No hace tanto daba vino de garrafa para domingueros y ahora produce blancos mundiales
Protegida por las sierras de Cavalls y Pàndols, la Terra Alta es una comarca fronteriza del sur de Cataluña que se sitúa en el último tramo de la depresión del Ebro, antes de que el río llegue a su desembocadura en Tortosa. Sin embargo, está separada de la capital del delta por los puertos de Beceite (Monte Caro, 1442 metros de altura), que hacen de barrera ante un frente marítimo que podría de otro modo condicionar un clima más húmedo del que tiene. Por otro lado, a pesar de su nombre ('tierra alta' en castellano), la comarca no supera los 600 metros de altitud y se sitúa en una media de unos 350 metros.
Olvidada durante siglos
Así, esta planicie post-litoral que se abre a Aragón, presenta unas condiciones claramente mediterráneas, con poca lluvia, gran cantidad de insolación anual y una humedad ajustada por la cercanía del Ebro y sus afluentes, como el Matarraña, que la rodean sin que la influencia del cierzo (viento seco del norte) sea excesiva. Con estas condiciones es fácil imaginarse que la Terra Alta es una zona de una aparente aridez, con peñascos rocosos, extensos pinares, olivos, cultivos de secano y viñedos. En ella, aseguran los lugareños, nació la garnacha blanca como una mutación de la garnacha común o garnacha tinta, que tanta fama ha dado a algunos vinos de Aragón y Cataluña en los últimos años.
La garnacha blanca es una uva muy especial según la mayoría de los críticos y enólogos, que ha escondido su potencial durante siglos por varios motivos. El primero es que ha permanecido concentrada en una zona olvidada y alejada de los grandes centros vitivinícolas mundiales, sin darse a conocer hasta que la tecnología se ha globalizado. En este sentido, quizá se haya visto beneficiada por el 'boom' en los 90 del siglo pasado de los vinos del Priorat y, ya en el siglo XXI, de los de la denominación Montsant, que han subido mucho la autoestima de los viticultores del sur de Aragón y Cataluña.
El segundo motivo es que hasta fechas muy recientes las preferencias de los amantes del vino han estado orientadas hacia tintos de estilo francés, o italiano con relativamente poco cuerpo, y blancos de origen atlántico, siempre ligeros, bajos de grado, afrutados y con su punto marcado de acidez. A lo largo del siglo XX, el binomio vino tinto con cuerpo y vino blanco refrescante ha funcionado como un axioma, marcado por las preferencias de los consumidores del norte de Europa y los intereses de la hegemónica industria vitivinícola francesa.
De la bodega a la boca de Robert Parker
Pero a finales del siglo pasado, con el acceso global al vino, los gustos se diversificaron y los nuevos consumidores comenzaron a buscar vinos más potentes en sabor y personalidad, que dieran una experiencia de usuario más plena y desligada del maridaje con la comida. El vino dejaba de ser así un acompañante del chuletón o la mariscada para convertirse en protagonista absoluto de nuestro paladar. En este camino, el grado alcohólico subió gracias a las nuevas técnicas de refrigeración de cubas y las variedades que antes se usaban para venta a granel o para corregir vinos de mayor entidad comercial, pasaron a ser objeto de curiosidad de los enólogos.
No son pocas las variedades locales españolas reivindicadas desde los años ochenta a esta parte, aunque la mayoría sean para vinos tintos. En el caso de los blancos cabe destacar el verdejo, que ha dado un gran recorrido a los vinos de la denominación Rueda, y finalmente la garnacha blanca, que ahora empieza a despuntar. Pero hay una diferencia entre ambas que obra ahora a favor de la última: según el crítico José Peñín, mientras el verdejo da vinos más al estilo atlántico, la garnacha blanca ofrece blancos mediterráneos, con gran cuerpo, capaces de competir con los tintos zonales en la mesa pero a la vez sin perder su personalidad.
En otras palabras, la garnacha blanca puede compendiar lo mejor de los tintos y los blancos si se trabaja adecuadamente, dada su potencia, su grado alcohólico, que suele superar los 13 grados, y sus toques aromáticos, que recuerdan el olor balsámico del romero, el tomillo o la jara junto a toques cítricos y de melocotón. Además, se adaptan bien al envejecimiento en barrica, que les otorga un toque graso pero sin perder el punto de acidez refrescante.
En definitiva, una uva cuyos vinos pueden llegar a estar en lo alto de las mejores clasificaciones de los gurús. Al menos así lo cree Robert Parker, que suele incluir algunos de estos blancos en su guía de mejores vinos españoles y en la edición de 2013-2014 incluyó 48. Algo sorprendente si se tiene en cuenta que hace muy pocos años el llamado vi de gandesa era uno de los graneles por excelencia de muchas bodegas de barrio en toda Cataluña; vino blanco de mesa, o para las barbacoas de domingo, barato y contundente, que enranciaba rápido.
Gandesa, capital mundial de la garnacha blanca
Es difícil discernir el origen exacto de la garnacha blanca con precisión, pero entre las varias teorías que existen sobre su origen, una de las principales apunta a su aparición en el triángulo formado por Teruel, Tarragona y Zaragoza para luego extenderse a través del Ampurdán a Francia y de ahí al resto del mundo. Otras creen que podría ser una variedad de origen italiano que habría saltado a Francia y de ahí a España. Pero más allá de especulaciones sobre la procedencia, lo cierto es que el 33% de la producción mundial de esta variedad se concentra en esta comarca resguarda por la orografía y contorneada por diversos ríos que es la Terra Alta.
En total son unas 1.700 hectáreas cultivadas que se distribuyen por las diferentes poblaciones y son gestionadas en la mayoría de los casos por pequeñas bodegas locales muy apegadas a su terruño (lo que allí se conoce como el tros, el pedazo de tierra) y con una producción hasta hace pocos años muy artesanal. Aun así, en los últimos tiempos se han acercado a la zona grandes bodegas de otras partes de Cataluña, como Torres o Cellers Unió, para cultivar sus propios viñedos e intentar explotar comercialmente esta variedad a la que muchos expertos otorgan un gran potencial.
Batea, Bot, Vilalba dels Arcs, La Fatarella o Corbera d'Ebre son algunas de las localidades con bodegas destacadas, pero por encima de todas despunta la capital comarcal, Gandesa, por ser la de mayor extensión y el centro comercial y administrativo del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Terra Alta. Metafóricamente, y no tanto, podemos considerar a Gandesa la capital mundial de la garnacha blanca. En esta población se celebra el último fin de semana de octubre una tradicional feria del vino donde todas las bodegas muestran sus novedades de temporada a los visitantes acompañadas por diversos ágapes.
La fiesta cuenta con una trayectoria de 28 años, pero en los últimos cinco ha despegado como una actividad que atrae amantes del vino de todos los rincones de España. Como plato fuerte, el primer día de feria presenta la 'Nit de les garnatxes blanques' (noche delas garnachas blancas), donde se pueden probar todos los nuevos blancos elaborados en la comarca a partir de esta variedad, acompañados por tapas del Hotel Villa Retiro de Xerta, que cuenta con una estrella Michelin. El precio del evento no supera los 40 euros por persona, una verdadera ganga, si se tiene en cuenta la calidad de lo comido y lo bebido, y una gran oportunidad para tomar contacto con estos blancos que tal vez en pocos años sean unas verdaderas estrellas mundiales.
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