La ‘ruta de los horrores’ del patrimonio de Guadalajara
“Estamos en una de las provincias con más castillos de España, pero también en una en la que menos se apoya su restauración”. La frase la pronunció, hace ya unos cuantos años, el malogrado profesor José Luis García de Paz, investigador del patrimonio y uno de los mayores especialistas en esta materia. Lo cierto es que sigue siendo una sentencia que refleja la desidia en la que yace buena parte del patrimonio histórico y artístico de la provincia de Guadalajara.
El Parador de Turismo de Sigüenza, habilitado en 1976 en el castillo de esta localidad; el Museo del Viaje a la Alcarria, ubicado en el castillo templario de Torija; la Casa del Doncel, en Sigüenza; la iglesia románica de Labros, en el Señorío de Molina; la Torre de Aragón en Molina; o las murallas de Atienza, rehabilitadas con fondos estatales, son unas cuantas excepciones en el catálogo de bienes históricos restaurados en Guadalajara. A éste se podrían unir también las ermitas del Románico Rural, especialmente las de la Sierra Norte, y otros monumentos singulares como el castillo de Jadraque, el Palacio Ducal de Pastrana, las iglesias románicas de Brihuega, la catedral seguntina o el casco histórico de Hita, en el corazón de la Alcarria.
Sin embargo, y como consecuencia de la densa historia de Guadalajara, el patrimonio de esta provincia atesora decenas de bienes arquitectónicos, especialmente los situados en los pueblos pequeños, que continúan esperando la atención de las administraciones. Ortega y Gasset, que anduvo por la Castilla de Guadalajara en los albores del siglo XX y que reseñó los monumentos que atesoraban sus pueblos, admiraba en los alemanes algo que echaba de menos en su España: el respeto por el pasado.
Se ha avanzado poco desde entonces y para ello basta comprobar la ‘Lista Roja del Patrimonio’, que anualmente actualiza la asociación Hispania Nostra. Castilla-La Mancha es, después de Castilla y León, la comunidad autónoma que más monumentos concentra en este listado: 72 en total, de los que 23 corresponden a Guadalajara. Entre ellos, algunos tan significativos como los castillos de Galve de Sorbe, Pelegrina o Riba de Santiuste, en la Sierra Norte, pero también la iglesia de San Francisco de Atienza –el único ejemplar del gótico inglés de Guadalajara-, y los monasterios de Bonaval, en Retiendas; Santa María de Óvila, en Trillo; San Salvador, en Pinilla de Jadraque; y Sopetrán, en el corazón de la Alcarria. Se trata de joyas que se remontan a más de ocho siglos, unánimemente consideradas desde el punto de vista artístico, pero que se caen a pedazos.
Poca población y escasos recursos
Por su situación de frontera, en Guadalajara se pueden encontrar más castillos y picotas, los tradicionales rollos que suelen ubicarse en las plazas y que eran símbolo de villazgo. “Los problemas que presenta la conservación del patrimonio de Guadalajara son, mayoritariamente, comunes con las demás provincias de Castilla-La Mancha: mucho patrimonio, poca población y escasos recursos propios para conservar ambos sin la ayuda autonómica, estatal o europea”, escribió García de Paz en la revista ‘Añil’ en 2005.
Antonio Herrera Casado, cronista oficial de la provincia, enfatizó en ‘El Hexágono de Guadalajara’: “Algo ha tenido que pasar, en las mentes de los españoles, para que se tire un castillo medieval o se arrase un edificio de arquitectura popular de libro, y no pase nada. Y lo que ha ocurrido es que se le ha quitado la importancia a ”las cosas viejas“ a las que se ha calificado de rancias, en un sistema educativo que prima por la interculturalidad y los cacharros mágicos de las ”nuevas tecnologías“.
La provincia de Guadalajara cuenta con más de medio centenar de castillos, pero la mayoría se encuentran en mal estado, pese a que los castillos están protegidos por ley al estar declarados Bien de Interés Cultural (BIC). A ello hay que sumar la ruina del monasterio de San Antonio de Mondéjar, el hundimiento del monasterio de Bonaval, el abandono del patrimonio en Villaescusa de Palositos o incluso el pésimo estado del Alcázar en la capital alcarreña.
