El poder de seducción de una sonrisa es infinito, pero debe ser sincera. ¿Se puede fingir?

Foto: We Us Our

ConsumoClaro / Jordi Sabaté

Barcelona —

La sonrisa nos acompaña incluso desde antes de nacer como el mayor gesto indicativo de satisfacción y bienestar. En 2012, un equipo de científicos japoneses utilizaron una técnica ecográfica llamada ultrasonometría tetradimensional para detectar entre un centenar de mujeres embarazadas si los fetos sonreían. Seleccionaron 31 fetos sonrientes y grabaron a cada uno con la misma técnica durante dos minutos. En esos 62 minutos de grabación, se produjeron 51 sonrisas con una duración media de 3,21 segundos

Una vez nacemos, este sencillo gesto será el principal canal de comunicación con nuestros semejantes, especialmente con nuestros padres. A través de nuestra sonrisa, ellos sabrán si estamos contentos o, por el contrario, nos sentimos insatisfechos o aburridos. La llamada sonrisa social, o risa activa, del bebé aparece a partir del primer mes de vida y es una respuesta muy importante a los estímulos externos, hasta tal punto que su permanente ausencia tras los tres primeros meses de vida puede ser un síntoma de autismo

A medida que crecemos, aprendemos a manejar el efecto que nuestras sonrisas tienen sobre los demás y también a leer lo que ellos nos quieren decir con las suyas. El bebé desarrollado interpreta una sonrisa materna, o paterna, ya no como un simple estímulo o incitación al juego, sino como un síntoma de confianza, de que hace las cosas bien o de que ningún peligro le acecha en su entorno. En 1957 se realizó en Estados Unidos uno de los primeros estudios a este respecto, que por cierto con el tiempo ha pasado a ser uno de los hitos de psicología experimental. 

Por su sonrisa me tiro por un acantilado

Se colocó a varios bebés desarrollados al borde una superficie de cristal transparente elevada a cierta altura, lo que se conoce como un acantilado visual. Los niños tenían la sensación de que si avanzaban por ella, se precipitarían al vacío. Al otro extremo de esta superficie se dispusieron sus madres; unas les sonreían y otras no. Las que mostraron una sonrisa lograron que sus hijos vencieran el miedo y cruzaran la superficie. Los demás, se abstuvieron y se mantuvieron en la zona que juzgaban como segura. 

Por otro lado, el niño desarrolla en esta etapa plena conciencia del poder de su sonrisa, que le permite manipular a sus progenitores en el propio interés. Un estudio de 2002 realizado en la universidad de Uppsala (Suecia), demostró que las sonrisas son contagiosas. Los investigadores monitorizaron los músculos faciales que intervienen en la sonrisa de los sujetos del estudio y les mostraron diversas fotografías. Cuando en ellas aparecía una sonrisa, los músculos se contraían de manera inconsciente. 

Este efecto contagioso de la sonrisa no solo obra en poder de los bebés, sino que está presente en todos los humanos. Las personas que sonrien consiguen transmitir su bienestar a aquellos que presencian su sonrisa y se hacen así más atractivas, mejorando la disposición de sus interlocutores a cooperar con ellas. Contemplar una sonrisa nos activa la corteza orbitofrontal del cerebro, precisamente la zona que segrega las sustancias del placer y la recompesa, las llamadas endorfinas, según pudieron constatar en 2002 un grupo de neurólogos ingleses. 

Esta respuesta endocrina es la misma que se produce frente a un hombre o una mujer atractiva y, según este estudio, el efecto se multiplica si a la presencia se añade una sonrisa. La sonrisa, por lo tanto, nos hace caer más simpaticos y ello implica que los demás sean más atentos y confiados con nosotros. Otro estudio de 2001 comprobó que las personas eran un 10 % más propensas a fiarse de alguien que sonrie, y antes, en 1985, ya se demostró científicamente que las mujeres sonrientes aumentan su atractivo sobre los hombres en un 40 %. 

Curiosamente el efecto contrario no es ni de lejos tan evidente y parece ser que la sonrisa masculina genera en las mujeres una cierta prevención. Por otro lado, se ha comprobado a través de fotografías de graduación universitaria, que las mujeres con una mejor sonrisa no solo consiguieron mayor éxito profesional, sino que también presentaron una mayor longevidad. Estos y muchos otros estudios evidencian que la sonrisa, cuando es hermosa, nos puede regalar el éxito social y profesional, además de ser un síntoma de buena salud. Pero, ¿se puede entrenar una bonita sonrisa?

Mecánica de la sonrisa

A pesar de ser un gesto sencillo en apariencia, la articulación de una sonrisa depende de diversos músculos de la cara. A finales del siglo XIX el neurólogo frances Guillaume Duchenne investigó cuáles eran estos músculos con diferentes experimentos en los que usaba la estimulación electrica sobre sus pacientes. Descubrió que en la mayoría de sonrisas se utiliza la contracción de los músculos cigomáticos mayor y menor, que se encuentran sobre los pómulos y estiran los labios hacia arriba

Además, en determinadas sonrisas se contrae el músculo orbicular, cuya contracción eleva también las mejillas y crea arrugas alrededor de los ojos. Este segundo tipo de sonrisa, que en principio da la impresión de que afea nuestra cara, es lo que se conoce como sonrisa de Duchenne y está considerada la verdadera sonrisa, o espontánea, frente al primer tipo, llamada falsa sonrisa o voluntaria. La diferencia reside en que el músculo orbicular no se puede contraer voluntariamente y solo lo hace estimulado por determinadas zonas del cerebro relacionadas con el placer y la alegría. 

La sonrisa de Duchenne es una respuesta sincera frente a la sonrisa más o menos forzada que utilizamos como máscara social con tanta frecuencia y es la que principalmente funciona y corrobora todos los estudios antes citados. Sin ella, los efectos empáticos se reducen o desaprecen en gran medida, ya que nuestro cerebro es, en principio, capaz de distinguir entre un tipo y otro de sonrisa y detectar lo que podríamos llamar 'falsos positivos'.

¿Quiere decir esto que la sonrisa de circunstancias no sirve para nada?

Hay cierta polémica entre los investigadores al respecto del efecto de las sonrisas voluntarias. Algunos estudios avalarían que pueden tener una validez elevada en ciertas circunstancias, como cuando deseamos ser perdonados por una mala acción. Otros aseguran que el 80% de los humanos somos capaces de emular la sonrisa de Duchenne forzando arrugas en la cara similares a las que produce esta. Los resultados sobre los demás aparentemente serían los deseados. 

En otras palabras, se puede entrenar la sonrisa de Duchenne, tal como hacen numerosos personajes de la escena pública, desde artistas a políticos, cantantes o presentadores de televisión. Es difícil saber en qué medida su posición social se debe a su rostro sonriente, pero sin duda las caras que vemos con frecuencia son más digeribles si presentan una bonita sonrisa. De nuevo un estudio nos certifica que las camareras que sonríen más, tienen mejores propinas

De todos modos, disponemos de varios trucos para detectar una sonrisa falsa. Para empezar, las arrugas alrededor de los ojos, pero también cierta asimetría que se produce en la cara al forzar el gesto. Finalmente, las sonrisas voluntarias se producen siempre con mayor rapidez y menor armonía que las espontáneas. Mientras la sonrisa de Duchenne tarda medio segundo en producirse, la falsa se genera en solo una décima. 

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