja numerosas dudas sobre el grado de transparencia e independencia ejercidos por la Federal Drug Administration (FDA) americana. En Europa, está aprobado a través de su inclusión en la directiva 89/107/EEC de 1989. En la actualidad, la licencia del producto está en manos de la multinacional Monsanto, quien compró Searl en 1985, y se vende bajo diferentes denominaciones. Una de ellas, Nutrasweet, afirma en su página web que el aspartamo es saludable tal y como lo avalan 100 estudios científicos de la FDA. Sin embargo, no ofrece enlaces a ninguno de dichos estudios y, cuando indagamos más profundamente en el tema, encontramos que la mayoría de esos estudios fueron en realidad llevados a cabo por la misma Searl. De hecho, los artículos científicos que hemos encontrado en la Web of Knowledge sobre el tema del aspartamo muestran que 1) la degradación del aspartamo da origen a metanol y formol, este último cancerígeno conocido, 2) el formol derivado se acumula en los tejidos del cuerpo humano, donde puede causar daño cerebral, alergias y estrés funcional en el hígado y riñones, y 3) dos experimentos con ratas y un seguimiento a largo plazo en humanos ha relacionado el consumo de aspartamo con una mayor incidencia de ciertos tipos de cáncer (como el linfoma non-Hodgkin). En especial los últimos estudios ligados al cáncer han sido fuertemente criticados por no concluyentes y existen multitud de sitios web con diferentes tipos de críticas, argumentando por ejemplo que este tipo de estudios muestran correlaciones, pero no demuestran necesariamente una relación causa–efecto. Aunque esta objeción es correcta, una inspección cuidadosa del manuscrito original revela también que fue un estudio cuidadosamente analizado, en el que se evaluaron diversas covariables con objeto de eliminar posibles factores de confusión, tales como otras fuentes de cáncer (obesidad, tabaquismo…) ¿No deberían dichos estudios, cuanto menos, hacer que las autoridades se preocupasen por el tema y encargaran estudios realmente objetivos? Por ejemplo, sin ánimos de avivar la “conspiranoia”, ¿no es muy, muy interesante que cuelgue de la web de la propia FDA información como este y otros emails explicando con pelos y señales las “maldades” del aspartamo? ¿Se trata acaso de una filtración, un FDAleak?
Hasta ahora, hemos considerado el efecto del aspartamo por separado. Sin embargo, las diferentes sustancias que ingerimos pueden tener efectos combinados que reduzcan o multipliquen los efectos de cada sustancia individual: son los denominados “efectos sinérgicos”. Por ejemplo, en un artículo científico del año 2004 en que se revisa la incidencia de los edulcorantes en el cáncer, los autores concluyen que es muy difícil saber el riesgo que supone cada uno de ellos por separado, dado que lo más común es añadir una combinación de varios. Esto es debido a que algunos de ellos, en dosis relativamente elevadas, tienen sabores amargos y han de ser combinados con otros para conseguir un sabor dulce neto. Pero, ¿es verdad que no se puede saber el efecto de cada uno de estos componentes debido a la mezcla? La respuesta es un rotundo no. Las sinergias e interacciones estadísticas sí se pueden detectar siempre y cuando las proporciones y cantidades totales cambien entre productos y su ingesta varíe entre individuos. Tan solo requieren diseños mas complejos y costosos (tanto en los experimentos como en los estudios clínicos), apoyados por el uso de herramientas estadísticas adecuadas. El principal freno no viene de limitaciones técnicas o científicas, sino del marco legislativo actual, que tan solo exige la evaluación de los efectos individuales de las sustancias químicas (sean éstas aditivos alimentarios o potenciales contaminantes), aunque la norma es sin duda la exposición a un cóctel de varias. Esta exigencia limita la voluntad de hacer estudios combinados, y el papel menguante de la investigación pública (garantía de aspectos del bienestar como la salud pública frente a los intereses de la industria) hace el resto. Además, dado que por razones obvias no se puede experimentar con humanos a largo plazo, los efectos sinérgicos de las substancias ingeridas por la población humana se pueden detectar mediante técnicas estadísticas modernas como los “random forests”. El hecho de que la falta de experimentación no garantice que un efecto positivo de una substancia sea la causa directamente causante del mal, no es escusa para no dar un peso muy importante a esos hallazgos. Es más, si hay una causa indirecta que no es la substancia en cuestión, urge encontrarla. Sin embargo, este debate está lejos de estar sobre la mesa de nuestros políticos.
Y en países como el nuestro, las iniciativas actuales encaminadas a censurar los estudios de las asociaciones de consumidores contribuirá a agravar el problema.
Para terminar, y por si todavía no estamos convencidos de que el uso del aspartamo es poco recomendable, veamos la realidad de sus posibles “beneficios”, es decir de su capacidad de hacernos saborear algo dulce sin ingerir calorías. Una revisión de varios estudios recientes sugiere que el uso de edulcorantes artificiales, al desacoplar la ingesta de carbohidratos altamente energéticos de su sabor dulce, puede crear el efecto inverso al deseado y promover la obesidad, el síndrome metabólico, la diabetes tipo-2, así como la aparición de problemas cardio-vasculares.
En resumen, endulzar nuestra comida mediante edulcorantes representa, en el mejor de los casos, un riesgo potencial que no aporta beneficio alguno. Y, a nivel global, permitir que los intereses de la industria “emborronen” la evidencia científica disponible podría estar exponiendo, en el caso de los edulcorantes artificiales, a una parte substancial de la población humana a innecesarios (y graves) problemas de salud.
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