Tanto la Ley de Patrimonio del Estado, que se remonta a 1985, como la norma regional en esta materia, que se actualizó en 2013, obligan al propietario de un bien histórico, sea público o privado, a custodiarlo, conservarlo, mantenerlo y, en ningún caso, destruirlo. La realidad es que la Administración –en este caso, el Gobierno regional, que es quien tiene competencias en materia de patrimonio- no dispone de las herramientas suficientes para hacer cumplir de manera efectiva la legislación que está vigente.
“El problema de las leyes de patrimonio es que están muy bien redactadas y reflejan las aspiraciones de conservación del patrimonio, pero luego no existen mecanismos legales para hacerlas cumplir”, sostiene a eldiarioclm.es Raúl Conde, periodista, presidente de la Asociación Castillo de Galve y coautor, junto al etnólogo José Antonio Alonso, de ‘La Lista Roja del Patrimonio Arquitectónico de la Sierra de Guadalajara’, editada por la Asociación Serranía de Guadalajara.
Antes la plaza de toros que el Infantado
El historiador Juan Antonio Gaya Nuño ya señaló, hace más de cuatro décadas, el impacto del siglo XX, especialmente a raíz de la Guerra Civil, en la destrucción del patrimonio, pero subrayó que lo destruido durante las contiendas fratricidas de los siglos XIX y XX “ha sido mucho menos cuantioso que lo perdido en siglo y medio de paz, a conciencia de que se estaba realizando un atentado”. En Guadalajara capital, por ejemplo, las casas del Cardenal Mendoza, el torreó de San Bernardo, la Piedad y la iglesia de Santiago.
También en la capital, un caso emblemático que denota la sempiterna desidia en lo que se refiere al patrimonio la protagonizó el Palacio del Infantado, precisamente, el monumento más identificativo de Guadalajara. Este edificio fue incendiado por un bombardeo aéreo durante la guerra, el 6 de diciembre de 1936. El entonces cronista provincial, Francisco Layna Serrano, se desgañitó para pedir su reconstrucción una vez terminada la contienda.
La realidad es que la ciudad prefirió levantar antes la plaza de toros que el Infantado, cuya rehabilitación se inició en 1961, es decir, un cuarto de siglo después del final de la Guerra Civil. En 2003 surgieron humedades y, actualmente, la fachada y el Patio de los Leones se encuentran en buen estado de conservación, pero no el conjunto del recinto, pese a la iniciativa en Guadalajara para presentar su candidatura para ser declarado Patrimonio de la Humanidad.
La degradación del casco histórico de Guadalajara no es una novedad. En la actualidad la polémica se centra en la proliferación de solares en el centro de la capital y en la falta de cuidado por sus restos y edificios más antiguos. Pero este maltrato viene de antaño. El prestigioso arquitecto Fernando Chueca Goitia puntualizó en su obra ‘La Destrucción del Legado Urbanístico’, publicada en 1973, que la ciudad de los Mendoza “ha sido una de las más desventuradas que pueden darse” al ser “objeto de la agresión del coloso urbano que es Madrid”. Chueca consideró, sin paliativos, que la “explosión urbana” de Guadalajara había sido una “pura catástrofe”.
La capital arriacense dispuso antaño de 52 palacios, 15 conventos o monasterios, y otras tantas iglesias y ermitas. “Guadalajara, junto a Soria, Valladolid y Murcia, ostenta el triste récord de la destrucción urbanística”, declaró Chueca Goitia a ‘El País’ en 1977. Poco o nada se ha mejorado desde entonces. La ciudad luce el Palacio del Infantado, el Salón Chino, la capilla de Luis de Lucena, el Palacio de Antonio de Mendoza o el Torreón del Alamín.
Expolios
El propio García de Paz dejó documentada la destrucción a la que parte del patrimonio guadalajareño había sido sometido durante la Guerra. Gran parte del Archivo Municipal de la localidad de Zorita de los Canes sirvió para envolver comestibles en las tiendas de Pastrana y su comarca, mientras en el Ayuntamiento de Horche se tiraron a la basura documentos antiguos por falta de espacio para guardarlos en el Archivo, entre ellos, el privilegio de villazgo que recibió este pueblo en el siglo XVI.
