Diez razones para estar a favor de un impuesto a las bebidas dulces

Fotografía de un refresco de tamaño grande en una tienda de Nueva York

Jordi Sabaté

22 de noviembre de 2016 20:30 h

La Generalitat de Catalunya se prepara para lanzar el impuesto a las bebidas azucaradas en una prueba pionera en todo el país, aunque el gobierno español también podría también estar planteándoselo. Por supuesto las asociaciones de fabricantes están en contra porque el encarecimiento de sus productos hará disminuir el consumo y sus beneficios.

Hace tres años, Coca Cola, Pepsi y otros fabricantes presionaron, a través del embajador estadounidense, al anterior presidente de la Generalitat, Artur Mas, para que no impusiera la tasa, con éxito. A continuación se exponen diez motivos por las que un impuesto sobre bebidas azucaradas es necesario y urgente.

1. La toxicidad del jarabe de maíz de alta fructosa

El jarabe de maíz de alta fructosa es el endulzante que llevan la mayor parte de las bebidas azucaradas, como Coca Cola, Nestea y Fanta y muchas otras. Se trata de un jarabe conseguido artificialmente a partir del almidón del maíz, en el que se obtiene una gran cantidad de fructosa, un azúcar parecido a la glucosa, pero que se metaboliza de una manera distinta y del que algunos cinetíficos aseguran que produce cáncer.

Así, la fructosa tiene más poder edulcorante, con lo que aumenta la sensación de querer más. Por otro lado, estimula la insulina, con lo que ni se retira del torrente sanguíneo rápidamente ni genera sensación de saciedad, por lo que no nos sentimos llenos. Además, la fructosa se metaboliza en el hígado en forma de triglicéridos, que van a acumularse como pliegues grasos cuando no son enviados al torrente sanguíneo, con el consiguiente peligro de sedimentarse en arterias y venas.

2. El poder adictivo del azúcar

El mecanismo del placer que nos provoca tanto la glucosa como la fructosa, ambos azúcares presentes en las frutas y la miel en forma de una molécula llamada sacarosa, es altamente adictivo y está destinado a que no podamos dejar de comer hasta que no nos quepa realmente más. A pesar de que altos niveles de glucosa en sangre resultan tóxicos, estamos diseñados para que el dulce nos vuelva locos de gusto y nos enganche.

Este comportamiento tiene una explicación: nuestros antepasados -y no solo los remotos- no tenían acceso a fuentes de energía tan potentes como la miel todos los días, ni todos los meses y, a veces, tampoco todos los años. Encontrar un panel era algo excepcional y era importante almacenar toda la energía que contenía porque nunca se sabía cuándo se volvería a comer. En tiempos en que la abundancia no era la norma, era importante tener reservas para resistir la eventual carestía.

Pero hoy en día, cuando la oferta no solo alimentaria sino especialmente de azúcares simples como la glucosa y la fructosa supera con mucho a la demanda, su consumo continuo mantiene al metabolismo en un continuo estado de excepción que acaba por alterarlo. Pero dado su poder de adicción y la oferta, muchas personas no pueden dejar el azúcar, igual que pasa con el tabaco.

3. La cantidad de azúcar que lleva una bebida

Una lata de Coca Cola de 330 mililitros contiene entre nueve y doce cucharillas de azúcar, que son entre 35 y 40 gramos, según los países. Esto quiere decir que una botella de litro puede contener más de cien gramos de azúcar que van directos a la sangre. Y en el caso de los zumos industriales, bebidas energéticas o tes helados, los porcentajes de azúcar pueden ser mayores. Estas cantidades, con independencia de la toxicidad, cubren sobradamente las necesidades alimentarias diarias, por lo que todo lo que comamos además irá a acumularse como grasa. 

4. Las enfermedades que puede provocar

La obesidad en si que provocan estos excesos de azúcar es una enfermedad en sí que debilita nuestra capacidad de movimiento y nos destroza la espalda, las rodillas, los tobillos y otras articulaciones. Además, nuestra respiración empeora mucho y nuestro corazón se atrofia al tiempo que el sistema circulatorio se llena de triglicéridos que amenazan con taponar nuestras venas. También forzamos con tanto azúcar el páncreas, el hígado, el colon, la flora intestinal, etc., disparando el riesgo de padecer diversos cánceres.

