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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

El arte y la ciencia de la retórica, una laguna en nuestro sistema educativo

Retorica - Yoana Novoa

Nuestra vida se decide en unos pocos y breves momentos para los que rara vez estamos preparados. Con frecuencia, alguno de estos momentos clave de nuestra vida está mediado por la palabra. Una entrevista de trabajo, una reunión de profesionales, una charla en un centro cultural, un encuentro casual con un experto apreciado, la exposición de un trabajo, la defensa de una tesis o incluso una rueda de prensa. Algunos afortunados pueden aprovechar su talento natural, otros naufragan sin más. Pocos, muy pocos, han estado expuestos a la retórica y aún menos han tenido ocasión de aprenderla y practicarla. La retórica es la utilización del lenguaje con una finalidad persuasiva o estética, añadida a su finalidad comunicativa. La retórica tiene mala fama por el abuso que hacen de ella muchos personajes públicos, en especial de la esfera política. Pero la retórica es un conjunto de herramientas y estrategias capaz de cambiar la visión que los demás tienen de nosotros y de nuestro pensamiento, capaz de elevar nuestro discurso y capaz de enriquecer la convivencia sobre la base de la discrepancia constructiva y la diversidad.

 

A pesar de todo ello, la retórica, bien presente en los programas educativos del mundo anglosajón, no aparece en prácticamente ningún programa de estudio de colegios y universidades españolas salvo en algunas especialidades humanísticas. En nuestro país, nadie nos desafía a mejorar nuestra expresión más allá de indicarnos algunas de las herramientas de comunicación más primitivas y forzarnos de vez en cuando a vencer el miedo escénico y hablar en público o ante un grupo de compañeros. Desde que aprendemos a hablar hasta que terminamos la universidad apenas recibimos observaciones críticas sobre nuestras fortalezas y debilidades a la hora de comunicarnos, apenas nadie abre para nosotros el maletín de conceptos y técnicas que desarrollaron los griegos para elevar el lenguaje a las más altas cotas estéticas y filosóficas,  llevándolo mucho más allá de un mero acto comunicativo.

 

La retórica, con frecuencia unida a la poética, tiene un gran bagaje histórico al que han contribuido grandes pensadores y literatos de nuestro país. Pero nos falta su dimensión práctica y más cotidiana. Su ejercicio. Hemos oído de las figuras retóricas y las dejamos arrinconadas para nuestros momentos dedicados a la literatura. Se dice de algunas preguntas que son retóricas. Y poco más. La propia palabra languidece desatendida por una sociedad que cree tener otros objetivos. La retórica puede, sin embargo, hacernos mejores profesionales y también mejores ciudadanos, al hacernos más participativos y al hacer más eficiente nuestra intervención en la vida social. Pero a pesar de su importancia, no se enseña. Las escuelas y talleres de lectura son una forma de profundizar en esta necesidad humana de encontrarnos a través de la palabra y se plantean ideas estimulantes como la lectura vinculada. El despegue del grupo político Podemos se debe en buena medida a su capacidad de comunicar, a su experiencia docente y universitaria, y sobre todo a su esmerado trabajo previo a cada entrevista, conferencia o rueda de prensa para plantear la comunicación más audaz y motivante que ha visto la escena política española en muchas, muchas décadas de aburridos discursos huecos.  Tal como indicaba John Carlin  en su narración sobre el fenómeno Podemos, los políticos de esta organización “seguirán invirtiendo su energía retórica en el proyecto de higiene moral que tantos desean.”

 

Paradójicamente, en el mundo académico, donde se ejercita con intensidad la lógica y la argumentación, se ignora o desconoce el conjunto de herramientas que intervienen en un discurso, si exceptuamos campos concretos de las humanidades. Con el divorcio artificial entre las ciencias y las letras no solo matamos la filosofía, hija o madre excepcional de ambas, sino que erosionamos el lenguaje científico hasta convertirlo en la expresión más básica de la información. Tal es, por ejemplo, el estilo de la mayoría de los artículos científicos en revistas especializadas. Quizá el estilo más elemental de comunicación está bien en esas revistas y para esas audiencias, pero hay otros foros, revistas y circunstancias que tarde o temprano justificarán un uso más elaborado del lenguaje hasta por el más especializado de los científicos. Esta es una necesidad que han entendido bien algunas universidades del Reino Unido o Estados Unidos, que forman a sus académicos y estudiantes de grado y postgrado sobre cómo sintetizar sus trabajos e ideas en charlas, algunas de tan sólo tres minutos, o incluso en mensajes de twitter. Un buen ejemplo de este énfasis en la síntesis y la comunicación son las famosas charlas TED, de  altísima calidad y gran sentido de lo ameno.