También se pusieron a la venta artesonados o restos artísticos de iglesias y castillos, sin olvidar el expolio de parte del inventario monumental de la provincia. El ejemplo más significativo fue el traslado de parte del monasterio de Óvila a EEUU en 1931, tras la intervención del magnate de la prensa Willian Randolph Hearst, el mismo que se hizo rico y famoso a costa de inventar noticias falsas durante la guerra entre España y Estados Unidos en Cuba. Los restos de Óvila siguen a día de hoy en EEUU.
Guadalajara es una provincia en la que más del 80% de sus municipios tiene menos de 1.000 habitantes. Pese a ello, casi todos guardan monumentos que, o bien están protegidos por ley con alguna catalogación artística, o bien pueden considerarse integrantes de las reservas de la provincia en materia artística. En todo caso, algunas de estas joyas son paradigmáticas a la hora de señalar el mal estado en el que aún sigue postrado el patrimonio arquitectónico de Guadalajara.
Inyección para Bonaval
El convento de San Antonio de Mondéjar o el castillo de Zorita de los Canes, pese a ser monumentos nacionales, no disfrutan de un estado de conservación óptimo. Además, el reciente bloqueo de Podemos a la aprobación de las cuentas de la región para este año puede dejar en suspenso las inversiones que la Junta había comprometido para rehabilitar otros dos edificios singulares de patrimonio alcarreño, especialmente, el monasterio de Bonaval.
El monasterio de Santa María de Bonaval es un templo cisterciense fundado en 1164 y situado en el municipio de Retiendas. De lo que llegó a ser el edificio, solo se conserva parte de la iglesia, principalmente la cabecera, crucero, nave meridional, una sacristía adosada al ábside del Evangelio y algunos paredones. Todo muy deteriorado. La reivindicación realizada por la Plataforma 'Salvar Bonaval' en los últimos años para tratar de recuperar el edificio había logrado concitar la atención de la administración regional. De hecho, la Junta había comprometido un plan de rehabilitación integral del monasterio cuyo presupuesto ascendía a 3 millones de euros, repartidos en varias fases. La primera de ellas que contempla el diseño del estudio arqueológico, la limpieza del recinto y la consolidación de estructuras está previsto que comience este verano y cuenta con una inyección económica cercana a los 400.000 euros.
El consejero de Cultura, Ángel Felpeto, indicó que el proyecto encargado para dicha intervención está en fase de “contratación”, y adelantó que durante la ejecución de la obra “se posibilitará la realización de visitas públicas de forma guiada para que los ciudadanos puedan observar la marcha de las obras y reciban información in situ del estado del inmueble y de los mecanismos de conservación puestos en marcha”.
Cifuentes: un plan de empleo juvenil
El proyecto para restaurar el castillo de Don Juan Manuel, en Cifuentes, ha llegado justo el año en que se cumplen 700 años desde que este noble y escritor castellano lo adquiriera. El objetivo de la Junta es canalizar la rehabilitación de este inmueble cultural a través del Plan de Garantía Juvenil. Se trata de una iniciativa que aúna “la generación de empleo y la recuperación del patrimonio”, según el delegado provincial de la Junta, Alberto Rojo. Dirigido a jóvenes desempleados de entre 16 y 29 años, el taller de empleo se centrará en el saneamiento y rehabilitación parcial de la fortaleza durante un período de 18 meses y cuenta con una financiación de 400.000 euros.
El teniente de alcalde de Cifuentes, Marco Antonio Campos, cree que el veto reciente a los Presupuestos regionales no tiene por qué afectar a estos planes: “Creemos que esta situación no nos perjudicará, dado que el proyecto de la escuela taller ya está concedido y los fondos que se van a destinar a rehabilitar el castillo son europeos”. El grueso del presupuesto para esta obra proviene del Fondo Social Europeo, que pretende incorporar a jóvenes en paro y sin cualificación al mercado laboral.
