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La historia de una carretera construida por presos toledanos después de la Guerra Civil

Detalle de la portada de 'Batallón de Pico y Pala'

Francisca Bravo Miranda

La carretera Lesaka-Oiartzun en Navarra sigue en uso hoy en día y, de hecho, es usada para las prácticas típicas de turismo de montaña, ya que culmina en un puerto. Tiene 18 kilómetros de longitud y puede parecer una carretera ‘típica’ de montaña, si no se sabe que fue construida por miles de cautivos que fueron forzados a trabajar en la obra. Es esta parte de la historia la que toca el libro ‘Batallón de pico y pala: cautivos toledanos en Navarra’ del investigador toledano, Ángel Organero, investigador en el Grupo de Estudios sobre la Historia de la Prisión y las Instituciones Punitivas.

Carreteras como la de Lesaka, señala Organero en su investigación, se construyeron para seguir un plan del régimen franquista una vez acabada la Guerra Civil española para fortalecer las fronteras y evitar el ‘contagio’ de la Segunda Guerra Mundial, así como la huida de refugiados o un posible conflicto nuevo en Francia, después de la gran Guerra. No sólo se construyeron carreteras, sino también búnkers o trincheras.

La obra navarra elegida en el libro destaca porque fue una de las que más prisioneros se usaron en su construcción, además de ser también una de las más largas de la zona. En Lesaka llegaron a trabajar cerca de cinco mil prisioneros, de los cuales casi quinientos eran de Toledo, exactamente 467, 185 de Badajoz y 104 de Madrid. Trabajaban con la Unidad de Trabajos Forzados que funcionó hasta 1942 en España, ya que después de la Guerra Civil se siguió usando mano de obra republicana, según describe el libro.

En el volumen se retratan las condiciones de vida de los batallones durante los años de los trabajos forzados, con testimonios de los prisioneros. “La vida en el batallón es muy triste de contar, se pasan muchas fatigas todo el año en general”, señala uno de los prisioneros en el documento, mientras que otro afirma que “fueron dos años insoportables, trabajamos haciendo carreteras. La comida era escasa y malísima. Las lentejas, las judías, los garbanzos y las patatas tenían gusanos. Cuando nos tocaba deservicio de cocina, nos comíamos las patatas crudas”.

Tal como se refleja en ‘Batallón de pico y pala’, las condiciones de hospedaje a las que se enfrentaban los toledanos, y el resto de los cautivos, no eran mejores. “Nos indicaron cual iba a ser nuestro hospedaje: unos barracones construidos con bloques de cemento y tejados a base de chapas de uralita. Fríos en invierno y calurosos en verano. [...] Había unos camastros de madera que no tenían colchón ni tampoco sábanas.”

El libro también señala que los prisioneros eran sometidos a un maltrato “constante” por los soldados, quienes “construían con mano de obra esclava” y se encargaban también de difundir el miedo para establecer las bases del régimen. “Nos obligaban a cantar el Cara al Sol todos los días, nosotros lo cantábamos pero con otra letra. Los domingos nos obligaban a ir a misa”. Los castigos también estaban a la orden del día: “Uno de los castigos que recibían los prisioneros era atarles un saco de terrero de 50 kg y tenían que trabajar picando con el saco a cuestas”.

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