 

La retórica ha estado desde sus inicios relacionada tanto con la política como con la ciencia. Mientras para los sofistas no existe una única verdad y su énfasis en la retórica se apoyaba en convencer de alguna de las cosas verosímiles que se pueden expresar con el lenguaje, para Platón, muy crítico con esta visión, la retórica forma parte de un método dialéctico para descubrir verdades importantes. Aristóteles organizó las distintas ideas y reflexionó en profundidad sobre el arte de hablar y argumentar, teorizando de forma admirable sobre cómo persuadir. Pero fue Sócrates el principal maestro de la retórica griega; él la veía como un plan de formación integral de la persona capaz de una regeneración ética y política de la sociedad. En la formación de un noble o de un emprendedor del renacimiento, como la que recibió  Hernán Cortés en la Universidad de Salamanca por ejemplo, la retórica era fundamental.

 

Aunque no es fácil resumir en unas pocas líneas todo lo que se ha hecho y dicho sobre la retórica, sí que podemos dar un breve repaso a algunas ideas principales. El discurso tiene seis partes, aunque en ocasiones se fusionen o se omita alguna para dejarlas en las tres o cuatro esenciales. Comienza, o debería comenzar, por un exordio, en el cual se busca atraer la atención, granjear simpatías y fijar interés en el tema. Le sigue una proposición en la que se describe el tema con claridad y brevedad. La tercera parte es una de las que en ocasiones se prescinde, la división, en la que se enumeran las partes del discurso, y le sigue la narración, donde se exponen todos los hechos y datos necesarios para poder alcanzar las conclusiones. La duración y la secuencia de hechos y datos en la narración deben planificarse con detalle. La quinta parte es la argumentación, donde se confirma la tesis principal y se refutan las tesis contrarias. Aquí la retórica puede alejarse de lo científico ya que su lógica es retórica o dialéctica, no necesariamente científica: se apoya más en lo verosímil que en lo verdadero, con el objetivo no tanto de hallar la verdad sino de convencer. Las conclusiones se incluyen en esta parte de la argumentación y deben entrar de forma natural, suave y directa; de hecho en un discurso bien realizado la audiencia debe anticiparse mentalmente y tener al menos un embrión de las conclusiones antes de que el orador las revele. La sexta y última parte es la peroración que busca inclinar la opinión y la voluntad del oyente, provocando sentimientos que fragüen lo que las partes anteriores han ido preparando. La argumentación es la parte más importante, así como la narración suele ser la más extensa. En la argumentación afloran las actitudes del orador (sensatez, fiabilidad, simpatía, sinceridad) y las del receptor (los sentimientos de ira, calma, odio, amistad, vergüenza, agradecimiento etc. generados por el orador) y en general los argumentos dialécticos de tipo deductivo o analógico. Podríamos organizar un discurso breve y práctico con tan solo tres partes, la primera combinando exordio y proposición, la segunda con la narración y la tercera con la argumentación, que podría incluir o no algún matiz de peroración en ella.

 

La comunicación en el mundo académico, más allá del artículo científico, suele consistir en ponencias en las cuáles el orador combina su retórica verbal con una secuencia de imágenes  que deben ayudar a que el mensaje se transmita de la manera más eficiente. Existe una gran variabilidad de estilos, casi tantos como científicos y académicos por lo que esta “retórica de la comunicación científica” podría irse catalogando y analizando. Por ejemplo, mientras algunos científicos prefieren usar tres o cuatro diapositivas por minuto, apoyando mucho su discurso en las imágenes, otros usan menos de una diapositiva por minuto y prefieren apoyarse en el lenguaje hablado. Lógicamente la personalidad de cada ponente aflora en sus ponencias y en general las personas tímidas prefieren un formato muy gráfico y de poca palabra, mientras que las más audaces se apoyan más en la palabra, emulando en cierto modo la retórica de los griegos. Es interesante imaginar qué hubieran preferido los griegos si hubieran tenido ordenadores.