La parte más amenazada de este inmueble defensivo es su Torre del Homenaje. “La torre está agrietada y en riesgo de derrumbe. Estamos buscando financiación, a través del plan de desarrollo rural, para realizar los trabajos de consolidación necesarios”, explica Campos. La intención del Ayuntamiento cifontino es que, una vez se logren los fondos, la intervención sobre este emblemático elemento del castillo comience a lo largo de 2018.
Desde la Asociación Castillo de Cifuentes, fundada en 2016 para reivindicar la recuperación de esta magnífica fortaleza medieval, celebran que lleguen inversiones para preservar el conocido como castillo de Don Juan Manuel: “Hemos conseguido en poco tiempo unirnos y hacernos visibles ante la administración para conseguir subvenciones que ayuden a recuperar este espléndido castillo. De momento nuestro objetivo es convertir el reciento en una ruina que la gente pueda visitar y disfrutar. La inversión necesaria para sanear la grieta que amenaza la Torre del Homenaje ronda los 100.000 euros”, asevera José Luis Poza, presidente de esta entidad, que cada año se vuelca en organizar una jornada de protesta en julio.
Villaescusa de Palositos, en el olvido
El deplorable estado en que se encuentra el patrimonio de Villaescusa de Palositos, situado en la comarca de la Alcarria Baja, es icónico del abandono al que se ha condenado a muchos monumentos en Guadalajara. Esta población, actualmente deshabitada, atesora una joya del románico: una iglesia del siglo XIII, declarada Bien de Interés Cultural en 2012. El hecho de que su propietario sea el Obispado de Sigüenza y de haber formado parte del Plan de Románico de Guadalajara, aprobado durante la etapa de gobierno de Barreda en la Junta, no ha evitado su actual situación de semirruina.
El conflicto se remonta a los años 70, cuando el término municipal de Villaescusa de Palositos pasó a manos privadas. Desde entonces, su dueño se ha limitado a vallar todo el recinto para convertirlo en un coto de caza particular. Este acotado impide el libre acceso y la circulación de cualquier ciudadano por las vías públicas del municipio. Entre ellos destaca el Camino Real de Peralveche, entre este municipio y Villaescusa de Palositos, que coincide con la Ruta de la Lana del Camino de Santiago. Como consecuencia de su cercado, los peregrinos no pueden atravesarlo en su ruta a la ciudad compostelana.
Desde hace una docena de años, la Asociación de Amigos de Villaescusa de Palositos reclama a las administraciones la consolidación de la iglesia románica, que se cae a pedazos, y la apertura de los caminos al público. Tras una “etapa de inacción”, que coincidió con el mandato de Cospedal al frente del Ejecutivo de Castilla-La Mancha, el Gobierno de Page renovó su interés en recuperar el patrimonio de Villaescusa. El delegado de la Junta en Guadalajara, durante su visita a la localidad el pasado año, se comprometió con la asociación a buscar soluciones al conflicto. Pero, según confirman a eldiarioclm.es desde este colectivo, todavía no han recibido desde entonces ninguna respuesta “positiva o negativa” del Gobierno de Castilla-La Mancha.
Así que, a la espera de vientos de cambio, la Asociación de Amigos de Villaescusa de Palositos seguirá clamando por el futuro de su patrimonio a través de la Marcha de las Flores, una ruta reivindicativa que organiza cada mayo desde 2006. Los participantes seguirán colocando ramos de flores, en señal de protesta, donde ahora no hay más que piedras, cerrojos y vallas.
Fortalezas por los suelos
La Junta, según informó recientemente, apoyó en 2016 un total de siete proyectos arqueológicos en la provincia de Guadalajara con un montante de ayudas que apenas llegó a los 72.000 euros. El conjunto faunístico singular de vertebrados del cenomaniense, en Algora; el castro celtibérico de Castil de Griegos, en Checa; el cerro de la Virgen de la Muela, en Driebes; o el yacimiento de Recópolis, en Zorita de los Canes, son algunos de los proyectos subvencionados por el Gobierno regional el año pasado. A ello hay que añadir el compromiso de la Junta para seguir respaldando las investigaciones en el yacimiento de Caraca, en la localidad alcarreña de Driebes, que podrían dar origen a la primera ciudad romana hallada en Guadalajara.