Pero la principal enfermedad que provocan las bebidas azucaradas es la diabetes de tipo II, que se ha disparado en los últimos treinta años, cuando era un tipo de diabetes casi inexistente antes de la expansión de las bebidas azucaradas. En Estados Unidos uno de cada tres nuevos casos de diabetes está directamente relacionado con el consumo de bebidas dulces.

5. El número de muertes anuales por su consumo

En 2015, diversos estudios del Imperial College de Londres y la Universidad de Harvard, entre otras instituciones, aseguraron que el consumo de bebidas con jarabe de maiz de alta fructosa provoca 184.000 muertes anuales. De ellas, 133.000 serían por diabetes de tipo II, otras 45.000 por enfermedades del sistema circulatorio y el corazón y 6.450 por cáncer. En México las amputaciones debidas a la diabetes se han disparado hasta 75.000 al año. 

6. La plaga de obesidad de la que son en buena parte responsables

Como hemos explicado, tanto la fructosa como el exceso de energía que se consume en forma de comida cuando la glucosa cubre todas las necesidades, va a parar alas células grasas, o adiposas. Es decir, que las personas que consumen un litro de Coca Cola diaria, tres latas, y además tienen una dieta sólida adicional, que es lo normal, acumulan el peso de esta dieta en forma de grasa.

En España este hecho ha disparado el sobrepeso y la obesidad infantil hasta niveles del 41% de los niños entre tres y nueve años. Si siguen por este camino, es probable que no lleguen a los veinte años una cuarta parte de ellos. En Estados Unidos, donde la obesidad y el sobrepeso afectan a casi el 75% de los adultos, se calcula que estas alteraciones matan a 400.000 personas anualmente

7. La ineficacia del etiquetado actual

El etiquetado de las bebidas dulces se basa en calorías y no en los porcentajes de azúcares, que aunque sí aparecen, lo hacen en letra pequeña. Además, el contenido calórico no tiene en cuenta el poder tóxico ni adictivo del jarabe de maíz de alta fructosa. En Europa se propuso un etiquetado basado en un semáforo nutricional que indicara en rojo los elementos peligrosos, como los azúcares, la sal o las grasas, pero fue rechazado por el parlamento Europeo por la presión de Nestlé y Kraft entre otros. 

8. La corrupción que existe en el sector

Se sabe que todas las empresas de bebidas azucaradas, así como sus asociaciones, financian a investigadores, fundaciones, asociaciones y colegios profesionales para que defiendan que la culpa de la obesidad es de las grasas y la falta de ejercicio. En España en concreto, y por dar algunos ejemplos, la Academia Española de la Nutrición y Ciencias de la Alimentación recibió 224.000 euros de Coca Cola entre 2010 y 2015.

La Asociación Española de Dietistas y Nutricionistas fue financiada con 64.000 euros de la misma empresa entre 2011 y 2013 y la Asociación Española de Pediatría cobró 300.000 euros de Coca Cola entre 2010 y 2015. Estos datos se conocen porque Coca Cola los hizo públicos y en su listado figuran muchas otras empresas e incluso la Universidad Complutense.

Además, la industria azucarera ha llegado a pagar, en calidad de 'asesoramiento', a como mínimo a la mitad de los directivos de la Agencia Europea de la Seguridad Alimentaria (Efsa), que son los que deben decidir si las bebidas y alimentos con azúcares añadidos pueden ser tóxicos. 

9. Los buenos resultados en los países que los han instaurado

En México la instauración de un impuesto sobre el consumo de bebidas azucaradas ha supuesto una caída anual del 15% en las ventas. Hungría también ha tenido buenos resultados y el Reino Unido ultima la entrada en vigor del impuesto para 2018. Además, el dinero recaudado se puede destinar a cubrir los gastos sanitarios de las personas diabéticas y obesas.

10. Los edulcorantes artificiales están bajo lupa

Los edulcorantes bajos en calorías se cree que también son responsables de la plaga de obesidad porque aunque no aportan energía, sí inducen al trastorno metabólico al enviar una señal de dulce al hipotálamo, que la procesa creando más ansia de comer. Es decir, aunque ellos mismos no engorden, generarían ganas de seguir comiendo e inhibirían la sensación de saciedad. Adicionalmente pueden provocar que todo lo que se coma acompañado de una bebida con azúcares bajos en calorías, sea directamente transformado en grasas. 

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