 

¿Y de todo esto que se engloba en la retórica qué podría sernos útil hoy en día? El ejercicio actual de la retórica conlleva algunas reflexiones. Mientras en la retórica clásica se recomendaba un discurso gradativo ascendente que lograba la persuasión aportando cada vez más información y argumentos progresivamente más sólidos, en el discurso actual de tipo más periodístico, y ante el cada vez más frecuente riesgo de que el oyente o el lector abandone al principio, se aconseja colocar lo más importante al comienzo. Desde una óptica próxima a la actualidad y a la realidad, pero con la retórica en mente, no debemos, por ejemplo, invertir mucho tiempo en definir de qué vamos a hablar sino directamente en qué queremos decir y cómo. De cara a pensar en un título, a menudo lo único que se comunica o se recuerda de nuestra conversación, charla o discurso, no pongamos realmente un título, mejor ideemos un titular. Pensemos en la idea principal y estudiemos como presentarla. Un buen ejemplo son los resúmenes de revistas como Nature,  Science o el mismo National Geographic, en los que en unas pocas líneas se sintetiza una introducción al problema, la cuestión concreta afrontada, su importancia, los resultados principales y las implicaciones de estos.

 

Aún los mejor dotados para la improvisación deben dedicar un tiempo a diseñar la estructura y el estilo del discurso, y también tiempo a memorizar sus partes, su extensión, los datos clave. Sí, ejercitar la memoria es fundamental, aunque no esté de moda y aunque parezca que para la memoria ya tenemos internet, consultable rápidamente desde nuestros ordenadores, tabletas o teléfonos móviles. La memoria no es incompatible con el razonamiento ni con ciertas dosis de improvisación y debe ser una base sólida de nuestra preparación, no en vano es un componente esencial de la propia inteligencia. El necesario resurgimiento de la retórica se apoya en su aplicabilidad en publicidad, en el mundo académico, en la política y en aspectos cotidianos como la defensa de puntos de vista, sea en una asamblea popular, en una reunión de especialistas o en un juicio civil. Si bien la retórica se centró en sus inicios en la lengua hablada, pronto trascendió al discurso escrito, aunque se considera a éste como una transcripción limitada del discurso oral. Hoy en día y bajo el impulso de las nuevas tecnologías audiovisuales podemos hablar de una auténtica retórica de la imagen, donde fotos y videos se emplean con los mismos fines que la palabra para elevar la mera transmisión de información a una transmisión de sentimientos, emociones y, también, argumentos y matices.

 

Recobremos, por tanto, el análisis del discurso que ya hicieran los griegos. ¡No hace falta que inventemos una vez más la sopa de ajo! Y veamos la de cosas que podemos incorporar en nuestra expresión personal y profesional. Eso sí, tendremos que andar este camino en solitario ya que no hay mucha guía a mano durante nuestra formación. Quizá tengamos la suerte de poder unir nuestro esfuerzo al de otros colegas o amigos y hacer pequeños grupos de trabajo. Quizá contemos con algún profesor que a título propio y en sus ratos perdidos nos dé algunas indicaciones. En cualquier caso, el camino vale la pena. A medida que tomemos conciencia de la importancia de la retórica y de la naturalidad con la que muchos de los conceptos se pueden incorporar en nuestro día a día iremos haciendo posible que esta laguna en la educación de los niños, en la formación universitaria y en la preparación de numerosos profesionales vaya subsanándose. No nos dejemos disuadir por nombres tan esotéricos como inventio o exordio. En realidad estos nombres, indudablemente algo vetustos,  tan solo representan la conciencia explícita de unos procesos cruciales de expresión, que cursamos en general de una forma simple, casi ramplona, y lo hacemos guiados en general tan sólo por nuestra intuición.

 

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