“La actuación de las administraciones a la hora de apoyar los trabajos arqueológicos es encomiable, pero falta que esta actuación se complete con un plan a media y larga distancia, dotado de memoria económica, que permita priorizar las necesidades del patrimonio arquitectónico”, subraya Raúl Conde, quien además de periodista es el máximo responsable de la Asociación Castillo de Galve. “En Castilla y León la inversión en patrimonio histórico, especialmente arquitectónico, entre 2004 y 2012 superó los 500 millones de euros a través de 5.400 intervenciones. De Castilla-La Mancha no tenemos datos, pero es seguro sensiblemente inferior”, puntualiza Conde.
El castillo de Galve de Sorbe simboliza una de las reivindicaciones más tenaces en favor del patrimonio en Guadalajara. La asociación que vela por este edificio del siglo XV, levantado por la familia Estúñiga en esta pequeña villa de la Sierra Norte, acumula más de una década de intensa actividad para lograr salvar el futuro de este monumento. “El castillo se encuentra en un estado de deterioro alarmante. Todo el interior se ha convertido en un vertedero, con maleza, restos, desperdicios y muros caídos. Y el exterior está muy mal, y se está viendo especialmente afectada la torre del homenaje, que se cae a pedazos”, denuncia Rosa Herrero, secretaria de la Asociación Castillo de Galve.
El edificio es de propiedad privada, pero ni las administraciones ni esta asociación han conseguido que su propietario, Enrique Calle Pinker, cumpla con las obligaciones que le marca la ley y mantenga en buen estado de conservación un monumento catalogado como Bien de Interés Cultural. Esto ha llevado a la Junta a abrir el primer expediente por infracción al patrimonio en Guadalajara: el dueño de la fortaleza galvita deberá abonar 72.000 euros de sanción. Y, además, tendrá que elaborar un proyecto de restauración. Tanto la asociación como el Ayuntamiento de Galve esperan que esta multa sirva para que deponga su actitud “y se ocupe del castillo como debe”.
“Es agotador, se lo hemos pedido por las buenas, hemos dicho siempre que no nos interesa recuperar el castillo, que lo que queremos es que se encuentre en buen estado y sea visitable pero no hay manera. Tanto la Junta, que es quien tiene competencias en esta materia, como el propietario, aprovechan los resquicios legales para evadir sus obligaciones”, revela Herrero.
Esta actitud, por desgracia, no es exclusiva de Galve. La mayoría del medio centenar de castillos de Guadalajara es de propiedad privada. Los hay restaurados con gusto y esmero, como el de Guijosa, en la zona de Sigüenza, o los castillos de Zafra en Campillo de Dueñas, en la comarca de Molina de Aragón; y otros restaurados con dudoso gusto, como el de Palazuelos. Pero la tónica general es de una apatía rayana en la negligencia.
Dos ejemplos también lacerantes de esta realidad son los castillos de Riba de Santiuste, reconstruido en el siglo XII y cuyo dueño es el mismo que el de Galve; y Pelegrina, un espectacular edificio roquero erigido en el siglo XII. Ambos pertenecen a un particular y ambos, aunque a diferente ritmo, van camino de la ruina. También siguen postrados, sin recibir ni un euro de inversión pública, el templo gótico de San Francisco de Atienza, el monasterio de La Salceda de Tendilla, la iglesia de Querencia, diversos puentes antiguos, la Peña Escrita de Canales o el poblado de Villaflores, en Guadalajara capital.
El periodista Manu Leguineche, que conoció bien los entresijos de Guadalajara, escribió en ‘El club de los faltos de cariño’, libro recientemente reeditado: “La tendencia es a la construcción moderna, sin gracia, de estilos heterogéneos, mientras cientos de castillos muerden el polvo. Pienso en lo que haría Estados Unidos con todos estos tesoros de épocas pasadas. Puede que nadie los librara del mal gusto, pero resucitarían al menos de sus cenizas”.
Tanto los castillos como las iglesias y monasterios olvidados en Guadalajara siguen aguardando su resurrección. A la espera de dejar de morder el polvo por una mezcla de desidia, insensibilidad y falta de recursos.